Práctica de la investigación en el marxismo argentino contemporáneo. Entrevistas
Practice of research in contemporary Argentine Marxism. Interviews
Rodolfo Elbert*
Agustín Santella**
Recibido: 16 de noviembre de 2018
Aceptado: 5 de diciembre de 2018
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Vivimos en una época en la cual la mayoría de los científicos/as sociales descartó al marxismo como enfoque teórico general para enmarcar sus investigaciones. Si bien las desigualdades sociales en el capitalismo son cada vez más profundas y las dinámicas vinculadas a la explotación son cada vez más potentes, el análisis marxista de la explotación capitalista y las perspectivas socialistas son marginales en el mundo académico. Por ello, convocamos a un conjunto de investigadores/as que trabaja dentro del programa marxista de investigación, a contestar una entrevista auto-administrada sobre las estrategias teórico-metodológicas que desarrollan en sus investigaciones.
Enviamos por e‑mail a todos/as ellos/as las mismas preguntas, detalladas a continuación: ¿Qué significa para vos emprender una investigación desde una perspectiva marxista? ¿Podrías describir brevemente el tema o problema central que abordas en tus investigaciones? ¿Cómo seleccionaste el tema de investigación? ¿Qué autores/as, debates y/o experiencias biográficas tuyas influyeron en la decisión? ¿Qué lugar tiene este tema en el programa de investigación marxista? ¿Cómo definiste el concepto central en tu investigación? ¿Qué lugar tiene este concepto en un programa marxista de investigación? ¿Propusiste modificaciones a los conceptos clásicos en base a los hallazgos de la investigación o durante el desarrollo y planteo de la misma? ¿Qué métodos y técnicas de investigación de las ciencias sociales utilizas en tus proyectos? ¿Cómo articulas tu práctica de militancia política y/o gremial con tu práctica de investigación? ¿Cuáles son las tensiones y las continuidades que hay entre ambas?
El objetivo de la publicación es compartir estas reflexiones para, de ese modo, mostrar diferentes abordajes y líneas de investigación dentro del programa marxista en el contexto de las ciencias sociales. Esta serie de entrevistas se origina en un panel de debate sobre la práctica de investigación en el marxismo, organizado por el equipo docente de la materia Marxismo Sociológico en el marco de las Jornadas “Marx 2018. El Bicentenario” de la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. Aquel panel contó con la participación de Cecilia Feijoo, Agustín Santella y Adrián Piva y la coordinación de Rodolfo Elbert. A partir de esa actividad, Agustín propuso convertir el debate en una serie de entrevistas a un grupo más amplio de investigadores/as, y la revista REMS aceptó generosamente publicarlas. Esperamos que estos objetivos se cumplan mediante la lectura y discusión abierta de las respuestas, así como aspiramos a continuar con la publicación de nuevas entrevistas en las siguientes ediciones de la revista. En este número publicamos las repuestas de Mariana Giaretto, Santiago Roggerone, Fernando Aiziczon y Ricardo Donaire.
Mariana Giaretto[1]
¿Qué significa para vos emprender una investigación desde una perspectiva marxista?
Emprender una investigación desde una perspectiva marxista para mi significa darle continuidad y coherencia a un posicionamiento teórico y político que intento sostener cotidianamente. Ese posicionamiento implica desautorizar ciertas visiones dominantes a través de una crítica radical que destruya sus supuestos básicos y visibilice sus implicancias prácticas. Ese posicionamiento intenta identificar problemas cuya urgencia trascienda la coyuntura, es decir, que sus nexos con lo estructural sean tan evidentes como ineludibles. Ese posicionamiento implica también, y fundamentalmente, trabajar en la construcción de un conocimiento contextualizado que aporte a cierta articulación de las luchas sociales contra el capital.
¿Podrías describir brevemente el tema o problema central que abordas en tus investigaciones?
El problema central que abordo en mis investigaciones son las relaciones entre luchas sociales y Estado. Una primera línea de investigación se centró en las relaciones entre conflictos por tomas de tierras urbanas y los modos de intervención del Estado capitalista, y una segunda línea de investigación, en la que estamos trabajando actualmente, es acerca de las relaciones entre luchas territoriales y procesos de criminalización en el norte de la Patagonia.
¿Cómo seleccionaste el tema de investigación? ¿Qué autores/as, debates y/o experiencias biográficas tuyas influyeron en la decisión? ¿Qué lugar tiene este tema en el programa de investigación marxista?
Más que una selección de estos temas de investigación, pienso que han sido el resultado de cierta interpelación política a la tarea académica, en todo caso el aporte es justamente encuadrarlos y abordarlos desde una perspectiva y enfoque marxista. Cuando empecé con el tema sobre tomas de tierras no había estudios previos en la región, no solo que los abordaran como problema central (y no como contexto en el que se sitúan otros problemas) sino que además analizaran críticamente sus relaciones con el Estado en un sentido ampliado. En ese momento, estábamos haciendo un seminario sobre Gramsci con Hugo Calello, y claramente las discusiones sobre las relaciones entre sectores subalternos y esa forma ampliada del Estado capitalista fueron puntapiés centrales para repensar una problemática que estallaba en las ciudades de la región. La proximidad espacial y política con experiencias de tomas de tierras también fue central para la apropiación del tema de investigación. Y lo curioso es que lo territorial es un tema bastante marginal en el programa de investigación marxista, aunque sin duda existen antecedentes imprescindibles como los de Lefevbre, Topalov, Milton Santos, Harvey –el de los 70’-.
Pienso que los conflictos territoriales han sido descuidados por el programa de investigación marxista, que en nuestro país se ha centrado en una concepción bastante clásica de los conflictos vinculados a la explotación del trabajo asalariado en contextos laborales también clásicos. Este descuido posibilitó que la territorialidad de los conflictos, tan claramente predominante en la segunda mitad de los años 90’ y post-crisis 2001, fuera abordada por diversas expresiones de la ‘protestología’; que, salvo contadas excepciones, significó un desplazamiento de la lucha de clases cuando no su negación, desplazamiento sintetizado en la idea que sostiene que el locus del conflicto se había trasladado de la fábrica al barrio. Sin embargo, considero que en los últimos años este corrimiento de lo territorial está siendo revisado desde los análisis más críticos, fundamentalmente a partir de la centralidad política que han adquirido las luchas de comunidades indígenas en la recuperación de territorios, y en menor medida, pero no por eso menos importantes, luchas socioambientales y luchas por tierra y vivienda.
No tengo dudas que en Marx es clara la preocupación por lo territorial, en sus diversas escalas y dimensiones, en términos geopolíticos y también de subjetivación política. Sabemos que las condiciones de posibilidad de la explotación por parte del capital son el despojo, la violencia y la dominación. Sabemos que no hay explotación sin dominación y que el Estado es la forma general de organizar la dominación política. Por eso, investigamos lo territorial como arena de luchas, analizando las relaciones entre formas de resistencia y procesos de criminalización.
¿Cómo definiste el concepto central en tu investigación? ¿Qué lugar tiene este concepto en un programa marxista de investigación? ¿Propusiste modificaciones a los conceptos clásicos en base a los hallazgos de la investigación o durante el desarrollo y planteo de la misma?
El concepto central que estamos trabajando es el de criminalización de las resistencias, un concepto que surgió del análisis sobre las relaciones entre tomas de tierras y Estado y ha sido resituado y resignificado en la coyuntura actual. Claramente es una derivación de nociones clásicas del marxismo, ya que en el proceso de criminalización encontramos al Estado capitalista interviniendo en conflictos que expresan la lucha de clases, para convertirlos en ‘delitos’ susceptibles de ser triturados por la maquinaria represiva: agencias policiales, judiciales y de encarcelamiento. La sistematicidad de estos procesos de criminalización, junto a otros rasgos que estamos analizando, los vuelven políticas de Estado. En este sentido, ha sido central recuperar los aportes de Pashukanis en relación con una teoría marxista del derecho y su influencia en el debate de los derivacionistas para abordar las funciones del Estado en la reproducción del capital. En eso estamos.
¿Qué métodos y técnicas de investigación de las ciencias sociales utilizas en sus proyectos?
Por el tipo de problemas que abordamos, nuestra estrategia metodológica tiende a articular niveles macro y micro social, por eso trabajamos tanto con fuentes secundarias como primarias desde un enfoque cualitativo, aunque si es pertinente y necesario triangulamos con ciertos datos cuantitativos. Sin lugar a duda, nuestra principal técnica es la entrevista en profundidad en combinación con trabajo de análisis de expedientes judiciales y otras fuentes documentales.
¿Cómo articulas tu práctica de militancia política y/o gremial con tu práctica de investigación? ¿Cuáles son las tensiones y las continuidades que encontras entre ambas?
Personalmente no milito orgánicamente en ningún espacio político/gremial, es más, la idea misma de ‘militar’ me repele. Sí intento ser parte de cierto activismo político ‘suelto, tira piedras’ en todxs los espacios en los que transito: desde las aulas, pasando por los barrios, hasta los juzgados. La principal articulación concreta con mi práctica de investigación se da en los casos de judicialización, con una compañera abogada participamos de audiencias y otras instancias en las que a veces somos parte activa de los procesos, ya sea acompañando jurídica y políticamente y/o como testigos conceptuales; y escribiendo desde esas experiencias.
Las tensiones y continuidades tienen que ver con las derivas de los procesos de resistencia, ver cómo son disciplinadxs en algunxs casos y en otros no, cómo son aniquiladxs en algunos casos y en otrxs no… Una de las principales tensiones es entre el trabajo más académico-intelectual y sus formatos, con las urgencias de las experiencias de luchas territoriales. Es realmente insoportable transitar los laberintos burocráticos de las instituciones estatales, desde la misma universidad hasta los juzgados y ministerios. Son temporalidades opuestas, la de la urgencia y la de la neutralización de la urgencia, y en eso nadamos todo el tiempo.
Santiago Roggerone[2]
¿Qué significa para vos emprender una investigación desde una perspectiva marxista?
A mi entender, emprender una investigación desde una perspectiva marxista implica, primero que nada, guardar fidelidad al propósito general de aquello que –para bien o para mal– nos empecinamos en continuar denominando marxismo: la crítica radical del estado de cosas existente –esto es, una crítica que, en tanto que tal, supone no sólo un diagnóstico de dicho estado de cosas sino también la militancia por su supresión y consecuente superación. Esto ante y por sobre todo. Cumplida esta condición de posibilidad, el desarrollo de una investigación en clave marxista involucra, en un segundo nivel, la intervención en por lo menos uno de esos proyectos u objetivos a través de los que el marxismo se articula o despliega más concretamente –unos objetivos específicos estructurantes del propósito general de la crítica, que se encuentran entrelazados a la manera de un nudo borromeo pero que, en lo fundamental, disponen de una cierta autonomía relativa. A saber, el objetivo científico o teórico del materialismo histórico; el objetivo metodológico, técnico o (anti)filosófico del materialismo dialéctico; y el objetivo práctico o político de la lucha por la consecución del socialismo y/o el comunismo. Digo que investigar haciendo algo productivo con el legado de Marx y otros –en definitiva, eso es ser marxista– entraña intervenir en al menos uno de estos tres registros puesto que toda intervención supone tanto analizar reflexivamente los presupuestos y lógicas de un proyecto –preguntarse, por ejemplo, por la antropología o la filosofía de la historia que informan a la concepción materialista– como aplicar en el estudio de un determinado objeto –el movimiento obrero, las izquierdas, los desarrollos teóricos de la propia tradición, etc.– los saberes forjados, nuevamente, en el marco de una de las tres tares constitutivas de la crítica.
¿Podrías describir brevemente el tema o problema central que abordas en tus investigaciones? ¿Cómo seleccionaste el tema de investigación? ¿Qué autores/as, debates y/o experiencias biográficas tuyas influyeron en la decisión? ¿Qué lugar tiene este tema en el programa de investigación marxista?
En mis propias investigaciones, los temas o problemas que abordo basculan siempre entre el análisis reflexivo de las premisas teórico-filosóficas del marxismo y la aplicación de los saberes forjados en el marco de la concepción materialista al desarrollo de una historia intelectual o de las ideas. Por lo general, en mi caso, una y otra cosa se encuentran conectadas, pues las indagaciones historiográfico-intelectuales que intento efectuar me conducen al escrutinio metateórico-filosófico de la propia tradición marxista (y viceversa). Por ejemplo, en el contexto de la investigación que dio como resultado mi tesis doctoral, partí preguntándome por la situación del marxismo en la actualidad y diagnosticando, enseguida, un determinado estado de crisis. Acto seguido, operacionalicé el objetivo de determinar cuán profundo e incluso terminal es ese estado de crisis situada e inmanentemente, analizando ciertas producciones intelectuales contemporáneas. Creo haber logrado, de esa manera, no sólo dar cuenta de las especificidades de algunas nuevas teorías críticas de la sociedad sino también establecer en qué medida las mismas continúan siendo marxistas –o, en cuanto menos, manteniendo una relación productiva con Marx. Pude, por consiguiente, aportar algunas precisiones sobre la tan discutida cuestión de la crisis del marxismo y, así, decir algo sobre la actualidad (y eficacia) que dispone la tradición en lo que refiere a la tarea fundamental de una crítica radical del estado de cosas existente.
Como puede apreciarse, no fue éste un tema de investigación que simplemente seleccioné sino más bien algo que se me impuso, luego de toda de una serie de rodeos cuyo punto de partida fue una preocupación bien concreta –a saber, nuevamente, ¿cuál es el estado o la situación del marxismo en la actualidad? De hecho, no considero que los temas o problemas de investigación sean algo que pueda seleccionarse sin más, como si la labor del investigador o la investigadora equivaliera a la del consumidor que se hace de la mercancía más conveniente en la góndola del supermercado. Los temas o problemas de investigación, por el contrario, son –o al menos creo que deberían ser– cuestiones íntimamente relacionadas con las propias experiencias vitales y, por lo tanto, de las que uno tiene que hacerse cargo, asumiendo toda la responsabilidad correspondiente. En mi caso particular, como parte de una generación que no protagonizó directamente los acontecimientos insurreccionales de 2001 pero a la que éstos marcaron a fuego –una generación, vale decir, desfasada o fuera de tiempo, que siempre parecería estar llegando tarde a la cita–, me generó muchos interrogantes el período de recomposición o impasse abierto a partir de 2002–2003, sobre todo en relación a la merma de los impulsos autonomistas, el fortalecimiento de las perspectivas nacional-populares o populistas y –un poco posteriormente– cierto renacimiento de los trotskismos. La pregunta por el estado del marxismo en la actualidad acompañó todo esto experimentado en el mundo de las izquierdas locales –en tanto me despertó expectativas y generó entusiasmo, fue de particular importancia para mí el mencionado relanzamiento trotskista (es decir, la experiencia del FIT). Al tiempo, me vi guiado por el trabajo de marxistas contemporáneos como Perry Anderson o Daniel Bensaïd, quienes en los años noventa, en medio de un clima de derrota brutal para las izquierdas, resistieron realista e intransigentemente y trabajaron en pos de un nuevo comienzo. Asimismo, en otro registro, fue muy influyente para mí el libro Verdades y saberes del marxismo, publicado en 2005 por Elías J. Palti. Si bien no es éste un trabajo marxista, considero que es una contribución fundamental, que no sólo habla de la actualidad de la filosofía y teoría marxistas sino también –a su singular modo– de una etapa histórica en la que estábamos entrando, caracterizada no tanto –como sí había sucedido en los años ochenta y noventa– por las experiencias de la derrota y el fracaso de los proyectos emancipatorios sino más bien por lo que sigue a las mismas –aunque no exactamente en el mismo sentido, algo parecido es lo que puede decirse sobre El marxismo en la encrucijada, otro libro crucial, escrito por Ariel Petruccelli.
Por último, vale la pena mencionar que los temas y problemas que me interesan ocupan un lugar marginal en el programa de investigación marxista realmente existente, el cual, en lo esencial, se encuentra hegemonizado por los estudios del trabajo, la historia del movimiento obrero y –en menor medida– la de las izquierdas. El marxismo, lamentablemente, no es ajeno a cierta división del trabajo intelectual imperante en el mundo, de acuerdo con la cual los investigadores de los países centrales se dedican a la producción (y discusión) de la teoría y los de los periféricos a su aplicación instrumental en estudios de caso. En efecto, entiendo que, actualmente, no hay demasiado lugar en el espacio de investigación marxista conformado en la academia (pero también, incluso, fuera de ella) para las indagaciones que toman como objeto de estudio la propia teoría y filosofía marxistas, poniéndolas en diálogo con otras tradiciones político-intelectuales. Lo que señorea, más bien, es el modelo de la caja de herramientas. Es por eso que suelo sentir mayor afinidad e incluso empatía por lo hecho en ámbitos de investigación académicos como el de la historiografía intelectual o la teoría política, en donde el pensamiento suele estar exento de los imperativos tecnocráticos de su uso o aplicación para dar cuenta de lo que –un tanto absurdamente– se diferencia como el terreno de la realidad.
¿Cómo definiste el concepto central en tu investigación? ¿Qué lugar tiene este concepto en un programa marxista de investigación? ¿Propusiste modificaciones a los conceptos clásicos en base a los hallazgos de la investigación o durante el desarrollo y planteo de la misma?
Podría decirse que el concepto central de mi investigación fue –y continúa siendo– el de obra. La perspectiva de trabajo que me interesa es aquella que, como afirma Horacio Tarcus en las primeras páginas de Marx en la Argentina, atiende a las encarnaciones temporales y contextos biográficos de las ideas; la que aborda en términos amplios a los sujetos de ellas –esto es, a los que son sus productores, difusores, etc.: los intelectuales. En tal sentido, sigo a Anderson (y a través de él a Isaac Deutscher) en que la mejor forma de aproximarse al trabajo de un determinado pensador es reconstruyéndolo sistemáticamente como una unidad intencional, situándolo en el contexto político e intelectual del cual procede, e identificando los puntos de tensión que existan en la argumentación que en él se desarrolla. En otras palabras, lo que trato de llevar a cabo es algo así como una historia de las ideas en clave materialista, algo ciertamente impensado por el propio Marx –quien siempre se demarcó del plano ideal(ista) e intentó poner en pie una historia real(ista)– y, por consiguiente, algo cuya concreción constituye todo un desafío para aquellos que aún, para bien o para mal, nos reclamamos marxistas.
Ahora bien, puesto que la idea de obra autoral como una unidad necesariamente intencional es muy problemática –a fin de cuentas, es el marxismo mismo el que ha demostrado que los actores sociales jamás están al tanto o conocen del todo sus propias intenciones–, trato de emplear una suerte de correctivo dialéctico del enfoque deutschero-andersoniano. En lo fundamental, este correctivo consiste en poner en práctica, al mismo tiempo que reconstruyo sistemáticamente el trabajo de un determinado autor, lo que –Louis Althusser mediante– podría denominarse lectura sintomática –esto es, un tipo de análisis que siga las líneas argumentales hasta sus últimas consecuencias y pueda poner de manifiesto, así, las premisas implícitas y eventualmente negadas; un recurso, vale decir, que haga posible leer lo que no ha sido escrito.
Nuevamente, para terminar, no considero que el concepto aludido ni el procedimiento metodológico cuyos contornos acabo de delinear ocupen un lugar destacado en el programa de investigación marxista realmente existente en nuestro ámbito académico. Quizás, la idea de obra tiene una relativa importancia en el contexto de aquellas perspectivas sociológicas e historiográficas de los intelectuales que analizan las trayectorias de las izquierdas. Sin embargo, no sólo es que el empleo de tal concepto se encuentra, por lo general, exento de un correctivo como el que he mencionado sino también, y fundamentalmente, que suele remitir a autores locales o, en mejor de los casos, latinoamericanos. De por sí ello no constituye un problema, pero entiendo que reproduce acríticamente los cánones y pautas de la división del trabajo académico-intelectual ya mencionada.
¿Qué métodos y técnicas de investigación de las ciencias sociales utilizas en tus proyectos?
Ninguno. Parafraseando a Hermann Göring, podría decir que cuando oigo hablar de “metodología y técnicas de investigación de las ciencias sociales” le saco el seguro a mi pistola… A mi entender, las ciencias sociales en su conjunto constituyen una reacción al marxismo (es decir, una reacción a la intervención de Marx y lo que ella supuso para sus contemporáneos y los que hubieron de venir después); un intento de neutralización por parte de la burguesía (mejor dicho, de aquellos que defienden velada o abiertamente los intereses de la clases dominantes e incluso actúan como sus voceros en el mundo de las ideas) de lo que él mismo, muy productivamente, había hecho con (y a partir de) la filosofía moderna y por tanto burguesa –es decir, con (y a partir de) Hegel. Es a causa de ello que una idea como la de marxismo sociológico –pero lo mismo vale para la de uno que sea historiográfico, etnográfico, politológico, etc.– me parece sumamente problemática. Adjetivar calificativamente al marxismo por medio de una ciencia social burguesa como la sociología –tan afecta como ella está a las definiciones unívocas y seguras, a una racionalidad instrumental que ordena y clasifica, hace inventario y realiza conteos– es un despropósito. Sociológico o científico-social, de hecho, no podrían o deberían ser jamás predicados del marxismo –por lo demás, el sentido hegeliano de deutsche Wissenschaft que en él se halla en juego nada tiene que ver con el anglo-francés positivista que impera en el contexto de disciplinas como la sociología o la ciencia política. El marxismo es, en lo fundamental, una anti, no-ciencia social o ciencia social negada que no puede reducirse a una empresa de despolitización como la sociología –es decir, al antídoto de la lucha de clases que ella encarna. Esto no quiere decir, desde ya, que desde, en y a partir de las ciencias sociales pueda ser uno fiel a Marx y al marxismo. En otras palabras, si bien creo que una idea como la de marxismo sociológico supone un contrasentido –una contradictio in adjecto–, entiendo, al mismo tiempo, que la de sociología marxista es por demás concebible. Hay lugar para una ciencia social marxista o un programa de investigación marxista sociológico o en ciencias sociales –a fin de cuentas, yo mismo me considero tributario de una suerte de historiografía-intelectual marxista– porque aquellos que, precisamente, nos reclamamos marxistas podemos –e incluso debemos– intervenir en todos y cada uno de los campos de la lucha de clases –y el de la ciencia o, más específicamente, el de la ciencia social es, por supuesto, uno de ellos. Sólo en el sentido que la ciencia social adquiere cuando el marxismo se vuelve su adjetivo calificativo –y no a la inversa– es que uno puede lidiar productivamente con sus “metodologías y técnicas de investigación”. En mi caso particular –y esto ya lo he sugerido–, lo hago con algunos supuestos epistemológicos y algunas herramientas de la disciplina de la historia intelectual.
¿Cómo articulas tu práctica de militancia política y/o gremial con tu práctica de investigación? ¿Cuáles son las tensiones y las continuidades que encontras entre ambas?
No creo que se trate tanto de articular la práctica política con la práctica de la investigación como de reconocer a la última como algo que, de por sí, constitutivamente, es un hecho político. Más allá de la autonomía relativa de la que cada una pueda disponer, no me parece que estemos ante dos esferas que se encuentren separadas sin más. Por eso, más que articular dos prácticas, creo que lo que hay que hacer es reconocer la práctica de uno como un acto necesariamente político. Y esto no sólo en el sentido que las cosas adquieren cuando se interviene en el proyecto estrictamente político del marxismo –es decir, en uno de los tres proyectos mediante los cuales se estructura el objetivo general de la crítica, de la puesta en cuestión e impugnación de lo que es– y se da lugar, así, a una investigación militante sobre, por ejemplo, las ideas del socialismo y el comunismo, la cuestión del programa, el asunto más amplio de la organización, las dimensiones de la estrategia y la táctica, etc. Tampoco en el exclusivo sentido de lo que puede hacerse a nivel formativo o incluso investigativo en los contextos específicos de un grupo político o un gremio. Reconocer la propia práctica como un acto político, dotarla del estatuto que viene dado con ese acto, entraña, por sobre todo, asumir que el investigador o la investigadora establece siempre una posición en un campo que no sólo es de fuerzas sino también –como recordaba Althusser citando a Kant– de batallas (Kampfplatz). En efecto, hay que reconocer que toda investigación es política quiere decir que lo que uno siempre hace, por más que no lo quiera y se oculte tras la fachada aséptica de la objetividad, incluso de la distancia y la rigurosidad científica, es tomar partido y librar un combate. Lo quiera o no, se haga cargo o no de ello, quien investiga, quien lleva adelante un determinado trabajo intelectual –y no importa ahora si se trata específicamente de alguien que es marxista– lo que hace es involucrarse –incluso yendo contra lo que él o ella es– en la lucha de clases. Como puede apreciarse, en lo que a esto respecta, creo que Althusser –para quien, como es sabido, la filosofía representaba la lucha de clases en la teoría– sigue gozando de muchísima actualidad.
Fernando Aiziczon[3]
¿Qué significa para vos emprender una investigación desde una perspectiva marxista?
Supongo que significa varias cosas: en principio, un objeto, que posea potenciales propiedades de crítica radical al sistema capitalista, y que puede ser el despliegue de la lucha de clases, la dinámica de la “valorización del valor”, formas de dominación política basadas en la explotación de clase, cuestiones vinculadas al análisis ideológico, cultural, etc.; en segundo lugar, un discurso, que indique y denuncie lo anterior en ese lenguaje distintivo del marxismo; y tercero, una praxis que articule la investigación en el terreno político, cuestión que delimita este tipo de investigación del uso del marxismo como mero objeto de estudio. Pero, también se puede prescindir de todas esas señas particulares, que generalmente suelen transformarse en poses intelectuales (alguien dijo que el marxismo fue la gran “burocracia intelectual” del siglo XX), y trabajar con objetos menos explícitos que den cuenta de lo mismo, es decir, la constitución clasista de nuestras sociedades, la similitud lógica con los efectos de la “ley del valor” en otros campos menos formalizados, como por ejemplo el de la representación política, etc. Me inclino más por esta segunda variante de “hacer marxismo”, no sólo por ser menos espectacular, menos obvia, sino porque permite salirse de ese tedioso careo policíaco en que suelen caer los marxistas cuando se identifican entre sí.
¿Podrías describir brevemente el tema o problema central que abordas en tus investigaciones? ¿Cómo seleccionaste el tema de investigación? ¿Qué autores/as, debates y/o experiencias biográficas tuyas influyeron en la decisión? ¿Qué lugar tiene este tema en el programa de investigación marxista?
Mi tema central diría que es la dinámica de la movilización/desmovilización, manteniendo siempre la pregunta que dice: ¿para qué la acción? Creo que el cómo uno selecciona su tema tiene que ver, sin dudas, con su trayectoria política, biográfica, su ubicación al momento de decidirlo. Cuando estaba por terminar mis estudios de grado en Historia, vivía en Neuquén y estaba involucrado en diversos colectivos político-culturales que participaban de movilizaciones junto con actores de notable tradición de lucha callejera: trabajadores estatales, docentes de ATEN, la Universidad, movimientos de desocupados, de DDHH, comunidades mapuche, feministas, partidos de izquierda, y los obreros de Zanón (hoy FASINPAT), que comenzaron a destacarse de todo ese espectro y los elegí como objeto de investigación. Allí en Zanón encontré todo: explotación patronal, burocracia sindical, estado, activismo, resistencia en los márgenes, luego ofensiva obrera, izquierda, autogestión, redes militantes, parlamentarismo, auge y crisis de la movilización, etc. Me asombraba entonces tanto la capacidad de sostener un estado de movilización callejera casi permanente, como la continuación de ese estado en otros espacios de sociabilidad. Y más me asombraba, excediendo esta experiencia de lucha, la diversidad de formas que adquiere lo que denominamos “militante”, o “activista”, y el rol que jugaban incentivando la acción o nombrando las cosas que ocurrían. Los interrogantes los formalicé así: ¿en qué condiciones es posible el pasaje a la acción colectiva?, ¿cuáles son los factores que favorecen y predisponen a la acción?, ¿cómo se sostiene la movilización?, ¿qué es y para qué (o por qué) existen los militantes? Estos interrogantes los he desplegado en sindicatos, partidos y organizaciones (como los movimientos de desocupados, por ejemplo) y en colectivos y experiencias menos institucionalizadas como comisiones internas, fábricas recuperadas, puebladas. En el mismo sentido, la escala de análisis sobre la que trabajo oscila entre una organización sindical (su trayectoria contenciosa) y una biografía militante.
Lenin no es un “autor”, sin embargo, su “¿Qué hacer?” sigue siendo para mí uno de los textos más lúcidos sobre el acuciante problema de la dirección de la acción, y porque enfrenta y resuelve (a su modo) la “cuestión militante” (profesionalización de cuadros), entre otros aspectos. Pero claro, la puesta en práctica del socialismo, el tema de la “conciencia” (la idea de “falsedad”), la supuesta “exterioridad” del socialismo para con la clase obrera, la noción de vanguardia, han sido (hasta hoy) desastrosas, y se chocan de frente con el dictum según el cual “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Para esa crítica, en mi caso, fueron fundamentales Gorz y Castoriadis. Por otra parte, hay investigadores/militantes que reconstruyen diversas experiencias de lucha y permiten estudiar la complejidad de estos asuntos, por ejemplo, la obra de EP Thompson (en especial “Costumbres en común”), o de Ranciere (“La noche de los proletarios”), y más de modo académico para la clase obrera argentina me gustan las investigaciones de D. James, la reconstrucción histórica de J. Brennan en torno al Cordobazo. En el medio, me ha sido de utilidad conocer la literatura sobre acción colectiva y la sociología del activismo (o los casos que abordan), y que en nuestro país circula aún bastante (Tarrow, Tilly), pero francamente después de leerlas me generan un vacío inexplicable. En definitiva, creo que los interrogantes que me planteo se resuelven en gran parte con una rigurosa reconstrucción histórica, en el sentido más clásico del término. Un ejemplo: la trilogía sobre Trotsky que escribió Isaac Deutscher.
¿Cómo definiste el concepto central en tu investigación? ¿Qué lugar tiene este concepto en un programa marxista de investigación? ¿Propusiste modificaciones a los conceptos clásicos en base a los hallazgos de la investigación o durante el desarrollo y planteo de la misma?
No tengo un concepto central, sino temas/objetos que remiten a experiencias históricas y sobre ellas giran conceptos. Por ejemplo, cuando investigué las movilizaciones durante los años ’90 en Neuquén trabajé la idea de habitus militante y campo de protestas sociales, que me surgió en gran medida tras leer el concepto de “capital militante” en un texto muy breve de F. Poupeau (discípulo de Bourdieu), y cultura política de protesta, también muy poco formalizados en las ciencias sociales en general. Pensar un habitus militante es fascinante, pongo un ejemplo problemático: la proletarización de militantes. Otro: el entrismo.
Excepto algunos autores dentro de lo que despectivamente se nombra culturalismo, diría que el marxismo continúa siendo esquivo a estos temas, los considera secundarios, ambiguos, regidos por el “individualismo metodológico”, y hasta “posmodernos” (lo cual, por supuesto, reforzó mi atracción hacia ellos). Para mí la idea de habitus/campo en la obra de Bourdieu (en especial “La Distinción” y “Las reglas del arte”) ha sido muy fructífera, en especial para interrogarme sobre las lógicas que rigen las delimitaciones entre organizaciones militantes y que están muy alejadas de lo que los militantes pueden llegar a decir de sí; por otra parte, el campo como espacio de competencias entre quienes lo dominan (estableciendo legalidades) y los dominados sigue siendo muy útil para comprender las lógicas intersindicales, las estrategias de construcción de identidades, el uso de prácticas combativas y hasta los modos de construcción y transmisión de tradiciones de lucha (de ahí la pregunta por cómo se construye una cultura de protesta, de quiénes son sus “guardianes”, diría Bourdieu). Todo lo anterior se pone en juego en cada marcha, en cada movilización, en toda discusión sobre la conformación de un colectivo militante. Considero que excluir este análisis de la comprensión de la lucha de clases es una forma de limitarla y de impedir la reflexividad que toda lucha potencialmente contiene.
¿Qué métodos y técnicas de investigación de las ciencias sociales utilizas en sus proyectos?
Siempre recuerdo a Carlo Ginzburg cuando dice en El queso y los gusanos que su método es un retorno al telar manual en la época del telar automático. Trabajo recopilando de modo casi obsesivo todo tipo de textos: actas sindicales, boletines de agrupaciones, memorias y balances, periódicos y revistas de izquierda, de organizaciones que ya no existen, volantes, minutas, circulares internas, cartas, memorias y cuadernos personales, entrevistas orales, biografías, etc. En mi caso, son las fuentes primarias las que determinan el modo de producción de un texto y su interpretación (Ginzburg dice que las Actas son importantes no en tanto que revelan hechos sino porque permiten cierto acceso a la mentalidad de quien las escribe, en una época determinada). Cuanto más diversas sean las fuentes, más rigurosa y abierta será la reconstrucción. Encontrar huellas, indicios, y desde ahí reconstruir todo lo que se pueda. Eso es para mí hacer Historia.
¿Cómo articulas tu práctica de militancia política y/o gremial con tu práctica de investigación? ¿Cuáles son las tensiones y las continuidades que encontrás entre ambas?
En mi experiencia diría que se pueden articular ambas prácticas, pero de un modo muy limitado porque política/investigación (o academia) han desarrollado grados de especificidad enormes, lenguajes muy distantes, objetivos casi incompatibles. Sin militancia política es imposible entender de qué va el marxismo (ni mucho menos las rabietas de Marx con su propia actividad militante), quiero decir, sin militancia no se sabe lo que significa chocarse contra ese paredón que son los dilemas organizativos, las fronteras ideológicas, la furiosa “delimitación” de otros que dicen pelear por lo mismo, la voluntad desmesurada de explicar toda, pero toda la realidad convenciendo a otros, y un sinfín de miserias humanas por el estilo, varonilmente hablando. Ni qué decir lo que significa hoy sostener la idea de comunismo, de intentar explicar esa necesidad, de ejecutar acciones con ese fin. El formato disponible y aún vigente sigue siendo el de Partido leninista, donde la disciplina implica no poder pensar por uno mismo, al menos públicamente, y limitarse a un restringido círculo de ideas y nombres canónicos ya pre-interpretados desde arriba de la organización. Sé que suena brutal, pero increíblemente sigue siendo así. Ojo: la nueva izquierda, por donde también tuve militancia y que ya no existe, resultó ser peor. Mientras, en el campo académico o de investigación reina un pragmatismo escalofriante que, según la coyuntura, puede girar hacia un macartismo feroz, tal como se vio cuando el ballotage del 2016 hizo que la “comunidad científica” tome partido por uno de los candidatos: la tozudez con la que se embanderaron con Scioli o Macri superaba hasta el militante de izquierdas más convencido. Sé que presento un panorama desolador, pero justamente porque parto de ahí entiendo que no hay que abandonar la tarea de pensar y construir, a pesar de todo, nuevas organizaciones que comprendan que investigar es hacerse preguntas radicales (remarco: no sólo hacer, sino hacerse…), y a la inversa, que investigar es una forma de tomar partido. No sé si eso se podrá llamar, en algún futuro próximo, “marxismo”. Veremos.
Ricardo Donaire[4]
¿Qué significa para vos emprender una investigación desde una perspectiva marxista?
En principio, la investigación científica, como en todo campo de conocimiento, entraña la formulación de una pregunta o problema a partir de un cuerpo de conocimiento teórico acumulado. Ese conocimiento permite construir una serie de hipótesis como posibles respuestas y las herramientas metodológicas adecuadas para recabar la información empírica que permita refutar o constatar esas hipótesis.
Particularmente, en el campo de las ciencias sociales, entiendo que este punto de partida científico no puede ser sino una perspectiva teórica que reúna una serie de condiciones.
En primer lugar, que intente dar cuenta del ámbito de las relaciones sociales en cuanto tal, sin reducirlo a otros planos de la realidad, como por ejemplo el de la psicología individual. En segundo lugar, que intente dar cuenta de esas relaciones sociales en su conjunto, como totalidad, sin sesgar la mirada a una parcialidad de ellas. Y, además, como una totalidad en continuo movimiento, no estática, y para la cual el análisis de lo existente no se agote en lo inmediato, sino que abarque tanto el desarrollo histórico que condujo a una determinada situación como los elementos que permiten vislumbrar las potenciales alternativas del devenir futuro. Es decir que pueda dar cuenta de ese decurso entre pasado, presente y potencial futuro, en términos de su necesidad y no como una serie de circunstancias arbitrariamente articuladas. Una tercera cuestión, relacionada con la anterior, refiere entonces a ver los procesos no sólo como producto de procesos meramente coyunturales, locales y fortuitos, sino como manifestación de movimientos orgánicos, de largo alcance, que trascienden, pero a la vez se articulan con esos movimientos circunstanciales. Esto quiere decir, no adjudicarlos ni a las decisiones de tal o cual grupo dirigente (y su contracara, la manipulación de los dirigidos), sino intentando dar cuenta de cómo estos movimientos expresan y se ordenan en determinadas relaciones de fuerza, relaciones de fuerza que están ya presentes en las relaciones sociales y no son externas a ellas. Por último, dado que el movimiento de la sociedad excede lo que cada sujeto piensa sobre la realidad que lo rodea, y está determinado por relaciones materiales, independientes de la voluntad, resulta necesario explicar la realidad social sin circunscribirse, pero tampoco subestimando, esas percepciones. En todo caso, se trata de comprender las relaciones materiales sobre las que esas percepciones se asientan y la manera en que se relacionan ambos momentos, sean cuales sean las formas o los grados de conciencia involucrados.
A primera vista, podría pensarse que las características mencionadas, o la mayor parte de ellas, son compartidas entre distintas corrientes hoy dominantes en el pensamiento social. Sin embargo, el riesgo de una mirada reduccionista, parcial, estática, coyuntural o idealista, que nace con la propia sociología y otras disciplinas sociales, hoy parece haberse desarrollado considerablemente.
Parece imperar un empeño en administrar el orden social y regular sus conflictos, en parte bajo una cobertura supuestamente técnica o de gestión de la política pública, en la cual subyace ya cierta naturalización más o menos tácita de aspectos para nada marginales de las relaciones sociales fundamentales que determinan todo el orden social, sin ir más lejos, la explotación capitalista. Buena parte de la sociología hoy actúa dando por sentadas estas relaciones, sin dar cuenta del desarrollo de sus contradicciones y de su carácter históricamente transitorio, como si se trataran de un mero marco sobre el cual realizar mediciones técnicas o asesorar en el diseño de políticas públicas, en el mejor de los casos, para aliviar los efectos de unas relaciones a las que no se llama por su nombre.
Se podría decir que existe una suerte de sobreentendido entre buena parte de las diversas corrientes teóricas dominantes respecto del carácter imperecedero de las relaciones sociales capitalistas. Y se trata de un consenso bastante alarmante, considerando que estamos hablando de una ciencia cuyo objetivo es precisamente intentar explicar lo social. En todo caso, si queremos dar cuenta de esas relaciones, que son las que ordenan el metabolismo social hoy, otro debe ser el punto de partida.
¿Podrías describir brevemente el tema o problema central que abordas en tus investigaciones?
Mi investigación aborda fenómenos relativos al movimiento de la estructura social, particularmente, cambios que se han producido en las últimas décadas en la Argentina.
Dos fenómenos resaltan en este movimiento. Por un lado, los cambios al interior de la pequeña burguesía. Va perdiendo peso el elemento que podríamos llamar característico, de pequeños y medianos patrones, y va creciendo la categoría de profesionales, docentes y otros trabajadores intelectuales, los cuales tradicionalmente han sido asimilados con esa clase social. En este sentido, se ha producido un cambio notable en términos de la asalarización de la pequeña burguesía. En algunos grupos específicos esto ha ido aparejado con la adopción de ciertas formas de organización y lucha propias del movimiento obrero, como el sindicato y la huelga. El caso de los docentes es el más llamativo. De hecho, se ha desarrollado a un grado tal, que por lo menos ya para mi generación, era un aspecto de la realidad cotidiana.
Hasta la década del ochenta, existía bastante reflexión teórica sobre la existencia de un proceso de proletarización entre este grupo. Pero tal vez en parte por la incidencia del discurso sobre la extinción del proletariado, que comenzó a imponerse a partir de entonces, esa reflexión fue quedando de lado: ¿qué sentido tenía considerar la proletarización de tal o cual grupo si el propio proletariado, como se decía entonces, estaba desapareciendo? El concepto comenzó a ser reemplazado por otros, como los de “precarización”, “empobrecimiento” o variantes, como si cualquier forma de degradación de las condiciones laborales o de vida fuera sinónimo de proletarización. La consecuencia de este cambio conceptual fue que la cuestión comenzó a girar más hacia la pregunta sobre si los docentes habían devenido, no ya parte del proletariado, sino de una “clase media pobre”, “baja” o “empobrecida”. Se asimilaban así implícitamente las figuras del proletario y la del pobre. Pero la explotación capitalista no se basa en la pobreza inmediata del trabajador, sino en la riqueza que produce y que no puede apropiarse. Y a nadie se le ocurre dudar de la condición proletaria de un obrero automotriz, aunque no sea pobre, e incluso, aunque gane más que un docente. Además, esta mirada no explica cómo la mejora circunstancial de las condiciones laborales y de vida inciden en este proceso. Se dejaban de lado así preguntas teóricas esenciales tales como ¿qué constituye a determinados grupos de intelectuales como proletarios? ¿existe en sentido estricto una fuerza de trabajo constituida en la enseñanza? Y si no se trata de un mero proceso de empobrecimiento, ¿cuáles serían los indicadores propios de un proceso de proletarización?
El segundo proceso remite al cambio en la conformación del proletariado, especialmente, la consolidación de una parte de los trabajadores como población sobrante para las necesidades del capital. Esta transformación se puede seguir a través de la evolución de las cifras de desocupación, que con oscilaciones ha crecido en nuestro país hasta comienzos de siglo y, a pesar de una fuerte reducción posterior, rápidamente se estancó en niveles que no llegaron perforar un piso que hasta la década del setenta constituían un techo muy excepcionalmente superado. El cambio en los márgenes en que oscila la tasa de desempleo nos permite suponer un cambio estructural, pero no nos da cuenta del volumen existente de superpoblación y su composición, cuestiones de muy difícil medición directa a partir de las categorías de la estadística oficial, y que de ninguna manera se agota en los desempleados.
Por caso, pensemos que, si un desocupado en algún momento ayuda a un familiar a producir comida para vender en una feria, ya queda consignado como “ocupado”. Si una joven cuida a un niño o anciano a cambio de una mínima remuneración, también. Si un obrero sin empleo consigue alguna changa de reparaciones domésticas, ya encuentra su lugar en el clasificador de ocupaciones. Así una masa importante de superpoblación puede aparecer como ocupada, cuando en realidad, para el capitalismo su lugar en la división del trabajo social es… ser excedente. Entonces, ¿qué volumen alcanza esta población? ¿Cómo se compone? Un primer intento de medición dio como resultado que en un año como 2010, donde la tasa de desocupación no fue excepcionalmente alta, la superpoblación relativa representaba, como mínimo, poco más de un tercio de la población urbana y casi dos tercios del proletariado, con alta predominancia de la modalidad que la teoría denomina como “intermitente”, porque permanece estancada en esa condición y logra sobrevivir irregularmente en base a changas y trabajos ocasionales.
¿Cómo seleccionaste el tema de investigación? ¿Qué autores/as, debates y/o experiencias biográficas tuyas influyeron en la decisión? ¿Qué lugar tiene este tema en el programa de investigación marxista?
Los temas son parte de un programa de investigación más amplio, definido colectivamente por investigadores agrupados en el Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (PIMSA). De hecho, las cuestiones señaladas en la respuesta a la pregunta anterior constituyen movimientos que venimos observando desde el programa en el análisis de este último medio siglo, y que pueden sintetizarse en la repulsión de población desde determinados espacios sociales. Esta repulsión abarca tanto la proletarización de la pequeña burguesía urbana, especialmente de determinados grupos profesionales e intelectuales, como el desarrollo de una masa importante de población no productiva y superpoblación relativa, hacia la cual es desplazada una parte significativa de la clase obrera.
Particularmente en nuestro país, estos movimientos de repulsión de población son resultado, desde la década del setenta, del desarrollo capitalista predominantemente en profundidad, es decir, de la intensificación de las relaciones capitalistas en territorios sociales donde ya eran dominantes, y de la imposición de las condiciones propias del dominio del capital financiero. Ahora bien, desde la teoría, el análisis del dominio del capital financiero ha estado clásicamente asociado de una manera muy fuerte con la noción de la descomposición del capitalismo como fase. Por lo menos, esto fue así hasta las primeras décadas del siglo XX. Luego, con la consolidación de un bloque de países socialistas, la preocupación teórica sobre la descomposición quedó subsumida a la de la transición entre capitalismo y socialismo. Desde la década del setenta, con la ofensiva capitalista contra la clase obrera, ambos conceptos quedaron relegados. Pero si persiste, e incluso se ha profundizado a nivel mundial el dominio del capital financiero, ¿no se habría reforzado esa tendencia a la descomposición? Y de ser así, ¿en qué aspectos se expresaría?
Lamentablemente hoy ese análisis en las ciencias sociales en general sigue relegado. El carácter histórico de las relaciones sociales supone que la sociedad ordenada en base a esas relaciones atraviesa en algún punto un proceso de génesis, formación, desarrollo y, eventualmente, descomposición. Procesos que, como ha mostrado ya el estudio de modos productivos anteriores, pueden llevar siglos. Sin embargo, la sociología hoy actúa como si el capitalismo fuera eterno. Y las corrientes dominantes ni siquiera se atreven a explicar o teorizar esta situación. Los distintos movimientos coyunturales que exacerban o mitigan las consecuencias de la repulsión de población son vistos a lo sumo en términos de una contraposición entre un neoliberalismo excluyente y un capitalismo inclusivo. Volvemos a lo señalado más arriba, como cualquier opción que no vea el carácter históricamente transitorio de relaciones sociales cae en una administración de lo existente en sus diferentes variantes, en estas visiones subyace siempre la intención de regular y gestionar el desarrollo capitalista y sus antagonismos.
Pero incluso entre quienes compartimos otra perspectiva teórica, tal vez en parte como sobrecompensación de una mirada inmediatista que en cada crisis ve un derrumbe más o menos cercano, se suele enfatizar más en las posibilidades del capital de resolver dentro de sus propios términos sus sucesivas crisis. Esta posibilidad es ciertamente real y existente, pero se olvida o se subestima el hecho de que esa resolución lleva en germen el desarrollo de contradicciones que siguen avanzando y que nunca restituyen las condiciones del punto de partida. Desafortunadamente, y puesta en comparación con los apremiantes problemas que se presentan en la realidad, la reflexión contemporánea sobre los límites del desarrollo capitalista no tiene un lugar significativo.
¿Cómo definiste el concepto central en tu investigación? ¿Qué lugar tiene este concepto en un programa marxista de investigación? ¿Propusiste modificaciones a los conceptos clásicos en base a los hallazgos de la investigación o durante el desarrollo y planteo de la misma?
Por lo descrito, la situación es tal que, más que modificación de conceptos, se trata de construir las condiciones para poder avanzar a partir de la recuperación de conceptos que fueron siendo abandonados.
Durante buena parte de las últimas décadas, el análisis de clases, desde cualquier perspectiva, fue relegado de los ámbitos académicos. En un primer momento, se produjo la avanzada del “fin del trabajo” y de la “desaparición” de la clase trabajadora, y su reemplazo por la noción de “excluidos” u otras similares. Pero estos excluidos ya no eran proletarios, sino que eran considerados como contrapuestos a ellos, ya que tanto obreros asalariados ocupados como capitalistas constituían los “incluidos”.
En años más recientes ese discurso tuvo cierto retroceso, y ganó espacio una perspectiva que, si bien vuelve a poner centralidad en las clases sociales, tiende a verlas más bien como grupos de ocupaciones que compiten por recursos en el mercado. Dentro de esta perspectiva, se reconoce la existencia de la clase trabajadora, pero reducida, en el mejor de los casos, al conjunto de los obreros manuales. Como la atención está puesta en la clasificación de las ocupaciones, a lo sumo como expresión de distintos tipos de relaciones contractuales, pero no de las relaciones de explotación en que se insertan, en esta perspectiva ni un empleado de comercio ni un oficinista raso son vistos como parte de esa clase. Así, la clase obrera se mantiene, pero como una categoría peculiar entre otras, y todo desarrollo de otras ocupaciones confirma su lugar restringido en la estructura social. Esto sin mencionar que la burguesía ni siquiera es considerada como clase y se omite a su cúpula con el argumento de que no tiene un lugar significativo en la división del trabajo.
Lo que estas perspectivas tienden a considerar como un proletariado diezmado y aislado en un mar de clases medias y excluidos, en realidad, es una expresión del estrechamiento de la base de obreros productivos, que producen una riqueza cada vez mayor, la cual permite sostener a otra parte de la población, cada vez más incrementada, desplazada hacia actividades no productivas para el capital, donde puede encontrarse a buena parte de la pequeña burguesía proletarizada o en proceso de proletarización, o directamente repelida de la actividad económica bajo la forma de superpoblación.
Ninguno de estos conceptos, ni “proletarización”, ni “superpoblación relativa” ni “descomposición” son novedosos. Pero llamativamente, hemos perdido capacidad de conceptualizar procesos que, aunque previstos como posibles hace casi siglo y medio, hoy se presentan ante nuestros ojos de una forma más ostensible. Incluso en algunos casos, los propios científicos sociales parecemos quedar rezagados respecto de los propios sujetos sociales: los propios “excluidos” tienden a organizarse como trabajadores (hoy se olvida que hasta no hace tanto tiempo esta posibilidad fue abiertamente negada por la sociología, cuando no vista como un “milagro”) y también una parte de los profesionales y otros grupos similares; a la vez, por caso, buena parte de la ofensiva de la burguesía, expresada en la voz de sus cuadros intelectuales, sobre las condiciones laborales de los docentes, pretende fundamentarse en que se trataría de “un trabajo más” que no merece “privilegios” (léase un estatuto especial) diferente a la del resto de los trabajadores.
De allí la necesidad de recuperar críticamente conceptos y, por supuesto, de intentar desarrollarlos a partir de la investigación empírica, para dar respuesta teórica sobre fenómenos sociales presentes en la realidad contemporánea, incluso percibidos por los propios sujetos involucrados.
¿Qué métodos y técnicas de investigación de las ciencias sociales utilizas en sus proyectos?
Repensando la pregunta anterior, tal vez el mayor aporte sea en el plano de la operacionalización de los conceptos.
Dado que las preguntas con las que vengo trabajando intentan responder hasta qué grado se han generalizado determinado tipo de relaciones sociales entre la población, las técnicas principales utilizadas son las que se conocen como cuantitativas. En algunos casos, con datos propios, en otros con otras fuentes. Pero, en cualquier caso, no considerando la teoría como un mero posicionamiento formal sino avanzando desde ella hacia la construcción de herramientas adecuadas para la construcción de los datos.
Por ejemplo, en el caso de la investigación sobre proletarización de docentes, tuve la oportunidad de elaborar un instrumento de recolección de datos propio. Se trató de una encuesta aplicada a una muestra representativa. El desarrollo de un instrumento específico me permitió buscar la forma de operacionalizar dimensiones centrales que no era posible ver a través de otras fuentes. Sin dejar de lado aspectos referidos a las condiciones de vida y laborales y a la percepción sobre ellas, intenté operacionalizar una dimensión central relacionada con la reflexión teórica sobre el proceso de proletarización, referida al grado de control efectivo sobre el proceso de trabajo, y tan esquiva que buena parte de los estudios sobre trabajo docente la aborda de manera muy mediada, incompleta o imprecisa. La aproximación consistió en la realización de preguntas sobre determinadas situaciones conflictivas en el proceso de trabajo, las cuales suelen constituir tópicos recurrentes en la bibliografía sobre proletarización. Notablemente, las descripciones obtenidas en las respuestas daban cuenta de la presencia de elementos de dicho proceso, pero en un grado mucho menos desarrollado que el sugerido por la literatura al respecto. Por ejemplo, un elemento caro a la reflexión sobre la llamada “descalificación laboral” entre los docentes remite a la imposición de métodos, objetivos o contenidos diseñados por terceros y de los cuales el docente sería un mero ejecutor en el aula. La investigación mostró una baja presencia de estas situaciones y la efectiva posibilidad de relegar o cambiar aquellos con los que ideológicamente el docente no acordara. Sin embargo, esto no significaba que no existieran elementos de un proceso de proletarización. Más bien, lo que mostraban estos resultados era que el control sobre este proceso de trabajo continúa siendo fundamentalmente externo, vía el aparato de supervisión, y en términos teóricos remite a una forma de subordinación del trabajo al régimen propio del capital que expresa, sí un proceso de proletarización, pero aún en sus fases embrionarias. La existencia de estos elementos de proletarización y su grado de desarrollo se pierden si sólo analizamos la cuestión de la posición de determinados grupos en la estructura social como una cuestión clasificatoria en tal o cual categoría. En todo caso, el análisis de distintas dimensiones permitió observar cómo se articulan las relaciones que determinan históricamente a los docentes como parte de la pequeña burguesía y las relaciones que los van constituyendo como parte de la clase trabajadora, qué aspectos tienden a alentar este proceso y cuáles a limitarlo y qué consecuencias tiene esto en la conformación de una determinada fuerza de trabajo.
En otros casos, el intento de operacionalización se realizó a partir de fuentes secundarias, principalmente estadísticas y censos oficiales. En este tipo de situaciones, se trata de construir un instrumento teórico metodológico que permita detectar qué variables o combinación de variables presentes en estas fuentes podrían funcionar como indicadores de dimensiones relevantes para la perspectiva teórica propia. Por ejemplo, en el caso de la medición de la superpoblación relativa. En términos teóricos, ésta asume diversas modalidades constantes: una forma flotante, que es sucesivamente atraída y repelida por la producción capitalista y fluye según las distintas alternativas del ciclo económico; una forma latente, propia del campo, donde el avance de la producción capitalista repele a la población rural y periódicamente la desagota hacia las ciudades; finalmente, la modalidad intermitente, que queda estancada y logra sobrevivir en base a changas y trabajos irregulares. Generalmente estas formas suelen ser entendidas en términos descriptivos antes que como categorías teóricas. El desafío fue establecer una delimitación precisa en función de su operacionalización, de manera tal de medir el volumen que alcanzan estas modalidades y de intentar conceptualizar qué expresa su peso y composición en términos de desarrollo capitalista.
En general, en el ámbito académico se suele reivindicar la noción de “caja de herramientas”, suponiendo que la pluralidad de instrumentos tomados de distintas teorías implica una ventaja. Esta forma instrumentalista de abordar la investigación muchas veces encubre el propio punto de partida teórico desde el cual se administra la selección de herramientas. Obviamente, no se trata de negar la necesidad de incorporar en la investigación desarrollos efectivos producidos desde otras perspectivas, sino de llamar la atención respecto de que esa integración nunca se desarrolla desde un lugar neutral sino desde una teoría determinada, que, si no se explicita, corre el riesgo de derivar en una mera yuxtaposición de conceptos, no necesariamente coherente, con la consecuente imprecisión en los resultados a los que eventualmente se arribe. Por eso, más allá de la técnica específica, lo que me interesa destacar es que, en ambos casos descriptos, de lo que se trata es de desarrollar determinados instrumentos teórico-metodológicos que permitan construir observables para responder a las preguntas planteadas precisamente desde la propia perspectiva teórica.
¿Cómo articulas tu práctica de militancia política y/o gremial con tu práctica de investigación? ¿Cuáles son las tensiones y las continuidades que encontras entre ambas?
Muchas veces en el ámbito académico los posicionamientos teóricos se presentan como si no tuvieran una incidencia efectiva en la realidad. Así, por ejemplo, la idea de la “desaparición de la clase obrera” que mencionaba antes, que alcanzó predominio en la década del noventa, y que hoy persiste, aunque más debilitada, tuvo una incidencia política fundamental. Si pensamos que su auge se dio en momentos de una ofensiva generalizada sobre los trabajadores, su efecto, deliberadamente o no, fue el aislamiento de esta clase en sus luchas: ¿qué sentido tenía solidarizarse o aliarse con un sujeto inexistente? En el plano ideológico este aislamiento fue ostensible. Y por eso se ha llegado a hablar de él en términos de una auténtica “acción psicológica”. Hoy, el hecho de que las ideas imperantes hagan que siga siendo más sencillo pensar en fin del mundo antes que en el fin del capitalismo, puede considerarse una extensión de esa situación.
En este sentido, no existe desarrollo teórico y científico que, como todo fenómeno social, no esté inserto en una determinada relación de fuerzas sociales. Y esto sucede más allá de la intención del sujeto que enuncia estos desarrollos. Pensando en esto, y partiendo de la distinción clásica entre lucha económica, política y teórica, y de que en la realidad existe una división funcional entre distintos grupos que asumen el quehacer específico referido a cada una de ellas, es claro que, en el plano intelectual, la principal práctica refiere a esta última. En el plano científico supone intentar dar respuesta a los nuevos problemas con los que la realidad, siempre en movimiento, nos va enfrentando. Y esto sólo es posible a través de la investigación empírica. En este contexto, la participación en un colectivo autónomo de investigadores agrupados en torno a una perspectiva y un programa teórico brinda un marco coherente para el desarrollo de la investigación. Y a la vez flexibilidad, para destacar los problemas que hacen a los intereses orgánicos más generales de los trabajadores como clase por encima de aspectos parciales, corporativos o coyunturales. Finalmente, aunque supone el costo de cierto aislamiento por no subordinarse a los temas en boga que son objeto de más fácil reconocimiento, permite una independencia difícil de equiparar en términos de la decisión sobre los problemas de investigación a desarrollar.
Citas
* Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires. CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). elbert.rodolfo@gmail.com
** Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires. CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). agustinsantella@gmail.com
[1] Licenciada en Sociología por la Universidad Nacional de La Plata, Magíster en Teoría y Metodología de las Ciencias. Sociales por CLACSO/FLACSO. Profesora Adjunta Regular del Dpto. de Cs. Políticas y Sociales, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Comahue. Directora del Proyecto de Investigación: “Luchas territoriales y forma estatal en la posconvertibilidad (2002–2015)” Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, UNCo. Miembro del Grupo de Trabajo de CLACSO “Estados latinoamericanos: ruptura y restauración”. Ha compilado recientemente el libro Luchas territoriales y Estado. Criminalización y resistencias en el sur (2018 Publifadecs, Fiske Menuco).
[2] Lic. y Prof. en Sociología, Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA); Mg. en Sociología de la Cultura, Instituto de Altos Estudios Sociales –UNSaM- y Dr. en Ciencias Sociales, UBA. Actualmente es becario postdoctoral del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) con sede de trabajo en el Instituto de Investigaciones Gino Germani y se desempeña como docente en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Belgrano. Además de varios artículos y capítulos de libro, ha publicado ¿Alguien dijo crisis del marxismo? Axel Honneth, Slavoj Žižek y las nuevas teorías críticas de la sociedad (2018 Prometeo, Buenos Aires) y editado junto a Ariel Pennisi, Disparen contra Marx (2018 90 Intervenciones, Buenos Aires).
[3] Dr. en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba. Profesor Adjunto en la Cátedra de Historia Social Argentina, Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Córdoba. Investigador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), sede IDH (Instituto de Humanidades). Su último libro es Cultura política, militantes y movilización. Neuquén en la década de los ’90 (2017 Prometeo, Buenos Aires).
[4] Lic. en Sociología y Doctor en Ciencias Sociales. Coordinador del área de estructura social del PIMSA (Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina) e investigador adjunto del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). Uno de sus últimos artículos es Donaire, Ricardo, Rosati, Germán, Cavalleri, Stella y Mattera, Pablo (2016) “Superpoblación relativa en Argentina. Construcción de un instrumento para su relevamiento sistemático y estandarizado”, PIMSA Documentos y Comunicaciones Nro. 17, Bs.As, http://www.pimsa.secyt.gov.ar/publicaciones/DT_2016_94.pdf
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Cómo citar ¬
Rodolfo Elbert y Agustín Santella, «Práctica de la investigación en el marxismo argentino contemporáneo. Entrevistas», Revista de Estudios Marítimos y Sociales [En línea], publicado el [insert_php] echo get_the_time('j \d\e\ F \d\e\ Y');[/insert_php], consultado el [insert_php] setlocale(LC_ALL,"es_ES"); echo strftime("%e de %B del %Y");[/insert_php]. URL: https://estudiosmaritimossociales.org/archivo/rems-14/debates-elbert/