Políticas de confinamiento e impacto de la viruela sobre las poblaciones nativas
de la región pampeano-nordpatagónica (décadas de 1780 y 1880) 

Con­fi­ne­ment poli­cies and impact of small­pox on nati­ve popu­la­tions in Pam­pas and North Pata­go­nia (1780s and 1880s)

Juan Fran­cis­co Jimé­nez*
Sebas­tián L. Alio­to**

Reci­bi­do: 1 de mar­zo de 2017
Acep­ta­do:  20 de junio de 2017

Resumen

El modo en que las epi­de­mias ori­gi­na­das en el Vie­jo Mun­do, inclu­yen­do la virue­la, afec­ta­ron a las socie­da­des nati­vas ame­ri­ca­nas ha sido obje­to de un exten­so deba­te. Se ha sos­te­ni­do que fue­ron la prin­ci­pal cau­sa de la caí­da demo­grá­fi­ca nati­va, lo que, si nos atu­vié­ra­mos sólo a la his­to­ria natu­ral de la enfer­me­dad, pare­cie­ra excul­par a los inva­so­res euro­peos. Pero si se tie­nen en cuen­ta las polí­ti­cas sani­ta­rias lle­va­das ade­lan­te por los colo­ni­za­do­res, el pano­ra­ma es dis­tin­to. A tra­vés de ejem­plos sepa­ra­dos por un siglo, se estu­dia cómo las polí­ti­cas de con­fi­na­mien­to de indí­ge­nas pam­pea­nos en cár­ce­les y cam­pos de con­cen­tra­ción cola­bo­ra­ron a diez­mar a la pobla­ción afec­ta­da, com­ple­tan­do en los sobre­vi­vien­tes el daño hecho en las ante­rio­res entra­das mili­ta­res. A par­tir de los fre­cuen­tes con­flic­tos inter­ét­ni­cos de las déca­das de 1770 y 1780, los/las indí­ge­nas (espe­cial­men­te las muje­res y niños) apri­sio­na­dos en las cam­pa­ñas mili­ta­res fue­ron ence­rra­dos en con­di­cio­nes de haci­na­mien­to que faci­li­ta­ron su con­ta­gio de virue­las, sin que se toma­ran las medi­das pro­fi­lác­ti­cas corres­pon­dien­tes. Lo mis­mo ocu­rrió en un cam­po de con­cen­tra­ción de pri­sio­ne­ros duran­te la “Cam­pa­ña al Desier­to”, a pesar de que el cono­ci­mien­to epi­de­mio­ló­gi­co esta­ba ya más ade­lan­ta­do y de la exis­ten­cia de per­so­nal médi­co en la campaña.

Pala­bras cla­ve: Con­fi­na­mien­tos — Indí­ge­nas — Virue­la — Región Pampeana

Abstract

The way in which epi­de­mics coming from the Old World, inclu­ding small­pox, affec­ted Nati­ve Ame­ri­can socie­ties has been widely dis­cus­sed. It has been said that they were the main cau­se of nati­ve demo­graphic fall, which, if we adjust to the natu­ral his­tory of disea­se, seems to excu­se Euro­pean inva­ders. If the colo­ni­zers’ poli­cies are taken into account, howe­ver, the pano­ra­ma chan­ges. Through exam­ples sepa­ra­ted by a cen­tury, this arti­cle stu­dies how the poli­cies of con­fi­ne­ment of Pam­pas Indians in pri­sons and con­cen­tra­tion camps colla­bo­ra­ted to deci­ma­te the affec­ted popu­la­tion, com­ple­ting in the sur­vi­vors the dama­ge cau­sed in the pre­vious mili­tary entran­ces. As a result of the fre­quent inter­eth­nic con­flicts in the 1770s and 1780s, indi­ge­nous peo­ple (espe­cially women and chil­dren) impri­so­ned in mili­tary cam­paigns were loc­ked up in over­crow­ded con­di­tions that encou­ra­ged the spread of small­pox, without prophy­lac­tic mea­su­res being taken. The same hap­pe­ned in a con­cen­tra­tion camp during the “Cam­pa­ña al Desier­to”, although epi­de­miolo­gi­cal know­led­ge was impro­ving by then, and the fact that the cam­paign had medi­cal personnel.

Key­words: Con­fi­ne­ment — Indians — Small­pox — Pampas

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Introducción

Las enfer­me­da­des epi­dé­mi­cas intro­du­ci­das por los euro­peos a par­tir de la con­quis­ta afec­ta­ron masi­va y pro­fun­da­men­te a los nati­vos de toda Amé­ri­ca, pro­du­cien­do una cri­sis demo­grá­fi­ca casi sin pre­ce­den­tes que impi­dió su recu­pe­ra­ción has­ta los nive­les pre­vios a la invasión.

El ais­la­mien­to de esas pobla­cio­nes con res­pec­to a los habi­tan­tes del Vie­jo Mun­do,[1] hizo que enfer­me­da­des endé­mi­cas y de menor efec­to letal del otro lado del océano devi­nie­ran epi­dé­mi­cas y alta­men­te des­truc­ti­vas en tie­rras ame­ri­ca­nas. Los bro­tes de virue­la, en espe­cial –aun­que no úni­ca­men­te–, diez­ma­ron a los nati­vos en for­ma perió­di­ca y recurrente.

El deba­te acer­ca de las con­se­cuen­cias de la inva­sión euro­pea sobre las pobla­cio­nes indí­ge­nas ha gira­do en gene­ral en torno a los pri­me­ros momen­tos del con­tac­to; se dis­cu­te enton­ces si la caí­da demo­grá­fi­ca se debió prin­ci­pal­men­te a la vio­len­cia des­ple­ga­da por los con­quis­ta­do­res, o a las enfer­me­da­des que estos tra­je­ron del vie­jo con­ti­nen­te. La segun­da hipó­te­sis pare­ce en prin­ci­pio excul­par a los inva­so­res, en tan­to no podían con­tro­lar el con­ta­gio. Pero si se estu­dia el desa­rro­llo de las epi­de­mias duran­te toda la épo­ca colo­nial y el pri­mer siglo repu­bli­cano, y se incor­po­ran al aná­li­sis las polí­ti­cas impe­ria­les hacia los nati­vos, el pano­ra­ma cambia.

Varios auto­res que estu­dia­ron el fenó­meno de la pér­di­da demo­grá­fi­ca con­si­de­ran que ella fue fru­to del efec­to com­bi­na­do de la enfer­me­dad con los con­flic­tos pro­vo­ca­dos por la colo­ni­za­ción euro­pea y sus secue­las, que en algu­nas regio­nes inclu­ye­ron cau­ti­ve­rio, des­pla­za­mien­to de pobla­cio­nes y des­truc­ción de la infra­es­truc­tu­ra eco­nó­mi­ca nati­va [Johan­son 1982; Lar­sen 1994; Kel­ton 2007; Jones 2015; Jones et al. 2015 y Livi-Bac­ci 2006].

Aun­que se acep­ta­ra que la coro­na espa­ño­la no tuvo inten­ción de exter­mi­nar a los nati­vos,[2] y aun cuan­do admi­tié­ra­mos que qui­sie­ra pro­te­ger­los median­te la pro­mul­ga­ción de una amplia legis­la­ción, lo cier­to es que muchas de las polí­ti­cas lle­va­das ade­lan­te por sus agen­tes faci­li­ta­ron la difu­sión de las enfer­me­da­des intro­du­ci­das, crean­do una rela­ción sinér­gi­ca y poten­cian­do sus efec­tos devastadores.

La más noto­ria fue el pro­gra­ma de agru­par a las pobla­cio­nes en pue­blos, aldeas, misio­nes y reduc­cio­nes. A menu­do, esta prác­ti­ca alte­ró pro­fun­da­men­te los patro­nes tra­di­cio­na­les de asen­ta­mien­to y de sub­sis­ten­cia indí­ge­nas, vol­vién­do­los más vul­ne­ra­bles a la enfer­me­dad, en tan­to se con­cen­tra­ba en espa­cios redu­ci­dos a per­so­nas bajo stress ali­men­ta­rio y social. La vida en misio­nes ilus­tra el resul­ta­do de tales políticas:

La experiencia más común entre los indios de las misiones de frontera era la muerte prematura. La mayoría de las personas que iban a vivir allí sucumbían más rápidamente que en otras circunstancias –a veces en unos pocos meses–, como resultado directo de haber entrado en íntima asociación con europeos, sus microorganismos mórbidos, y su régimen “civilizador” [Sweet, 1995: 11][3]

El con­tac­to con los micro­bios com­bi­na­do con las con­di­cio­nes en las que los neó­fi­tos vivían (suma­dos a una mala ali­men­ta­ción), hacía que la pobla­ción se vie­ra afec­ta­da recu­rren­te­men­te por epi­de­mias dele­té­reas. Des­de el pun­to de vis­ta demo­grá­fi­co, enton­ces, las misio­nes fue­ron defi­ci­ta­rias: su tama­ño sólo podía incre­men­tar­se, o sim­ple­men­te man­te­ner­se, median­te la incor­po­ra­ción cons­tan­te de nue­vo per­so­nal pro­ve­nien­te de comu­ni­da­des inde­pen­dien­tes [Sweet, 1995].[4]

Las estra­te­gias de con­cen­tra­ción, agre­ga­das a aque­llas ten­dien­tes a extraer tri­bu­to y fuer­za de tra­ba­jo en un con­tex­to de fran­ca caí­da demo­grá­fi­ca y a supri­mir las creen­cias loca­les, no con­tri­buían pre­ci­sa­men­te al bien­es­tar de los nati­vos, más allá de cuá­les fue­sen las inten­cio­nes de quie­nes las pla­ni­fi­ca­ban.[5]

En el Río de la Pla­ta –lejano bor­de meri­dio­nal del impe­rio espa­ñol– esa situa­ción tam­bién se veri­fi­có, des­de lue­go que ajus­ta­da a las carac­te­rís­ti­cas pro­pias del lugar. Las socie­da­des nati­vas regio­na­les per­ma­ne­cie­ron duran­te siglos fue­ra del con­trol colo­nial, esta­ble­cién­do­se una amplia fron­te­ra con cone­xio­nes cada vez más fre­cuen­tes; hacia fines del siglo XVIII, Bue­nos Aires, fla­man­te capi­tal del virrei­na­to rio­pla­ten­se, incre­men­tó su impor­tan­cia como cen­tro prin­ci­pal de las nego­cia­cio­nes diplo­má­ti­cas y del comer­cio inter­ét­ni­co con los indios de las pam­pas y Nord­pa­ta­go­nia, y tam­bién como el cen­tro des­de don­de par­tían las cam­pa­ñas mili­ta­res hacia terri­to­rio indí­ge­na. Los cau­ti­vos obte­ni­dos en esas expe­di­cio­nes eran lle­va­dos a la ciu­dad como prisioneros.

A la vez, Bue­nos Aires exhi­bía en esos tiem­pos una cier­ta pros­pe­ri­dad cre­cien­te, basa­da prin­ci­pal­men­te en la expor­ta­ción de meta­les pre­cio­sos y cue­ros y la impor­ta­ción de escla­vos afri­ca­nos. Este ingre­so de pie­zas huma­nas, una de las vías pri­mor­dia­les de entra­da del virus varió­li­co,[6] gene­ró bro­tes epi­dé­mi­cos cada vez más fre­cuen­tes que des­de la capi­tal se expan­dían hacia el res­to del virrei­na­to, pero tam­bién más allá de la fron­te­ra ingre­san­do a los terri­to­rios indí­ge­nas. Esa con­di­ción de ciu­dad por­tua­ria y comer­cial y de cen­tro polí­ti­co regio­nal la con­vir­tió en un gra­ve ries­go sani­ta­rio y epidemiológico.

A par­tir de los fre­cuen­tes con­flic­tos inter­ét­ni­cos de las déca­das de 1770 y 1780, los indí­ge­nas (espe­cial­men­te muje­res y niños) apri­sio­na­dos en las cam­pa­ñas mili­ta­res fue­ron ence­rra­dos en con­di­cio­nes que faci­li­ta­ron su con­ta­gio de virue­las. Por lo que se sabe y tal como anti­ci­pá­ra­mos en una de las notas pre­vias, los espa­ño­les no usa­ron la enfer­me­dad deli­be­ra­da­men­te para matar, pero sí desa­rro­lla­ron polí­ti­cas que, aun­que no tuvie­ran ese obje­ti­vo, logra­ban faci­li­tar la difu­sión del virus: con­fi­na­mien­to –man­te­ner gen­te pre­sa en Bue­nos Aires equi­va­lía a expo­ner­los a un alto ries­go epi­de­mio­ló­gi­co –, haci­na­mien­to, y fal­ta de medi­das pre­ven­ti­vas antes y duran­te los bro­tes epi­dé­mi­cos gene­ra­ron nive­les impor­tan­tes de mor­bi­li­dad y de mor­ta­li­dad en la pobla­ción cautiva.

A con­ti­nua­ción, pre­sen­ta­re­mos dos estu­dios de caso entre 1780 y 1789, que se carac­te­ri­zan por­que si bien pudie­ra obje­tar­se que no invo­lu­cra­ron gran­des pér­di­das de vidas en tér­mi­nos abso­lu­tos, mues­tran un resul­ta­do muy nega­ti­vo si se los con­si­de­ra en pro­por­ción a la redu­ci­da esca­la demo­grá­fi­ca de las socie­da­des nati­vas en cues­tión, y en com­bi­na­ción con las pre­vias muer­tes de los fami­lia­res del gru­po en “com­ba­tes” que a menu­do fue­ron masa­cres [Jimé­nez, Alio­to y Villar 2017; Jimé­nez y Alio­to 2017].

El obje­ti­vo de impe­dir la fuga de los pri­sio­ne­ros uti­li­zan­do la menor can­ti­dad posi­ble de guar­dia­nes pri­mó por sobre la pre­ven­ción sani­ta­ria y la segu­ri­dad. En algu­nas opor­tu­ni­da­des, las auto­ri­da­des colo­nia­les con­cen­tra­ron y ais­la­ron a los enfer­mos jun­to con per­so­nas sanas, agra­van­do con ello el natu­ral ries­go de con­ta­gio e incre­men­tan­do más aún la mor­bi­li­dad varió­li­ca. Por otra par­te, los agen­tes micro­bia­nos encon­tra­ron en los suje­tos ence­rra­dos hués­pe­des pro­pi­cios debi­do a su mala ali­men­ta­ción y a su situa­ción de stress. Las con­se­cuen­cias nega­ti­vas de estas polí­ti­cas se agra­va­ban cuan­do los res­pon­sa­bles de las ins­ti­tu­cio­nes res­pec­ti­vas cum­plían negli­gen­te­men­te sus funciones.

En los casos a exa­mi­nar, se vie­ron afec­ta­das muje­res y niños nati­vos reclui­dos en la Casa de Reco­gi­das de Bue­nos Aires a raíz de los inten­sos con­flic­tos que invo­lu­cra­ron a sus gru­pos, duran­te la déca­da de 1780. Se explo­ra­rá en deta­lle el pro­ce­di­mien­to que debie­ron seguir los admi­nis­tra­do­res colo­nia­les, en cum­pli­mien­to de dos Reales Órde­nes emi­ti­das al res­pec­to en 1785 y 1788 y de las pres­crip­cio­nes del manual médi­co en el que se basa­ban, dis­tri­bui­do pro­fu­sa­men­te por la coro­na en sus colo­nias ame­ri­ca­nas en un inten­to de nor­ma­li­zar las prác­ti­cas médi­cas. En estos even­tos enfer­mó y murió una pro­por­ción impor­tan­te de la pobla­ción inter­na­da, según dan cuen­ta deta­lla­da los regis­tros docu­men­ta­les del reco­gi­mien­to, a los que se suman otras fuen­tes vin­cu­la­das a la admi­nis­tra­ción polí­ti­ca y mili­tar fron­te­ri­za que per­mi­ten recu­pe­rar las cir­cuns­tan­cias de contexto.

Vere­mos lue­go que un siglo des­pués, duran­te las cam­pa­ñas mili­ta­res que pusie­ron fin a la auto­no­mía indí­ge­na, las con­duc­tas negli­gen­tes res­pec­to de los pri­sio­ne­ros indí­ge­nas se repi­tie­ron, a pesar de que se con­ta­ba con per­so­nal médi­co espe­cia­li­za­do. En par­te por­que el camino a seguir fue deci­di­do por los coman­dan­tes mili­ta­res antes que, por los facul­ta­ti­vos, las medi­das pre­cau­to­rias no se toma­ron a tiem­po, dan­do opor­tu­ni­dad al virus de expan­dir­se entre los cau­ti­vos, cuya situa­ción de con­cen­tra­ción cola­bo­ró a difun­dir­la a gran velocidad.

Epidemias y políticas sanitarias coloniales

Sabe­mos que los pro­pios indí­ge­nas encon­tra­ban una vin­cu­la­ción estre­cha entre vida urba­na, con­cen­tra­ción pobla­cio­nal, seden­ta­ris­mo y enfer­me­da­des infec­cio­sas, como lo reve­la la argu­men­ta­ción del caci­que pam­pa Igna­cio Mutu­ro ante el padre jesui­ta Lucas Cava­lle­ro, que pre­ten­día esta­ble­cer­los en misión:

Pues lo que nos da cuidado es que lo mismo es poblarse los pampas que venir la peste y acabarnos. ¿Tú no tienes noticia de lo que nos sucedió en Areco? Pues, apenas se juntaron aquí con su corregidor más trescientos pampas cuando luego los acabó la peste Igual es lo que sucedio a los demás pueblos que todos se acaban y consumen. Pues, ¿qué nos puede suceder a nosotros sino lo mismo? lo mismo es poblarse los pampas que venir la peste y acabarnos [Page 2007: 440-441].

Esta razón los per­sua­día de la incon­ve­nien­cia de ese modo de vida como regla para su pro­pio establecimiento.

Dado que Bue­nos Aires fue un cen­tro de con­cen­tra­ción de indí­ge­nas apri­sio­na­dos en las cam­pa­ñas mili­ta­res, los sobre­vi­vien­tes de las entra­das espa­ño­las, ade­más de sufrir la des­ar­ti­cu­la­ción de sus fami­lias, que­da­ron expues­tos a un ries­go alto des­de el pun­to de vis­ta epi­de­mio­ló­gi­co, veri­fi­cán­do­se tam­bién allí el vati­ci­nio de Mutu­ro, según vere­mos enseguida.

a) La epidemia de 1780

En abril de 1780 el encar­ga­do de la Guar­dia de Chas­co­mús envió pre­so a Bue­nos Aires a un indio acu­sa­do de com­pli­ci­dad con recien­tes incur­so­res fronterizos.

A los pocos días, las auto­ri­da­des virrei­na­les recla­ma­ron que se envia­ra tam­bién a la capi­tal a la mujer e hijos del pre­so, que habían que­da­do en la guar­dia. El coman­dan­te res­pon­dió que tres niños habían enfer­ma­do y muer­to: “en el mez de Mayo los con­du­je a ésa Ciu­dad y al ins­tan­te de aver lle­ga­do enfer­ma­ron de las bri­bue­las de cuya enfer­me­dad han muer­to dos hijos y el otro murio aqui antes de lle­var­la”; en cuan­to a la madre, “dicha chi­na esta toda­bia enfer­ma y siem­pre de q.e no mue­ra ten­go de pedir­la a S.E. por q.e tie­ne tra­ta­do de casar­se con un Escla­vo mio des­pues q.e se haga Chris­tia­na”.[7]

En suma, toda la fami­lia enfer­mó entre abril y mayo de 1780. Pero no fue­ron los úni­cos: los libros de defun­cio­nes de las parro­quias de Bue­nos Aires mues­tran que otras 16 per­so­nas falle­cie­ron entre mar­zo y julio de ese año (ver Tabla 1). En los asien­tos de difun­tos, si bien no apa­re­ce men­cio­na­da la cau­sa de la defun­ción (no era obli­ga­to­rio con­sig­nar­la, ni tam­po­co la edad de las per­so­nas), se ano­ta, en cam­bio, el nom­bre y ape­lli­do de los padres en el caso de los pár­vu­los.[8] Gra­cias a ello, lle­ga­mos a saber que Mariano, inte­gran­te de la lis­ta, fue uno de los hijos de la chi­na alu­di­da por Escri­bano (lla­ma­da María) y aba­ti­da por la virue­la, cir­cuns­tan­cia que refuer­za la pro­ba­bi­li­dad de que la con­cen­tra­ción de dece­sos en esos meses se deba a un bro­te que no ha sido explí­ci­ta­men­te regis­tra­do.[9]

Tabla 1. Prisioneras indias muertas en la epidemia de 1780 en Buenos Aires[10]
Nom­bre Fecha Edad Condición Apro­pia­dor Dere­chos
Petro­na 28-mar­zo s/d India sol­te­ra Cria­da en casa de Miguel Barrionuevo. 2 pesos
María Cata­li­na 17-abril s/d Adul­ta Yndia pam­pa cris­tia­na en poder de Miguel Lopez Limos­na
María Anto­nia 11-mayo s/d Pár­vu­la Yndia Pam­pa cria­da en casa de Pas­cual Castro Limos­na
Mariano 13-mayo s/d Pár­vu­lo Hijo de María india Auca Limos­na
Jua­na 1‑junio s/d s/d Yndia Pam­pa Limos­na
Agu­ti­na 3‑junio s/d s/d Yndia Pam­pa Limos­na
San­tia­go 4‑junio s/d Pár­vu­lo De casa de Ramón Rodríguez 2 pesos
Maria 19-junio s/d Pár­vu­la Nación Aucá, cria­da en casa de Mª Jose­fa Santellan 2 pesos
Ger­no­ni­mo 26-junio s/d Pár­vu­lo Indio pam­pa edu­ca­do por Andrés Billelche 2 pesos
Petro­na 26-junio s/d Adul­ta Yndia sol­te­ra en poder de Roque Jacin­to Barbosa 2 pesos
Jose­fa 28-junio s/d Sol­te­ra Yndia pam­pa cria­da en lo de Pedro Callejas Limos­na
Jose­fa 5‑julio s/d Pár­vu­la Hija de Petro­na Yndia Pampa 2 pesos
Mar­ga­ri­ta 8‑julio 9 años s/d Yndia pam­pa cria­da en casa de Jose­fa Olivares Limos­na
Fran­cis­ca Rita 14-julio 12 Sol­te­ra Yndia pam­pa Limos­na
Agus­tín 16-julio s/d Sol­te­ro Yndio Pam­pa cria­do en casa de José Barragan 2 pesos
Rosa 31-julio s/d s/d Yndia Pam­pa cria­da en casa de Jose­fa Olivares Limos­na
b) La epidemia de 1789 

Un año antes de este even­to epi­dé­mi­co, el 22 de julio de 1788, la Casa de Resi­den­cia alber­ga­ba a unos 43 pri­sio­ne­ros nati­vos –33 muje­res y 10 varo­nes.[11] En docu­men­ta­ción de fecha pos­te­rior a esa no apa­re­cen nue­vos ingre­sos, y sí se men­cio­nan algu­nas muer­tes, por lo que el núme­ro real de pri­sio­ne­ros a media­dos de 1789 debía ron­dar las cua­tro dece­nas. Tene­mos cono­ci­mien­to del bro­te de virue­las, por­que el direc­tor infor­ma­ba regu­lar­men­te al virrey de los dece­sos ocu­rri­dos en ofi­cios bre­ves que con­sig­na­ban el nom­bre del difun­to, su edad y su ori­gen; esa infor­ma­ción per­mi­te cono­cer la dura­ción del pro­ble­ma, y a qué sec­tor de la pobla­ción reco­gi­da afec­tó mayor­men­te. La pri­me­ra muer­te adju­di­ca­da a la enfer­me­dad es del 15 de junio de 1789 y la últi­ma, del 2 de agos­to siguien­te– y falle­cie­ron tre­ce per­so­nas, es decir, más de un cuar­to del total de nati­vos reclui­dos (ver Tabla 2). La mayor par­te de los muer­tos eran meno­res o ado­les­cen­tes (un 60%);[12] el res­to se divi­de entre jóve­nes (dos) y ancia­nas (dos).

Tabla 2. Indígenas prisioneros muertos en la epidemia de 1789[13]
Fecha Nom­bre Edad Cristiano/a Pro­ce­den­cia
15-VI-1789 María del Carmen Sin men­ción de edad Remi­ti­da de Pata­go­nes con otras tres. Ingre­sa­ron a la Resi­den­cia en 1788
30-VI-1789 Fran­cis­ca Navarro Sin men­ción de edad Remi­ti­da de Pata­go­nes con otras tres. Ingre­sa­ron a la Resi­den­cia en 1788
03-VII-1789 Anto­nia 11 años Fue cap­tu­ra­da duran­te la entra­da gene­ral de 1784.
05-VII-1789 Tere­sa 9 años Remi­ti­da de Pata­go­nes con otras tres. Ingre­sa­ron a la Resi­den­cia en 1788.
07-VII-1789 Domin­ga Martínez Sin men­ción de edad Sin datos
09-VII-1789 Juan José 12 años Fue cap­tu­ra­do duran­te la entra­da gene­ral de 1784.
11-VII-1789 Domin­ga de los Ángeles 6 años Fue cap­tu­ra­da duran­te la entra­da gene­ral de 1784.
11-VII-1789 Isa­bel 11 años Fue cap­tu­ra­da duran­te la entra­da gene­ral de 1784.
20-VII-1789 Manuel 18 años Fue cap­tu­ra­do duran­te la entra­da gene­ral de 1784.
23-VII-1789 Ber­na­bé 6 años Fue cap­tu­ra­do duran­te la entra­da gene­ral de 1784.
28-VII-1789 Fran­cis­ca Xaviera Ancia­na Fue cap­tu­ra­da duran­te la entra­da gene­ral de 1784.
28-VII-1789 María Mer­ce­des Muy ancia­na Fue cap­tu­ra­da duran­te la entra­da gene­ral de 1784.
02-VIII-1789 Juan 18 a 20 años Fue cap­tu­ra­do duran­te la entra­da gene­ral de 1784.

De estas tre­ce víc­ti­mas, nue­ve eran ran­que­les del País de los Méda­nos o Leu Mapu[14] cap­tu­ra­das en una cam­pa­ña rea­li­za­da en 1784 por Fran­cis­co Bal­car­ce; según un lis­ta­do rea­li­za­do en la Casa en 1788, había 11 muje­res y un núme­ro no deter­mi­na­do de varo­nes ingre­sa­dos lue­go de esa entra­da. Sabe­mos por los infor­mes de la cam­pa­ña que Bal­car­ce ata­có un asen­ta­mien­to en las Sali­nas de San­ta Isa­bel, “…en quio encuen­tro que­da­ron muer­tos 93 Ynfie­les, y pri­cio­ne­ros 86 muge­res, y niños de ambos sexos con q.e ha regre­sa­do”,[15] y que esos tol­dos fue­ron los del caci­que Catruen.[16] Las lagu­nas exis­ten­tes en la docu­men­ta­ción de la Casa de Reco­gi­mien­to nos impi­den saber con cla­ri­dad qué ocu­rrió con este con­jun­to de 86 pri­sio­ne­ros; es pro­ba­ble que un núme­ro impor­tan­te de ellos fue­ra res­ca­ta­do por sus fami­lia­res duran­te los inter­cam­bios de cau­ti­vos que se lle­va­ron a cabo en 1786, 1787 y 1788 en Sali­nas Gran­des y Bue­nos Aires.[17] Sí nos cons­ta que el 21 de abril de 1785 el direc­tor de la Casa de Reco­gi­das le infor­ma­ba al Virrey haber entre­ga­do al Sar­gen­to Chin­chón “once Yndias por orden de V.E. todas per­te­ne­cien­tes à la par­ti­da q.e se cogio en la Entra­da Grâl.”.[18] Unos meses des­pués, en julio de 1785, que­da­ban en la Resi­den­cia 11 muje­res y 10 niños,[19] de los cua­les 9 muje­res y 2 niños murie­ron en la epi­de­mia de 1789.

El impac­to de este ata­que sobre la pobla­ción ran­quel pue­de ser eva­lua­do con­si­de­ran­do infor­ma­ción pro­ve­nien­te de una déca­da antes. En noviem­bre de 1774, se cal­cu­la­ba que los varo­nes ran­que­les en con­di­cio­nes de tomar las armas suma­ban entre 300 y 400.[20] Quie­re decir que, en una úni­ca embes­ti­da, el gru­po per­dió un núme­ro de com­ba­tien­tes (93) equi­va­len­te a apro­xi­ma­da­men­te una cuar­ta par­te de los esti­ma­dos en aque­lla opor­tu­ni­dad. Pero ade­más su demo­gra­fía resul­tó doble­men­te afec­ta­da por la cap­tu­ra de 86 per­so­nas que repre­sen­ta­ban la pér­di­da de un por­cen­ta­je impor­tan­te de las muje­res en edad fér­til y de un con­jun­to de miem­bros jóve­nes [Jimé­nez y Alio­to 2017]. Para col­mo de males, cual­quier recu­pe­ra­ción pos­te­rior debió ver­se demo­ra­da por un bro­te de virue­la sur­gi­do en las tol­de­rías, a raíz del con­ta­gio des­en­ca­de­na­do por una par­ti­da comer­cial que se había infec­ta­do en Bue­nos Aires duran­te el invierno de 1789 [Jimé­nez y Alio­to 2013].

Las con­se­cuen­cias leta­les de una epi­de­mia como esa de 1789 se cons­ta­tan asi­mis­mo en el caso de otro peque­ño núme­ro de pri­sio­ne­ras nati­vas. En julio de 1788, el virrey Lore­to enco­men­dó al cape­llán de la Casa de Reco­gi­mien­to que se hicie­ra car­go de cua­tro indias remi­ti­das des­de el fuer­te de Car­men de Río Negro, que debían per­ma­ne­cer allí “… con buen tra­to, y segu­ri­dad”.[21] Pero las auto­ri­da­des de la Resi­den­cia sepa­ra­ron y die­ron tra­ta­mien­to pre­fe­ren­cial úni­ca­men­te a María de la Con­cep­ción, una mucha­cha “de bellas fac­cio­nes”, quien mani­fes­tó deseos de ser cris­tia­na y de no que­rer retor­nar a tie­rras indí­ge­nas. Las otras tres que con­ti­nua­ron pre­sas en la Casa murie­ron en un cor­to lap­so duran­te el bro­te del año siguien­te. Si tomá­ra­mos ese peque­ño núcleo como uni­ver­so, resul­ta que la leta­li­dad varió­li­ca osci­ló entre el 75 y el 100 por cien­to (depen­dien­do de si se inclu­ye o no a María de la Concepción).

Aun­que ese dato resul­ta fun­da­men­tal, el sufri­mien­to de los afec­ta­dos no se mide sólo por la pér­di­da de vidas. Tam­bién es trau­má­ti­ca la expe­rien­cia de los sobre­vi­vien­tes y de los desahu­cia­dos, rodea­dos por per­so­nas con­ta­gia­das que mue­ren una a una, mien­tras se care­ce de la más míni­ma posi­bi­li­dad de hacer algo para evi­tar­lo. No obs­tan­te, y como vere­mos a con­ti­nua­ción, los fun­cio­na­rios pudie­ron y debie­ron haber hecho algo para evi­tar seme­jan­tes resultados.

c) Distintos comportamientos con relación al tratamiento de la enfermedad

Aun­que la ciu­dad de Bue­nos Aires esta­ba irre­mi­si­ble­men­te expues­ta al ries­go de una infec­ción varió­li­ca debi­do prin­ci­pal­men­te a la habi­tua­li­dad del comer­cio escla­vis­ta, una apli­ca­ción más rigu­ro­sa de las medi­das sani­ta­rias impul­sa­das por la coro­na podría haber mode­ra­do las con­se­cuen­cias de un brote.

Las polí­ti­cas de cua­ren­te­na y ais­la­mien­to habían sido reco­men­da­das por Real Orden del 15 de abril de 1785. Y jun­to con ella, el minis­tro de Indias José de Gál­vez envió a las colo­nias un folle­to con ins­truc­cio­nes acer­ca de cómo pro­ce­der duran­te una epi­de­mia de virue­las. En reali­dad, el folle­to era un libro escri­to por el médi­co Fran­cis­co Gil, quien pro­po­nía man­te­ner un sis­te­ma de laza­re­tos don­de los enfer­mos fue­ran aten­di­dos por per­so­nas que hubie­sen pade­ci­do la enfer­me­dad y que por lo tan­to estu­vie­ran inmu­ni­za­das. Insis­tía en reco­men­dar el ais­la­mien­to a toda cos­ta de los enfer­mos y la reduc­ción al míni­mo de su con­tac­to con los facul­ta­ti­vos, así como otras varias medi­das pro­fi­lác­ti­cas [Gil 1784: 57–66].[22]

El Des­pa­cho Uni­ver­sal de Indias, ade­más de finan­ciar esa pri­me­ra edi­ción, se encar­gó de dis­tri­buir­la por todas las depen­den­cias colo­nia­les: entre mayo y sep­tiem­bre de 1785 se envia­ron en total 3.500 ejem­pla­res, en tres tan­das, acom­pa­ñan­do la Real Orden men­cio­na­da.[23] El virrey de Bue­nos Aires reci­bió cien­to cin­cuen­ta para dis­tri­buir, el pri­me­ro de sep­tiem­bre de 1785.[24]

La mane­ra de pro­ce­der esta­ba cla­ra­men­te esta­ble­ci­da en el tex­to de la dis­po­si­ción del rey:

...dispondrá V. que luego que se manifieste la invasión de Viruelas en algún Pueblo de su jurisdicción se transporte el primer Virolento, y los que le sucedieren en esta enfermedad, á la Ermita, ó Casa de Campo que V. hubiese destinado, ó mandado hacer á la distancia competente de la Poblacion, y en parage saludable, pero situado de suerte que los Ayres, que regularmente corran en la comarca no pueda comunicar el contagio a los Pueblos, ni Haciendas inmediatas; bien que según el dictamen general de los Profesores, y las experiencias que se han repetido, esta enfermedad pestilentes solo se propaga por el contagio con los enfermos, ó cosas que le sirven.[25]

Pese a que el virrey Lore­to cono­cía el decre­to, con­ta­ba des­de 1785 con un núme­ro sufi­cien­te de ejem­pla­res de la Diser­ta­ción de Gil, y con­ti­nua­ba en el car­go en oca­sión de la epi­de­mia de 1789, ni él, ni los encar­ga­dos de la Casa de Resi­den­cia hicie­ron caso alguno de sus pres­crip­cio­nes. Según la corres­pon­den­cia que man­tu­vie­ron entre sí, los últi­mos no toma­ron nin­gu­na de las medi­das de ais­la­mien­to, y el alto fun­cio­na­rio no demos­tró preo­cu­pa­ción por ase­gu­rar­se que se adop­ta­ran y cum­plie­ran.[26] Su úni­ca inquie­tud se redu­jo a ave­ri­guar si una de las difun­tas había muer­to bau­ti­za­da: “Por el Ofi­cio de Vm de ayèr que­do ente­ra­do de havèr falle­ci­do de virue­las la Yndie­ci­ta Anto­nia, una de las remi­ti­das por el Comand.te de Front.a D.n Fran.co Val­car­ce: y en su con­seq.a pre­ven­go à Vm acla­re si murio cris­tia­na ò Ynfiel”.[27]

La res­pues­ta no tar­dó en lle­gar: Anto­nia había sido bau­ti­za­da antes de morir, y de todos los nati­vos reclui­dos en la Casa, sólo dos pupi­las per­ma­ne­cían fie­les a sus creencias:

El Director de la Casa de Recogidas de esta Capital en virtud de lo que V.E. le previene aclare si la Yndiesita Antonia que acaba de fallecer estos dias de Virguelas, si murio Cristiana ò Ynfiel, dice que excepto dos Yndias antiguas, no tiene V.E. en todas las que hay en dha casa ninguna q.e no sea Cristiana, y las mas de ellas se confiesan y aun comulgan. Muchas es cierto q.e han habido que se han resistido à recivir el S.to Bautismo, pero quando se han visto enfermas gravemente, han pedido el agua del S.to Bautismo, y han muerto cristianas. No dudo, que el noble y piadoso Corazon de V.E. tan celoso por el bien de las Almas se llene de complasencia, y mucho mas quando V.E. es el instrum.to para q.e ellas hayan logravo recivir el S.to Baut.mo.[28]

Esta preo­cu­pa­ción por las almas, y el para­le­lo des­cui­do por los cuer­pos evi­den­cia­do en el incum­pli­mien­to de las nor­mas de pro­fi­la­xis pro­mo­vi­das por la coro­na, recién se modi­fi­ca­ría en 1793.[29] Fue nece­sa­rio que duran­te ese año una epi­de­mia varió­li­ca de mayor poder letal que las ante­rio­res pro­vo­ca­ra la muer­te de la mitad de la pobla­ción infan­til por­te­ña (unos 2.500 niños)[30] para que se opta­ra por ais­lar a los enfer­mos, y aun así no muy rigurosamente.

Con­tra lo que pudie­ra supo­ner­se, la acti­tud de los nati­vos con­tras­ta­ba níti­da­men­te con esa irres­pon­sa­ble negli­gen­cia admi­nis­tra­ti­va. Ellos com­pren­dían bien la nece­si­dad de apar­tar a los enfer­mos, ponién­do­los en cua­ren­te­na y cuan­do sobre­ve­nía la pes­te, sepa­ra­ban a los infec­ta­dos sin vaci­lar, pro­ve­yén­do­les techo, ali­men­tos y bebi­das, y ocu­pán­do­se de con­tro­lar su evolución:

Conocen que la viruela es contagiosa y así lo mismo es asomar entre ellos que dejan al paciente solo, se muda el toldo lejos y cada tres dias vienen algunos á ver los enfermos por varlovento[31], les dejan comida y bebida y prosiguen haciendo lo mismo con todos hasta que sanen ó mueran que es lo común.[32]

El tra­ta­mien­to, al mis­mo tiem­po que dis­mi­nuía la pro­pa­la­ción del mal al impe­dir el con­ta­gio,[33] aumen­ta­ba las posi­bi­li­da­des de super­vi­ven­cia de los enfer­mos, que por encon­trar­se regu­lar­men­te asis­ti­dos tenían mayo­res posi­bi­li­da­des de sobre­vi­da[34] –aun­que debie­ran sopor­tar la enfer­me­dad en sole­dad. Pero cla­ro está que, en con­tra­par­ti­da, si la virue­la infec­ta­ba simul­tá­nea­men­te a la mayo­ría de los miem­bros de un gru­po, aumen­ta­ría su leta­li­dad debi­do pre­ci­sa­men­te a la esca­sez de per­so­nas que pudie­sen brin­dar ali­men­to, agua y abri­go a los enfermos.

No obs­tan­te la sen­sa­tez de sepa­rar a las per­so­nas sanas de los vari­co­sos y su efi­ca­cia en tér­mi­nos sani­ta­rios, esa prác­ti­ca fue a menu­do con­fun­di­da con un aban­dono inhu­mano. Cien años des­pués de la épo­ca que esta­mos con­si­de­ran­do, el ciru­jano mili­tar Luis Orlan­di­ni, cum­plien­do fun­cio­nes en la bri­ga­da al man­do del coro­nel Race­do que inva­dió el terri­to­rio ran­quel en la pam­pa cen­tral como par­te inte­gran­te de las cam­pa­ñas de Roca, con­fir­ma­ba la vigen­cia de ese pro­ce­di­mien­to entre los indios, pero la atri­buía al mie­do, la igno­ran­cia y la brutalidad:

Los indios tienen a esta enfermedad un miedo espantoso, a los primeros casos se alborota una tribu, la madre abandona a sus hijos y éstos a sus padres en casos de enfermedad: el miedo puede en todos ellos más que el amor filial; se le abandona al enfermo de una manera miserable, dejándolo solamente entregado a la providencia, limitando los cuidados sólo a una vasija con agua, algo con qué taparse y el abrigo que pudiera prestarle algún monte en caso de existir o sino el desierto mismo le sirve de habitación.[35]

Una prue­ba indi­rec­ta de que los espa­ño­les advir­tie­ron, aun­que tar­día­men­te, el error de su polí­ti­ca de haci­na­mien­to se encuen­tra en lo suce­di­do algu­nos años des­pués con los indios cha­rrúas y minua­nes que resul­ta­ron pri­sio­ne­ros en las cam­pa­ñas mili­ta­res diri­gi­das con­tra ellos en 1801. En esa oca­sión, los reclu­sos (sobre todo muje­res y niños) tam­bién fue­ron tras­la­da­dos la Casa de Resi­den­cia de Bue­nos Aires, pero al con­tra­rio de lo que ocu­rrió con los pam­pas en 1788, ense­gui­da fue­ron repar­ti­dos entre dis­tin­tas fami­lias de la capital.

En efec­to, des­de el 10 al 14 de julio de 1801, Ber­na­bé Ruiz, alfé­rez encar­ga­do de la Resi­den­cia, entre­gó en cus­to­dia a vein­te veci­nos de la ciu­dad[36] unas 65 muje­res y niños cha­rrúas y minua­nes que inte­gra­ban un con­tin­gen­te de pri­sio­ne­ros recien­te­men­te cap­tu­ra­dos en la Ban­da Orien­tal en junio de ese mis­mo año duran­te tres enfren­ta­mien­tos sos­te­ni­dos por el capi­tán de Blan­den­gues José Pache­co.[37] Este fue el cuar­to con­jun­to de cha­rrúas y minua­nes tras­la­da­do a Bue­nos Aires entre 1798 y 1801: en ese lap­so los pri­sio­ne­ros des­na­tu­ra­li­za­dos suma­ron unos 156 indi­vi­duos, en su mayo­ría muje­res y niños peque­ños,[38] quie­nes en todas las oca­sio­nes fue­ron rápi­da­men­te entre­ga­dos a fami­lias ave­cin­da­das para que se hicie­ran car­go de ellos. Esta prác­ti­ca con­tras­ta con el caso de las pri­sio­ne­ras pam­pas en la déca­da de 1780, quie­nes debie­ron sopor­tar un perio­do de reclu­sión en la Resi­den­cia duran­te el cual se les ense­ña­ban los rudi­men­tos de la fe cató­li­ca, se las bau­ti­za­ba y se les ense­ña­ba cas­te­llano, antes de ser final­men­te repar­ti­das y dadas en cus­to­dia en casas decen­tes para que con­ti­nua­ran su edu­ca­ción a cam­bio de su ser­vi­cio domés­ti­co [Agui­rre 2006 y Salerno 2014].

Este cam­bio de polí­ti­ca fue atri­bui­do por Miguel Las­ta­rria al mar­ques de Avi­lés,[39] pero en reali­dad había ocu­rri­do duran­te la admi­nis­tra­ción de su ante­ce­sor, Anto­nio Ola­guer Feliú. ¿Cuál fue el moti­vo de la modi­fi­ca­ción? La res­pues­ta se encuen­tra en un ofi­cio del Fis­cal Pro­tec­tor de Natu­ra­les al virrey, en el que se sugie­re el repar­to direc­to, debi­do a las posi­bi­li­da­des de con­ta­giar­se de virue­las si las nati­vas eran man­te­ni­das jun­tas en la Casa de Resi­den­cia:

El Then.te de Blandengues D.n Jorge Pacheco me remitio desde el Puert--o de S.n Josef ocho chinas Minuanas con cinco Parvulos p.a q.e las pusiera en seguro desposito á disposición de V.E. En Su consq.a las he hecho trasladar ala Reclusion dela Residencia y lo aviso a  V.E. esperando se sirva prevenirme si gusta de que se den à Personas de buenas costumbres y suficientes posibles que las solicitan, asi para facilitar su civilidad, instrucc.n y educacion cristiana como p.a libertarlas de la peste de virhuelas q.e se ha propagado entre las de su clase en aq.lla casa con muerte de muchas de ellas. Buenos Ayres, 5 de oct.bre de 1797.[40]

Esta mudan­za reco­no­ció los ries­gos de man­te­ner jun­tas en un solo lugar a per­so­nas que eran vul­ne­ra­bles a la enfer­me­dad, aun­que muy tar­día­men­te en com­pa­ra­ción con la tem­pra­na aso­cia­ción que los nati­vos advir­tie­ron entre epi­de­mia y con­cen­tra­ción pobla­cio­nal.[41]

Viruela y concentración durante la Campaña al Desierto

Un siglo des­pués de los casos que ana­li­za­mos antes, el ya con­for­ma­do esta­do nacio­nal argen­tino deci­dió apro­piar­se defi­ni­ti­va­men­te de los terri­to­rios pam­peano-pata­gó­ni­cos que esta­ban fue­ra de su con­trol, más allá de la “fron­te­ra sur”. Duran­te la déca­da de 1870 se suce­die­ron varias expe­di­cio­nes mili­ta­res que cul­mi­na­ron a fines del dece­nio en una gran ofen­si­va a car­go de varias colum­nas, que ase­gu­ró la dis­per­sión de los gru­pos indios, la muer­te de com­ba­tien­tes y la toma de pri­sio­ne­ros entre los sobrevivientes.

En ese con­tex­to, la des­cui­da­da con­cen­tra­ción de cau­ti­vos vol­vió a cau­sar daños en la pobla­ción nati­va, como lo demues­tran los suce­sos ocu­rri­dos duran­te el avan­ce de la Ter­ce­ra Divi­sión Expe­di­cio­na­ria que se inter­nó en terri­to­rio ran­quel bajo el coman­do de Eduar­do Race­do. Pese a que la expe­di­ción con­ta­ba con per­so­nal médi­co, las deci­sio­nes res­pec­to de las con­di­cio­nes sani­ta­rias de los cau­ti­vos no fue­ron toma­das por los médi­cos, sino por el ofi­cial supe­rior a cargo.

En los par­tes de Race­do, la pri­me­ra men­ción a la enfer­me­dad es del 10 de mayo de 1879:

A la una y media de la tarde, llegamos a Leuvú-Carreta, y acampamos allí después de andar cinco leguas. Un rato después, el comandante Meana acompañado de varios oficiales llegó a nuestro campamento y me dio cuenta que uno de los prisioneros estaba enfermo de viruela. Con esta noticia me puse en cuidado, pues temí que este horrible flagelo se desarrollara en la División.[42]

Se advier­te que el temor de Race­do no era por los cau­ti­vos que con­du­cía, sino por una even­tual pro­pa­ga­ción entre su pro­pia tro­pa; sin embar­go y pese a ello, no tomó nin­gu­na medi­da pro­fi­lác­ti­ca has­ta el día 17 de mar­zo, cuan­do ya se habían enfer­ma­do varios nati­vos. En ese momen­to, orde­nó la vacu­na­ción de los indios, siem­pre con el obje­ti­vo de que no se con­ta­gia­sen los soldados:

En la División no se desarrollaba aun la viruela, que tan alarmados nos tenía, después de los primeros casos que ocurrieron. A todos los indios prisioneros se les izo inocular la vacuna, a fin de evitar la propagación de tan funesta enfermedad, que podía muy bien diezmar las fuerzas.[43]

Recién el 22 de mayo, doce días des­pués de la apa­ri­ción del bro­te, se cons­tru­yó el pri­mer laza­re­to para ais­lar a las víc­ti­mas:[44]

Los temores que de tiempo atrás abrigábamos respecto al desarrollo de la viruela estaban ya realizados. Varios casos de este horrible flagelo tuvieron lugar en la fecha. Mandé trabajar sin pérdida de tiempo, un ramadón de grandes dimensiones, y retirado 15 cuadras del campamento: lo destiné para lazareto, al cual debían trasladarse todos los atacados de viruela. En las circunstancias que atravesábamos no podían tomarse otras medidas preventivas. Las fuerzas tenían que estar reunidas y por consiguiente lo solo que podía hacerse para evitar en algo el contagio era aislarla, en lo posible de los atacados… Hasta ese momento la enfermedad sólo se cebaba en los desgraciados indios, que encontraba mejor preparados por su falta de higiene; pero eso no alejaba nuestros temores ni podía librarnos de la compasión que nos causaban aquellos infelices.[45]

Meses des­pués, cuan­do ya la enfer­me­dad pare­cía algo inma­ne­ja­ble, Race­do soli­ci­tó a sus ofi­cia­les médi­cos – Dupon y Orlan­di­ni – la pre­sen­ta­ción de infor­mes sobre el mejor modo de lidiar con la enfer­me­dad. Ante el reque­ri­mien­to, los doc­to­res pro­du­je­ron un acta en con­jun­to, y ade­más cada uno de ellos ela­bo­ró un infor­me indi­vi­dual. Lo curio­so es que, en estos últi­mos, sus auto­res no men­cio­nan el lap­so de doce días trans­cu­rri­do antes de que se toma­ran medi­das, pese a que en el acta reco­men­da­ban la vacu­na­ción y la re-vacu­na­ción como medi­das indis­pen­sa­bles.[46]

El doc­tor Dupon seña­la que la enfer­me­dad esta­ba entre los nati­vos y que recién el 28 de mayo apa­re­ció en un gru­po de pri­sio­ne­ros toma­dos a Baigorrita:

El 28 de mayo, al tomar prisioneros los indios y chusma pertenecientes al cacique Baigorrita, encontramos varios enfermos de viruela, uno, en el período de disecación, otros en el de erupción. El señor teniente coronel D. R. Roca adoptó la medida de llevarlos a retaguardia y distantes de la columna; a fin de evitar que se desarrollase más la epidemia entre los prisioneros, así como entre las fuerzas nacionales. Pero, como varios estaban en el periodo de incubación 27 más se enfermaron de viruela, dando así un total de 34 virulentos. A fin de evitar la mortandad y obedeciendo a la práctica que aconseja inocular el virus de la viruela para transformar la viruela confluente en viruela discreta, o para producir la varioloide, inoculó a un cierto número de prisioneros el virus virulento. Tuvieron en efecto, la varioloide o una viruela muy benigna.[47]

La memo­ria de Orlan­di­ni no es tan pre­ci­sa al res­pec­to, pero afir­ma que la enfer­me­dad apa­re­ció en for­ma epi­dé­mi­ca en mayo de ese año,[48] y sin com­pro­me­ter­se con las fechas ase­gu­ra que las medi­das toma­das por Race­do fue­ron acer­ta­das des­de el pri­mer momento:

Desde los primeros casos que se presentaron V.S. tomó las medidas necesarias y más acertadas, siendo sin duda de ellas, el aislamiento absoluto de los virolentos, mandando que se observasen escrupulosamente los preceptos higiénicos que en tal caso se requieren. A pesar de todo esto, el número de enfermos aumento día a día y fue de imperiosa necesidad la improvisación de un lazareto lejos del campamento y en un paraje adecuado y libre.[49]

De este modo, el lap­so de diez días que los res­pon­sa­bles mili­ta­res le die­ron a la enfer­me­dad para actuar entre los pri­sio­ne­ros no que­dó regis­tra­do en los infor­mes médi­cos. El resul­ta­do fue que de los 641 ran­que­les pri­sio­ne­ros en Pitre-Lau­quen, 153 murie­ron de virue­la y otras enfer­me­da­des, es decir, cer­ca del 25% del total (ver Tabla 3).

Tabla 3. Tasa de Mortalidad en la población nativa prisionera en los tres casos presentados[50]
Fecha Pri­sio­ne­ros Muer­tos de Viruela Por­cen­ta­je
1780 5 3 60%
1789 45 13 29%
1879 641 153 24%

La con­duc­ta de Race­do y sus supe­rio­res no fue excep­cio­nal, ni difie­re mucho de lo actua­do en situa­cio­nes equi­va­len­tes en la mis­ma épo­ca por fuer­zas arma­das que mon­ta­ron cam­pos de con­cen­tra­ción de pri­sio­ne­ros.[51] En todos los casos, la capa­ci­dad logís­ti­ca de los ejér­ci­tos no era sufi­cien­te como para garan­ti­zar un sumi­nis­tro ade­cua­do de ali­men­tos para los pre­sos, por no men­cio­nar la impo­si­bi­li­dad de ase­gu­rar un esta­do sani­ta­rio ade­cua­do. Sin embar­go, esta impo­si­bi­li­dad no sir­ve de excu­sa, pues las auto­ri­da­des mili­ta­res debían ser cons­cien­tes de sus limi­ta­cio­nes antes de tomar medi­das que afec­ta­ran a los no-com­ba­tien­tes. En este caso, ade­más, la demo­ra en actuar fue el prin­ci­pal acto de negli­gen­cia: las deci­sio­nes de ino­cu­lar y de ais­lar a los enfer­mos, que debie­ron haber­se toma­do ense­gui­da, se pos­pu­sie­ron has­ta que el nivel de con­ta­gio fue mucho mayor al inicial.

La acti­tud de Race­do tam­po­co fue úni­ca en el mar­co de aque­lla “Cam­pa­ña del Desier­to”. Si bien se prac­ti­có la vacu­na­ción de pri­sio­ne­ros, es sabi­do que muchos murie­ron de virue­la duran­te, y des­pués de la cam­pa­ña. Las actas de defun­ción de la parro­quia de Mar­tín Gar­cía mues­tran que la epi­de­mia varió­li­ca de 1879 pro­vo­có gran can­ti­dad de muer­tes entre los reclu­sos de la isla [Papa­zian y Nagy 2010: 81 n. 17]. En el pro­pio cam­po de con­cen­tra­ción de la isla, el ciru­jano Sabino O’Donnell, tras reci­bir una par­ti­da de 148 indios pre­sos, escri­bió lo siguiente:

...concluí de vacunar a todos los indios del depósito… Indudablemente venían ya impregnados o contagiados. Al vacunarlos se ha desarrollado entre ellos, llegando hoy el número de virulentos a once, de los que fallecieron dos hoy temprano… El trabajo pesado y laborioso no podrá menos que ser nocivo a muchos de ellos… en la debilidad en que se hallan los más, por su falta de buena alimentación, en las penurias que viven padeciendo; el abatimiento moral… y además las enfermedades que [crecen].[52]

Sabe­mos ade­más que, a pesar de la cua­ren­te­na que se les impu­so, los pri­sio­ne­ros indios que fue­ron repar­ti­dos en Bue­nos Aires entre las fami­lias por­te­ñas pudie­ron ser los vec­to­res que die­ron lugar a una serie de epi­de­mias que afec­ta­ron a la ciu­dad en esos años: “pro­fe­sio­na­les, veci­nos y auto­ri­da­des vin­cu­la­ban [las epi­de­mias] a la intro­duc­ción de indí­ge­nas sin vacu­na­ción y sus­cep­ti­bles a virue­la con­fluen­te, aun­que tam­bién podía deber­se a un aumen­to demo­grá­fi­co en las áreas urba­nas más des­fa­vo­re­ci­das” [Di Lis­cia 2011, 417]. [53]

Conclusiones

Los indí­ge­nas de la región pam­pea­na (y del área pana­rau­ca­na en gene­ral) sen­tían un fuer­te recha­zo por la vida urba­na y todo lo que repre­sen­ta­se con­cen­tra­ción pobla­cio­nal.[54] Según les dic­ta­ba su expe­rien­cia, la con­se­cuen­cia direc­ta de esas aglo­me­ra­cio­nes era la pro­pa­ga­ción de enfer­me­da­des con­ta­gio­sas que tenían con­se­cuen­cias mortales.

Des­de ese pun­to de vis­ta, las polí­ti­cas de con­cen­tra­ción for­za­da de cau­ti­vos indí­ge­nas que los his­pano-crio­llos pri­me­ro y los agen­tes del esta­do más tar­de lle­va­ron ade­lan­te tuvie­ron ese mis­mo efec­to, pues­to que los pri­sio­ne­ros eran depo­si­ta­dos en con­di­cio­nes que faci­li­ta­ban la ocu­rren­cia de bro­tes infecciosos.

Dos cues­tio­nes deben sub­ra­yar­se, a modo de conclusión.

Una, que en los casos estu­dia­dos no se siguie­ron los pro­ce­di­mien­tos acon­se­ja­dos por la cien­cia médi­ca, ya fue­ra por negli­gen­cia, desin­te­rés, o fal­ta de recur­sos para hacer­lo. Enton­ces, la mor­ta­li­dad fue alta y en con­di­cio­nes que podrían haber­se evi­ta­do dado el esta­do del cono­ci­mien­to y las pres­crip­cio­nes cono­ci­das en las épo­cas correspondientes.

Final­men­te, que las reite­ra­das defun­cio­nes de pri­sio­ne­ros debie­ran per­ci­bir­se como par­te de una polí­ti­ca más gene­ral de recu­rren­te afec­ta­ción de la vida de los nati­vos. Las per­so­nas así expues­tas a las enfer­me­da­des eran sobre­vi­vien­tes de expe­di­cio­nes mili­ta­res que cons­ti­tu­ye­ron masa­cres, en cuyo trans­cur­so murió una can­ti­dad impor­tan­te de per­so­nas, sin duda ele­va­da en tér­mi­nos pro­por­cio­na­les al tama­ño de las pobla­cio­nes pam­pea­nas [Jimé­nez, Alio­to y Villar 2017. Cf. tam­bién Jimé­nez, Villar y Alio­to 2012 y Alio­to y Jimé­nez 2017]. Ade­más, los cau­ti­vos fue­ron muje­res y niños que garan­ti­za­ban la con­ti­nui­dad repro­duc­ti­va de sus gru­pos de ori­gen, de modo que sus falle­ci­mien­tos, por el carác­ter con­flu­yen­te de todas estas prác­ti­cas (masa­cres, muer­te de pri­sio­ne­ros por enfer­me­da­des, y repar­to entre fami­lias) impli­ca­ban una cre­cien­te ame­na­za para aquella.

Citas

* Depar­ta­men­to de Huma­ni­da­des, Uni­ver­si­dad Nacio­nal del Sur (UNS), Argen­ti­na. jjimenez@uns.edu.ar.

** Depar­ta­men­to de Huma­ni­da­des, Uni­ver­si­dad Nacio­nal del Sur (UNS). Con­se­jo Nacio­nal de Inves­ti­ga­cio­nes Cien­tí­fi­cas y Téc­ni­cas (CONICET), Argen­ti­na. seba.alioto@gmail.com

[1]Ade­más, para algu­nos auto­res como Black [1992], al ais­la­mien­to con­ti­nen­tal debe sumar­se una rela­ti­va uni­for­mi­dad gené­ti­ca de los nati­vos ame­ri­ca­nos debi­da al carác­ter recien­te del pobla­mien­to humano ori­gi­na­rio del Nue­vo Mun­do; el asun­to es aún obje­to de debate.

[2] No se ha encon­tra­do evi­den­cia a la fecha de que el impe­rio espa­ñol emplea­ra deli­be­ra­da­men­te medios de gue­rra bac­te­rio­ló­gi­ca con­tra los nati­vos entre los siglos XVI y XVIII. Con rela­ción a los bri­tá­ni­cos, exis­te un úni­co caso demos­tra­do de empleo inten­cio­nal de un virus, rea­li­za­do en un con­tex­to de excep­ción: duran­te la rebe­lión de Pon­tiac [1763], cuan­do una alian­za pan-tri­bal logró des­truir sie­te de los doce fuer­tes fun­da­dos por aque­llos, el coman­dan­te de Detroit –coro­nel Henry Bou­quet–, al ver­se ase­dia­do y sin pers­pec­ti­vas de reci­bir refuer­zos, dis­tri­bu­yó man­tas y pañue­los infec­ta­dos entre los sitia­do­res para obli­gar­los a reti­rar­se [Fenn 2000; Finzsch 2008; Kno­llen­berg 1954; Mann 2009 y Mayor 1995]. Finzsch [2008] sugie­re que algo simi­lar ocu­rrió en 1789 en la bahía de Sydney.

[3] La tra­duc­ción nos pertenece.

[4] La situa­ción de dete­rio­ro a cau­sa de enfer­me­da­des intro­du­ci­das, regis­tra­do para las misio­nes espa­ño­las en gene­ral, encuen­tra un ejem­plo bien docu­men­ta­do en las cali­for­nia­nas ins­ta­la­das por los fran­cis­ca­nos duran­te el siglo XVIII [Jack­son 1992; Light­foot 2005: 75–80; San­dos 2004: 111–127; Sweet 1995: 11–17; Thorn­ton 1987: 83–85; Wal­ker & John­son 1992 y 1994]. La prác­ti­ca de ence­rrar a las muje­res céli­bes duran­te la noche en edi­fi­cios sepa­ra­dos y super­po­bla­dos que reci­bían el nom­bre de mon­je­ríos [cf. Voss 2005], aun­que des­ti­na­da en prin­ci­pio a pro­te­ger­las y con­tro­lar su sexua­li­dad, crea­ba un esce­na­rio ideal para el con­ta­gio en oca­sión de una epidemia.

[5] Una sín­te­sis de la dis­cu­sión en Robins 2010.

[6] Las con­di­cio­nes de la tra­ta favo­re­cían esa difu­sión. De hecho la virue­la era, des­pués de la disen­te­ría, la prin­ci­pal cau­sa de mor­ta­li­dad en los escla­vos en trán­si­to entre Áfri­ca y las plan­ta­cio­nes escla­vis­tas del Nue­vo Mun­do [Cur­tin 1968; Kiple 2002: 144; Post­ma 2004: 245; Raw­ley & Beh­rendt 2005: 250]. Para evi­tar sus efec­tos, las auto­ri­da­des metro­po­li­ta­nas y loca­les desa­rro­lla­ron duran­te el siglo XVIII meca­nis­mos de cua­ren­te­na que se apli­ca­ban a los embar­ques de escla­vos [San­tos & Tho­mas 2008; San­tos et al. 2010]. En la segun­da mitad del siglo XVIII, las gran­des com­pa­ñías comer­cia­les fue­ron reem­pla­za­das por mer­ca­de­res que tenían una menor capa­ci­dad eco­nó­mi­ca para hacer fren­te a las pér­di­das even­tua­les pro­du­ci­das duran­te las cua­ren­te­nas. Con el pro­pó­si­to de elu­dir­las, uti­li­za­ron sus influen­cias loca­les den­tro de la admi­nis­tra­ción colo­nial, de mane­ra que pudie­ran con­cre­tar­se y fini­qui­tar­se las ven­tas antes de que un cre­ci­mien­to alea­to­rio del núme­ro de muer­tes per­ju­di­ca­se la ren­ta­bi­li­dad del nego­cio. El resul­ta­do de que­bran­tar las reglas fue que en oca­sio­nes no se impu­so el perío­do de cua­ren­te­na y se intro­du­je­ron con­tin­gen­tes infec­ta­dos: en 1789, la virue­la ingre­só al puer­to de esa for­ma [Alden & Miller 1987a: 60]. Ade­más, los tra­fi­can­tes por­te­ños tenían como socios y fuen­te de abas­te­ci­mien­to a los tra­fi­can­tes por­tu­gue­ses en Áfri­ca o en Bra­sil [Boruc­ki 2009 y 2010], y es sabi­do que las con­di­cio­nes sani­ta­rias en los bar­cos negre­ros de esa pro­ce­den­cia eran las peo­res, pues fue­ron los últi­mos en adop­tar medi­das pro­fi­lác­ti­cas de ino­cu­la­ción y ais­la­mien­to [Alden & Miller 1987a y 1987b; Miller 1988: 431; Ribei­ro 2008: 147].

[7] Pedro Nico­las Escri­bano a Joseph de Ver­tiz, Chas­co­mús, Julio 4 de 1780.AGN IX, 1.4.2., f. 59.

[8] Para este bro­te epi­dé­mi­co con­ta­mos úni­ca­men­te con estos datos indi­rec­tos pro­ve­nien­tes de los libros parro­quia­les, dado que los regis­tros de la Casa de Resi­den­cia están incom­ple­tos para este año. Exis­ten lagu­nas en ese cor­pus docu­men­tal: la mayor par­te de la docu­men­ta­ción con­ser­va­da se encuen­tra depo­si­ta­da en un solo lega­jo del Archi­vo Gene­ral de la Nación (AGN IX 21.2.5.), que tam­bién está incom­ple­to: “Los años de 1774, 1775, 1776, 1781, 1782, 1795, y 1798 no cons­ti­tu­yen par­te de él. Asi­mis­mo habrá años en los cua­les un solo docu­men­to ha lle­ga­do has­ta noso­tros como: 1773, 1780, 1784, 1791, 1793, y 1794” [De Pal­ma 2009:18]. Aún para los años en que se con­ser­van mayor can­ti­dad de docu­men­tos no hay cer­te­za de que estén todos.

[9] Bue­nos Aires fue azo­ta­da por varios bro­tes epi­dé­mi­cos de virue­la y otras enfer­me­da­des infec­to-con­ta­gio­sas duran­te el siglo XVIII; de hecho, tie­ne el dudo­so pri­vi­le­gio de ser la capi­tal con­ti­nen­tal con el mayor núme­ro de bro­tes en esa cen­tu­ria: “Bue­nos Aires led the continent’s mayor cities with the grea­ter num­ber of small­pox epi­de­mics repor­ted during this cen­tury. It had nine, in 1700, 1705, 1733, 1734, 1738, 1744, 1770, 1778 and 1792–93” [Hop­kins 2002: 220]. Hop­kins cuen­ta nue­ve, pero segu­ra­men­te el núme­ro fue supe­rior, si tene­mos en cuen­ta que en esa lis­ta no figu­ran, por ejem­plo, los dos epi­so­dios estu­dia­dos en este tra­ba­jo. Estos even­tos ocu­rrie­ron en el mar­co de un fuer­te cre­ci­mien­to pobla­cio­nal: los cálcu­los a par­tir del padrón de 1778 hablan de una pobla­ción que ron­da­ría las 37.000 per­so­nas, de las cua­les 24.000 vivían en la ciu­dad y 13.000 en el área rural [Cues­ta 2006; cf. una bre­ve dis­cu­sión sobre las cifras en Wai­ner 2010]. Según Lyman John­son, la tasa de mor­ta­li­dad era com­pa­ra­ble a la euro­pea con­tem­po­rá­nea, de entre el 21 y el 27 por mil [John­son 1979], aun­que otros esti­man 32 por mil, que es la que había tam­bién en 1810. Des­de lue­go que la virue­la afec­ta­ba fuer­te­men­te a la pobla­ción his­pano-crio­lla, espe­cial­men­te a los niños, con un alto índi­ce de leta­li­dad: en Euro­pa, y se asu­me que asi­mis­mo en Bue­nos Aires, mata­ba a más del 80 % de los niños infec­ta­dos [Cowen 2012].

[10]Para ela­bo­rar el cua­dro con­sul­ta­mos los libros de defun­cio­nes de tres parro­quias por­te­ñas: Nues­tra Seño­ra de la Inma­cu­la­da Con­cep­ción, Libro de Defun­cio­nes de Gen­te de Color 1700–1800; Nues­tra Seño­ra de la Pie­dad, Libro de Defun­cio­nes 1767–1823; y Nues­tra Seño­ra de Mon­tse­rrat, Libro de Defun­cio­nes 1770–1800, en “Argen­ti­na, Capi­tal Fede­ral, regis­tros parro­quia­les, 1737–1977”, Dis­po­ni­bles en: https://familysearch.org/pal (con­sul­ta­do el 8, 9, 10 y 11de noviem­bre de 2013). Esas son las parro­quias que tie­nen datos dis­po­ni­bles sobre el asun­to, fal­tan­do úni­ca­men­te, de las exis­ten­tes en ese momen­to, la de San Nico­lás de Bari, que no tie­ne regis­tros de defun­cio­nes: cf. http://www.arzbaires.org.ar/inicio/parroquias1886.html. Debe tener­se en cuen­ta que se tra­ta de un regis­tro frag­men­ta­rio, no siem­pre com­ple­to y lleno de hia­tos, debi­do a la insu­fi­cien­cia de los modos de asien­to de la épo­ca, y sobre todo a las vici­si­tu­des pos­te­rio­res que impli­ca­ron la pér­di­da de mate­rial docu­men­tal. Acer­ca de esta docu­men­ta­ción, cf. Sie­grist 2011.

[11] Razon indi­vi­dual de las Muge­res que actualm.te se hallan en la Casa de Reco­gi­das de esta Capi­tal, incluien­do con sepa­ra­cion las Yndias Pam­pas è Yndios, que pasa el Direc­tor de dha Casa al Exce­len­ti­si­mo Señor Marq.s de Lore­to Virrey y Capn Grâl actual. Bue­nos Aires, 22 julio1788. AGN IX 21.1.5.

[12] Sobre el com­por­ta­mien­to de la enfer­me­dad en el res­to de la ciu­dad exis­ten indi­cios que apun­tan a un patrón aná­lo­go. Susan Soco­low encon­tró que en la casa del comer­cian­te penin­su­lar Gas­par de San­ta Colo­ma sólo murie­ron niños duran­te el bro­te: el pri­me­ro de agos­to falle­ció Gas­par –hijo del pro­pie­ta­rio–, y un mes des­pués Mar­ti­na, una huér­fa­na agre­ga­da como cria­da (los cer­ti­fi­ca­dos res­pec­ti­vos se encuen­tran en el Libro de Difun­tos de la Igle­sia de la Mer­ced, ver Soco­low 1991: 162 y 189 nota 19).

[13] Fuen­tes: suce­si­vos ofi­cios del direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al virrey infor­mán­do­le las muer­tes de las siguien­tes per­so­nas: India Fran­cis­ca Nava­rro, Bue­nos Aires, 30 junio 1789; India Anto­nia, Bue­nos Aires, 3 julio 1789; Chi­na Tere­sa, Bue­nos Aires, 5 julio 1789; India Cris­tia­na Domin­ga Mar­tí­nez, Bue­nos Aires, 7 julio 1789; Indie­ci­to lla­ma­do Juan Joseph, Bue­nos Aires, 9 julio 1789; Indias Domin­ga de los Ange­les e Isa­bel, Bue­nos Aires, 11 julio 1789; Indio Manuel, Bue­nos Aires, 20 julio 1789; Indio cris­tiano Ber­na­bé, Bue­nos Aires, 23 julio 1789; Indias Fran­cis­ca Xavie­ra y María Mer­ce­des, Bue­nos Aires, 28 julio 1789; Indio Juan, Bue­nos Aires, 2 agos­to 1789. Todos los docu­men­tos cita­dos se encuen­tran depo­si­ta­dos en AGN IX 21–1‑5.

[14] Sobre esta agru­pa­ción, ver Villar y Jimé­nez 2013.

[15] Ofi­cio del Virrey Lore­to al Minis­tro de Indias José de Gál­vez, Bue­nos Aires, 3‑VI-1784 AGI ABA 68.

[16] “Que­los Caci­ques Alca­luan, Cayul­quis, Catu­mi­llan, y Catruel, estan inme­dia­tos à los Mon­tes dela Lagu­na de S.ta Ysa­bel, en cuia inme­diaz.n mata­ron los Espa­ño­les à los dela Tol­de­ria del dho Catruel”: Rela­cion de lo que en vir­tud de las pre­gun­tas hechas de S.E. à un Yndio hà decla­ra­do. Bue­nos Aires, 7‑IX-1784 AGI IX 1.7.4, foja 517.

[17] Aun así, la virue­la tam­bién ace­chó a los sobre­vi­vien­tes del ata­que de 1784: cuan­do el caci­que Catruen visi­tó Bue­nos Aries jun­to con su mujer, ambos se con­ta­gia­ron y murie­ron, y otros de sus acom­pa­ñan­tes lle­va­ron la enfer­me­dad de regre­so a los tol­dos; cf. Jimé­nez y Alio­to 2013.

[18] Ofi­cio de Jose Anto­nio Acos­ta al Virrey Lore­to, 11-IV-1785 AGN IX 2.1.5.

[19] Rela­cion que mani­fies­ta las Yndias è Yndios Pam­pas que se hallan exis­ten­tes de el actual Y.mo Señor Virrey como assi mis­mo de las que se hallan Bau­ti­za­das de unas y otras en la Casa de la Resi­den­cia con espe­ci­fi­ca­cion de el nume­ro de las anti­guas, y delas que han entra­do en tiem­po es à Saver. Bue­nos Aires, 15-XII-1785. AGI IX 21.1.5.

[20] Ofi­cio del Coman­dan­te del Fuer­te del Zan­jón, Juan de Mier, al Gober­na­dor de Bue­nos Aires, Zan­jón, 8‑XI-1774 AGN IX 1.5.4.

[21] Lore­to a Joseph Anto­nio de Acos­ta, Bue­nos Aires, 17 de Julio de 1788. AGN, IX, 21–1‑5, s.f.

[22] Debe recor­dar­se que ni enton­ces ni des­pués hubo tra­ta­mien­to efec­ti­vo que cura­se la enfer­me­dad pro­vo­ca­da por el virus Vario­la; las accio­nes enton­ces debían estar enfo­ca­das a la pre­ven­ción. His­tó­ri­ca­men­te, las pri­me­ras fue­ron las de ais­la­mien­to, la cua­ren­te­na y el cor­dón sani­ta­rio, tem­pra­na­men­te sur­gi­das en la Euro­pa medie­val. Duran­te el siglo XVIII los euro­peos comen­za­ron a expe­ri­men­tar con for­mas indu­ci­das de inmu­ni­za­ción: pri­me­ro la ino­cu­la­ción traí­da de Orien­te, y des­pués la vacu­na­ción, tras los expe­ri­men­tos de Jen­ner en Ingla­te­rra: esta últi­ma, a pesar de su evi­den­te efi­ca­cia, fue avan­zan­do len­ta­men­te al com­pás de la cre­cien­te medi­ca­li­za­ción, has­ta erra­di­car la enfer­me­dad en la déca­da de 1970. En Bue­nos Aires, Miguel O’Gorman, a car­go del recien­te­men­te crea­do Pro­to­me­di­ca­to, orga­ni­zó en 1785 la prác­ti­ca de la vario­li­za­ción (Vero­ne­lli y Vero­ne­lli 2004: 87); y en 1803, la coro­na espa­ño­la envió a las colo­nias la expe­di­ción Bal­mis lle­van­do la vacu­na (Ibi­dem; cf. Luque 1940–41; San­tos y Lalouf 2009; Mén­dez Eli­zal­de 2011).

[23] Expe­dien­te Sobre la remi­sion â Yndias de los Ympre­sos que tra­tan el modo de pre­ser­var â los Pue­blos de Virue­las. Archi­vo Gene­ral de Indias [AGI], Indi­fe­ren­te Gene­ral, 1335.

[24] Cf. el ofi­cio diri­gi­do por el mar­qués de Lore­to al minis­tro de Indias José de Gál­vez, des­de Bue­nos Aires, en esa fecha, AGI, Indi­fe­ren­te Gene­ral 1335, s/p.

[25] Real Orden, Aran­juez, 15 junio 1785, AGI, Indi­fe­ren­te Gene­ral, 1335, s/p.

[26] En una oca­sión pre­via, en cam­bio, se había ais­la­do a un niño enfer­mo por temor a que con­ta­gia­ra al res­to de los resi­den­tes: “Assi mis­mo avi­sa, que de los Yndios peque­ños de el Caci­que negro hay uno como de 8 a.s ya Cris­tiano con Vir­gue­las, el que se ha pues­to con q.n lo asis­ta en un quar­to à par­te à fin de pre­ca­ver no se con­ta­gien los otros” (Ofi­cio del direc­tor de la Casa de Reco­ji­das al virrey, Bue­nos Aires, 17 junio 1785. AGN IX 2.1.5.)

[27] Ofi­cio del virrey mar­qués de Lore­to a Joseph Anto­nio Acos­ta, Bue­nos Aires, 4 julio 1789. AGN IX 21.1.5.

[28] Ofi­cio de Joseph Anto­nio Acos­ta al virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 6 julio 1789, AGN IX 21.1.5.

[29] En el siglo XIX se repli­ca la con­duc­ta de prio­ri­zar la sal­va­ción de las almas por sobre el cui­da­do del cuer­po; al res­pec­to, ver Di Lis­cia 2000.

[30] La epi­de­mia de 1793 hizo que en seis meses murie­sen “dos mil y tan­tas cria­tu­ras y no Solam.te en la Capi­tal sino que infi­ciono la cam­pa­ña has­ta Men­do­za arra­san­do la infan­cia q.e ape­nas esca­pa­ron la mitad” (Dic­ta­men del Licen­cia­do Joseph Cap­de­vi­lla, Bue­nos Aires, 9 enero 1805. En Sobre la arri­ba­da á Montev.o de la Fra­ga­ta merc.te Por­tu­ge­sa el Joa­quin con escla­va­tu­ra con­sig­na­da á D.n Mar­tin de Alza­ga. AGN IX 36.2.3, fojas 211–213vta.).

[31] Es decir, con el vien­to a favor de los visi­tan­tes, para que las mias­mas dis­per­sa­das por el enfer­mo no lle­guen has­ta ellos.

[32] Agui­rre 1949 [1793]: 340–341. Sobre las con­cep­cio­nes y tra­ta­mien­tos indí­ge­nas de la virue­la, cen­tra­do en el caso de la fron­te­ra de Chi­le, cf. Jimé­nez y Alio­to 2014.

[33]Que el ais­la­mien­to resul­ta­ba cru­cial para cor­tar el con­ta­gio lo demues­tra el caso de un cau­ti­vo que en 1752, habién­do­lo apri­sio­na­do los indios a él y a su hijo, ape­nas vie­ron que este tenía virue­las los aban­do­na­ron a ambos a pie en el medio del cam­po; cami­na­ron enton­ces un tre­cho has­ta encon­trar otro indí­ge­na en la mis­ma situa­ción sani­ta­ria y per­ma­ne­cie­ron en su tol­do; días des­pués, algo mejo­ra­do el hijo, esca­pa­ron de ese lugar y lle­ga­ron a la fron­te­ra (Decla­ra­ción del cau­ti­vo Euse­bio del Barrio, 11 agos­to 1752, en Cabil­do de Bue­nos Aires, Infor­ma­ción pre­sen­ta­da… sobre la reduc­ción de Pam­pas a car­go de la Cía. de Jesús, AGI [copias del Museo Etno­grá­fi­co de Bue­nos Aires car­pe­ta J. 16], Audien­cia de Char­cas, 221, fojas 52 vuel­ta y 53 recta).

[34] Jones 2003: 732–733; Kel­ton 2004: 64. Esta prác­ti­ca de exclu­sión y ale­ja­mien­to para tra­tar con la virue­la no fue exclu­si­va de las pobla­cio­nes loca­les. En un estu­dio recien­te sobre la reac­ción Che­ro­kee fren­te a la enfer­me­dad, Kel­ton [2015: 89–96] ana­li­za la for­ma en que los sana­do­res nati­vos habían desa­rro­lla­do, a media­dos del siglo XVIII, un con­jun­to de medi­das ten­dien­tes a lidiar efi­caz­men­te con ella: a) ais­la­ban a los enfer­mos man­dán­do­los a los bos­ques en don­de se les envia­ba ali­men­tos, leña y medi­ci­nas; b) lle­va­ban ade­lan­te una cere­mo­nia colec­ti­va ten­dien­te a pro­te­ger a sus comu­ni­da­des de la enfer­me­dad, que dura­ba sie­te días y duran­te la cual la aldea que­da­ba ais­la­da del mun­do exte­rior; los par­ti­ci­pan­tes tenían ins­truc­cio­nes pre­ci­sas de no aban­do­nar la casa comu­nal en don­de se desa­rro­lla­ba, sólo podían ir a sus casas a bus­car comi­da, y si por algu­na razón aban­do­na­ban las aldeas debían via­jar de noche y “por el bos­que y no por los cami­nos prin­ci­pa­les”; los extra­ños no eran bien­ve­ni­dos, y c) des­acon­se­ja­ban via­jar hacia luga­res don­de sabían que la enfer­me­dad esta­ba activa.

[35] Infor­me del ciru­jano Luis Orlan­di­ni, Pitre-Lau­quen, 1 agos­to 1879, en Race­do 1940: 244.

[36] Rela­ción de Chi­nas dis­tri­bui­das, Bue­nos Aires 21-VII-1801, AGN IX 25.1.5.

[37] Par­te del capi­tán de Blan­den­gues José Pache­co al mar­qués de Avi­les, Yacuy, 24-VI-1806 en Acos­ta y Lara 1989: 196–198.

[38] Cf. Table 5.1. en Erbigh 2015: 249.

[39] “Quan­do lle­gó el Mar­qués de Avi­lés á Bue­nos Ayres halló varias muge­res chi­cas y adul­tas Cha­rruas y Minua­nes depo­si­ta­das en una Casa de los Exje­sui­tas, que lla­man la resi­den­cia; y las fue entre­gan­do á las per­so­nas pudien­tes, y de bue­nas cos­tum­bres que qui­sie­ron hacer­se car­go de man­te­ner­las, é ins­truir­las en la vida civil y Chris­tia­na; estan­do á la mira los Parro­cos, y los Alcal­des de Varrio” [Las­ta­rria 1914: 273–74].

[40] Exmo S.or Pas­qual Iba­ñez al virrey Ola­guer Feliú. Bue­nos Ayres, 5 de oct.bre de 1797. AGN IX 2.9.2.

[41] Des­de lue­go, no fue esta la úni­ca vía por la que los nati­vos de la región sufrie­ron el con­ta­gio de enfer­me­da­des infec­cio­sas. La prin­ci­pal, por el con­tra­rio, con­sis­tió en los fre­cuen­tes con­tac­tos vin­cu­la­dos con el comer­cio: por ejem­plo, una vez esta­ble­ci­das las paces en la segun­da mitad de la déca­da de 1780, fue­ron muy nume­ro­sas las par­ti­das indí­ge­nas que ingre­sa­ron a Bue­nos Aires con fines mer­can­ti­les y diplo­má­ti­cos, con­vir­tién­do­se no sólo en poten­cia­les víc­ti­mas de las epi­de­mias sino en invo­lun­ta­rios vec­to­res de con­ta­gio den­tro de sus comu­ni­da­des de ori­gen. En el caso de la virue­la, el perío­do de laten­cia asin­to­má­ti­ca coin­ci­día con el tiem­po que, por lo común, deman­da­ba el retorno de un via­je­ro a las tol­de­rías, de mane­ra que la pre­sen­cia de la enfer­me­dad recién era adver­ti­da cuan­do se des­en­ca­de­na­ba entre sus habi­tan­tes, que care­cían de reme­dio efec­ti­vo para curar­la: cf. Jimé­nez y Alio­to 2013.

[42] Race­do 1940 [1878]:42.

[43] Race­do 1940 [1878]: 51.

[44] La sabi­du­ría médi­ca de media­dos del siglo XIX sos­te­nía que las enfer­me­da­des eran de dos tipos, epi­dé­mi­cas o de con­ta­gio. Las pri­me­ras –tifus, pes­te bubó­ni­ca, fie­bre ama­ri­lla, cóle­ra y mala­ria– se movían rápi­da­men­te y afec­ta­ban a gran­des can­ti­da­des de per­so­nas que no habían esta­do expues­tas a la enfer­me­dad. Las segun­das se movían más len­ta­men­te de un enfer­mo al siguien­te, y podían ser con­te­ni­das ais­lan­do a las per­so­nas (Morris 2007: 32). En la segun­da mitad del siglo XIX la vacu­na­ción se había esta­ble­ci­do fir­me­men­te como un meca­nis­mo efi­caz de com­ba­tir la virue­la, al menos entre los pro­fe­sio­na­les médi­cos, y sin embar­go no había alcan­za­do un carác­ter gene­ra­li­za­do entre la pobla­ción. Una vez decla­ra­do un bro­te de virue­la el ais­la­mien­to del enfer­mo se con­si­de­ra­ba la prin­ci­pal medi­da a tomar (ver Coni 1878: 7; Pen­na 1885: 163–180).

[45] Race­do 1940 [1878]: 57

[46] Infor­me de los doc­to­res Orlan­di­ni y Dupon, Pitre-Lau­quen, 1 de agos­to de 1879. En: Race­do 1940 [1879]:236.

[47] Infor­me del doc­tor Dupon, 1 de agos­to de 1879. En: Race­do 1940 [1879]: 214.

[48] Memo­rial del doc­tor Orlan­di­ni, sin men­ción de fecha ni lugar, en Race­do 1940 [1879]: 244.

[49] Memo­rial del doc­tor Orlan­di­ni, en Race­do 1940 [1879]: 245.

[50] Fuen­tes: Caso I: Ofi­cio del Coman­dan­te de Chas­co­mus, Pedro Nico­las Escri­bano al Virrey Veriz, Chas­co­mus, 19-IV-1780. AGN IX 1.4.3. foja 55 y Ofi­cio del Coman­dan­te de Chas­co­mus, Pedro Nico­las Escri­bano al Virrey Ver­tiz, Chas­co­mus, 4‑VII-1780, fojas 59 y 59 vta.; Caso II: Razon indi­vi­dual de las Muge­res que actualm.te se hallan en la Casa de Reco­gi­das de esta Capi­tal, incluien­do con sepa­ra­cion las Yndias Pam­pas è Yndios, que pasa el Direc­tor de dha Casa al Exce­len­ti­si­mo Señor Marq.s de Lore­to Virrey y Cap.n Grâl actual. Bue­nos Aires, 22-VII-1788 AGN IX 21.1.5, Ofi­cio del Virrey Lore­to al Direc­tor de la Casa de la Resi­den­cia, José Anto­nio Acos­ta, Bue­nos Aires, 26-VII-1788. AGN IX 21.1.5.; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 15-VI-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 30-VI-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 3‑VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 5‑VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 7‑VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 9‑VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 11-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 20-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 23-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 28-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Resi­den­cia al Virrey Lore­to, Bue­nos Aires, 2‑VIII-1789, AGN IX 25.1.5; Caso III: Esta­do que demues­tra el núme­ro de pri­sio­ne­ros toma­dos por la 3ra Divi­sión con espe­ci­fi­ca­ción de: altas y bajas. En: Race­do 1940 [1879]:307.

[51] Ver al res­pec­to lo suce­di­do con los cam­pe­si­nos cuba­nos duran­te la polí­ti­ca de recon­cen­tra­ción de Vale­riano Wey­ler en 1896–1897 (Tone 2005:193–224); con el inter­na­mien­to de los civi­les Boers en cam­pos de con­cen­tra­ción como par­te de la polí­ti­ca de tie­rra arra­sa­da para ter­mi­nar con las gue­rri­llas pro­pues­ta por Her­bert H. Kit­che­ner en 1900 (Scholtz 2005:122–124; Hull 2005: 183–187; Tot­ten & Bar­torp 2008: 84–85, Van Hey­nin­gen, 2009); y con el uso de cam­pos por el ejér­ci­to ale­mán duran­te la revuel­ta de los Here­ro de 1904 y años siguien­tes (Hull 2005: 186–196 y Erich­sen 2005).

[52] El ciru­jano Sabino O’Donnell al 2º Jefe de la Isla cnel. M. Mato­so, Archi­vo Gene­ral de la Arma­da, Caja 15280, 26-12-1879, cita­do en Papa­zian y Nagy 2010: 85.

[53] Esta auto­ra sos­tie­ne que entre los indí­ge­nas eran más fre­cuen­tes que entre los crio­llos las ver­sio­nes más mor­tí­fe­ras de la virue­la, lla­ma­das con­fluen­te y hemo­rrá­gi­ca. Los crio­llos siguie­ron sufrien­do la enfer­me­dad has­ta fines del siglo XIX, pero solían sufrir la varian­te más benig­na, lla­ma­da “dis­cre­ta”: Di Lis­cia 2000 y 2011.

[54] La vida urba­na cam­bió de mane­ra per­ma­nen­te el modo de vida de las pobla­cio­nes que se vie­ron arras­tra­das a ella. Des­de el pun­to de vis­ta de quie­nes la adop­ta­ron, pasó a ser la for­ma orga­ni­za­ti­va por exce­len­cia, mien­tras que la opción de otras gen­tes por mane­ras alter­na­ti­vas de agre­ga­ción fue vis­ta como pri­mi­ti­va, incom­ple­ta, indeseable.
En su expan­sión colo­nial ultra­ma­ri­na, los euro­peos encon­tra­ron pue­blos que abo­rre­cían de la vida urba­na y se resis­tían a adop­tar­la cuan­do la posi­bi­li­dad les era ofre­ci­da – y lo era con fre­cuen­cia, pues­to que uno de los medios de con­trol colo­nial más efi­ca­ces con­sis­tía en su reduc­ción a misio­nes o a pue­blos de indios, que se espe­ra­ba faci­li­ta­sen ade­más su con­ver­sión al cris­tia­nis­mo a car­go de los reli­gio­sos. La dis­tin­ción, fuer­te­men­te ideo­ló­gi­ca y en cla­ve de dispu­ta, de civi­li­za­ción ver­sus bar­ba­rie impli­ca­ba para los colo­ni­za­do­res la legi­ti­ma­ción de su pro­pio modo de vida, la deni­gra­ción de cual­quier otra posi­bi­li­dad dife­ren­te, y la pal­ma­ria demos­tra­ción, en suma, de la infe­rio­ri­dad de aque­llos que no acce­dían a redu­cir­se a pobla­ción, a pesar de las ven­ta­jas que se supo­nía que ello ofre­cía. La resis­ten­cia de los indios, toma­da como irra­cio­nal por los colo­ni­za­do­res, no lo era tan­to, no sólo por­que man­te­nien­do la dis­per­sión de los asen­ta­mien­tos evi­ta­ban la pér­di­da de su auto­no­mía; tam­bién por­que, como com­pro­ba­ron rápi­da­men­te, la con­cen­tra­ción pobla­cio­nal los hacía espe­cial­men­te vul­ne­ra­bles a las enfer­me­da­des epidémicas.

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  Cómo citar ¬

Juan Francisco Jiménez y Sebastián L. Alioto, «Políticas de confinamiento e impacto de la viruela sobre las poblaciones nativas de la región pampeano-nordpatagónica (décadas de 1780 y 1880)», Revista de Estudios Marítimos y Sociales [En línea], publicado el [insert_php] echo get_the_time('j \d\e\ F \d\e\ Y');[/insert_php], consultado el . URL: https://wp.me/P7xjsR-LV
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