Políticas de confinamiento e impacto de la viruela sobre las poblaciones nativas
de la región pampeano-nordpatagónica (décadas de 1780 y 1880)

Con­fine­ment poli­cies and impact of small­pox on native pop­u­la­tions in Pam­pas and North Patag­o­nia (1780s and 1880s)

Juan Fran­cis­co Jiménez*
Sebastián L. Alioto**

Recibido: 1 de mar­zo de 2017
Acep­ta­do:  20 de junio de 2017

Resumen

El modo en que las epi­demias orig­i­nadas en el Viejo Mun­do, incluyen­do la viru­ela, afec­taron a las sociedades nati­vas amer­i­canas ha sido obje­to de un exten­so debate. Se ha sostenido que fueron la prin­ci­pal causa de la caí­da demográ­fi­ca nati­va, lo que, si nos atu­viéramos sólo a la his­to­ria nat­ur­al de la enfer­medad, pareciera excul­par a los inva­sores europeos. Pero si se tienen en cuen­ta las políti­cas san­i­tarias lle­vadas ade­lante por los col­o­nizadores, el panora­ma es dis­tin­to. A través de ejem­p­los sep­a­ra­dos por un siglo, se estu­dia cómo las políti­cas de con­fi­namien­to de indí­ge­nas pam­peanos en cárce­les y cam­pos de con­cen­tración colab­o­raron a diez­mar a la población afec­ta­da, com­ple­tan­do en los sobre­vivientes el daño hecho en las ante­ri­ores entradas mil­itares. A par­tir de los fre­cuentes con­flic­tos interét­ni­cos de las décadas de 1770 y 1780, los/las indí­ge­nas (espe­cial­mente las mujeres y niños) apri­sion­a­dos en las cam­pañas mil­itares fueron encer­ra­dos en condi­ciones de haci­namien­to que facil­i­taron su con­ta­gio de viru­elas, sin que se tomaran las medi­das pro­filác­ti­cas cor­re­spon­di­entes. Lo mis­mo ocur­rió en un cam­po de con­cen­tración de pri­sioneros durante la “Cam­paña al Desier­to”, a pesar de que el conocimien­to epi­demi­ológi­co esta­ba ya más ade­lan­ta­do y de la exis­ten­cia de per­son­al médi­co en la cam­paña.

Pal­abras clave: Con­fi­namien­tos — Indí­ge­nas — Viru­ela — Región Pam­peana

Abstract

The way in which epi­demics com­ing from the Old World, includ­ing small­pox, affect­ed Native Amer­i­can soci­eties has been wide­ly dis­cussed. It has been said that they were the main cause of native demo­graph­ic fall, which, if we adjust to the nat­ur­al his­to­ry of dis­ease, seems to excuse Euro­pean invaders. If the col­o­niz­ers’ poli­cies are tak­en into account, how­ev­er, the panora­ma changes. Through exam­ples sep­a­rat­ed by a cen­tu­ry, this arti­cle stud­ies how the poli­cies of con­fine­ment of Pam­pas Indi­ans in pris­ons and con­cen­tra­tion camps col­lab­o­rat­ed to dec­i­mate the affect­ed pop­u­la­tion, com­plet­ing in the sur­vivors the dam­age caused in the pre­vi­ous mil­i­tary entrances. As a result of the fre­quent intereth­nic con­flicts in the 1770s and 1780s, indige­nous peo­ple (espe­cial­ly women and chil­dren) impris­oned in mil­i­tary cam­paigns were locked up in over­crowd­ed con­di­tions that encour­aged the spread of small­pox, with­out pro­phy­lac­tic mea­sures being tak­en. The same hap­pened in a con­cen­tra­tion camp dur­ing the “Cam­paña al Desier­to”, although epi­demi­o­log­i­cal knowl­edge was improv­ing by then, and the fact that the cam­paign had med­ical per­son­nel.

Key­words: Con­fine­ment — Indi­ans — Small­pox — Pam­pas

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Introducción

Las enfer­medades epidémi­cas intro­duci­das por los europeos a par­tir de la con­quista afec­taron masi­va y pro­fun­da­mente a los nativos de toda Améri­ca, pro­ducien­do una cri­sis demográ­fi­ca casi sin prece­dentes que impidió su recu­peración has­ta los nive­les pre­vios a la invasión.

El ais­lamien­to de esas pobla­ciones con respec­to a los habi­tantes del Viejo Mun­do,[1] hizo que enfer­medades endémi­cas y de menor efec­to letal del otro lado del océano devinier­an epidémi­cas y alta­mente destruc­ti­vas en tier­ras amer­i­canas. Los brotes de viru­ela, en espe­cial –aunque no úni­ca­mente–, diez­maron a los nativos en for­ma per­iódi­ca y recur­rente.

El debate acer­ca de las con­se­cuen­cias de la invasión euro­pea sobre las pobla­ciones indí­ge­nas ha gira­do en gen­er­al en torno a los primeros momen­tos del con­tac­to; se dis­cute entonces si la caí­da demográ­fi­ca se debió prin­ci­pal­mente a la vio­len­cia desple­ga­da por los con­quis­ta­dores, o a las enfer­medades que estos tra­jeron del viejo con­ti­nente. La segun­da hipóte­sis parece en prin­ci­pio excul­par a los inva­sores, en tan­to no podían con­tro­lar el con­ta­gio. Pero si se estu­dia el desar­rol­lo de las epi­demias durante toda la época colo­nial y el primer siglo repub­li­cano, y se incor­po­ran al análi­sis las políti­cas impe­ri­ales hacia los nativos, el panora­ma cam­bia.

Var­ios autores que estu­di­aron el fenó­meno de la pér­di­da demográ­fi­ca con­sid­er­an que ella fue fru­to del efec­to com­bi­na­do de la enfer­medad con los con­flic­tos provo­ca­dos por la col­o­nización euro­pea y sus secue­las, que en algu­nas regiones incluyeron cau­tive­rio, desplaza­mien­to de pobla­ciones y destruc­ción de la infraestruc­tura económi­ca nati­va [Johan­son 1982; Larsen 1994; Kel­ton 2007; Jones 2015; Jones et al. 2015 y Livi-Bac­ci 2006].

Aunque se acep­tara que la coro­na españo­la no tuvo inten­ción de exter­mi­nar a los nativos,[2] y aun cuan­do admi­tiéramos que quisiera pro­te­ger­los medi­ante la pro­mul­gación de una amplia leg­is­lación, lo cier­to es que muchas de las políti­cas lle­vadas ade­lante por sus agentes facil­i­taron la difusión de las enfer­medades intro­duci­das, cre­an­do una relación sinér­gi­ca y poten­cian­do sus efec­tos dev­as­ta­dores.

La más noto­ria fue el pro­gra­ma de agru­par a las pobla­ciones en pueb­los, aldeas, misiones y reduc­ciones. A menudo, esta prác­ti­ca alteró pro­fun­da­mente los patrones tradi­cionales de asen­tamien­to y de sub­sis­ten­cia indí­ge­nas, volvién­do­los más vul­ner­a­bles a la enfer­medad, en tan­to se con­cen­tra­ba en espa­cios reduci­dos a per­sonas bajo stress ali­men­ta­rio y social. La vida en misiones ilus­tra el resul­ta­do de tales políti­cas:

La experiencia más común entre los indios de las misiones de frontera era la muerte prematura. La mayoría de las personas que iban a vivir allí sucumbían más rápidamente que en otras circunstancias –a veces en unos pocos meses–, como resultado directo de haber entrado en íntima asociación con europeos, sus microorganismos mórbidos, y su régimen “civilizador” [Sweet, 1995: 11][3]

El con­tac­to con los micro­bios com­bi­na­do con las condi­ciones en las que los neó­fi­tos vivían (suma­dos a una mala ali­mentación), hacía que la población se viera afec­ta­da recur­rente­mente por epi­demias deletéreas. Des­de el pun­to de vista demográ­fi­co, entonces, las misiones fueron defici­tarias: su tamaño sólo podía incre­men­tarse, o sim­ple­mente man­ten­erse, medi­ante la incor­po­ración con­stante de nue­vo per­son­al prove­niente de comu­nidades inde­pen­di­entes [Sweet, 1995].[4]

Las estrate­gias de con­cen­tración, agre­gadas a aque­l­las ten­di­entes a extraer trib­u­to y fuerza de tra­ba­jo en un con­tex­to de fran­ca caí­da demográ­fi­ca y a suprim­ir las creen­cias locales, no con­tribuían pre­cisa­mente al bien­es­tar de los nativos, más allá de cuáles fue­sen las inten­ciones de quienes las plan­i­fi­ca­ban.[5]

En el Río de la Pla­ta –lejano bor­de merid­ion­al del impe­rio español– esa situación tam­bién se ver­i­ficó, des­de luego que ajus­ta­da a las car­ac­terís­ti­cas propias del lugar. Las sociedades nati­vas regionales per­manecieron durante sig­los fuera del con­trol colo­nial, estable­cién­dose una amplia fron­tera con conex­iones cada vez más fre­cuentes; hacia fines del siglo XVIII, Buenos Aires, fla­mante cap­i­tal del vir­reina­to rio­platense, incre­men­tó su impor­tan­cia como cen­tro prin­ci­pal de las nego­cia­ciones diplomáti­cas y del com­er­cio interét­ni­co con los indios de las pam­pas y Nord­patag­o­nia, y tam­bién como el cen­tro des­de donde partían las cam­pañas mil­itares hacia ter­ri­to­rio indí­ge­na. Los cau­tivos obtenidos en esas expe­di­ciones eran lle­va­dos a la ciu­dad como pri­sioneros.

A la vez, Buenos Aires exhibía en esos tiem­pos una cier­ta pros­peri­dad cre­ciente, basa­da prin­ci­pal­mente en la exportación de met­ales pre­ciosos y cueros y la importación de esclavos africanos. Este ingre­so de piezas humanas, una de las vías pri­mor­diales de entra­da del virus var­ióli­co,[6] gen­eró brotes epidémi­cos cada vez más fre­cuentes que des­de la cap­i­tal se expandían hacia el resto del vir­reina­to, pero tam­bién más allá de la fron­tera ingre­san­do a los ter­ri­to­rios indí­ge­nas. Esa condi­ción de ciu­dad por­tu­ar­ia y com­er­cial y de cen­tro políti­co region­al la con­vir­tió en un grave ries­go san­i­tario y epi­demi­ológi­co.

A par­tir de los fre­cuentes con­flic­tos interét­ni­cos de las décadas de 1770 y 1780, los indí­ge­nas (espe­cial­mente mujeres y niños) apri­sion­a­dos en las cam­pañas mil­itares fueron encer­ra­dos en condi­ciones que facil­i­taron su con­ta­gio de viru­elas. Por lo que se sabe y tal como anticipáramos en una de las notas pre­vias, los españoles no usaron la enfer­medad delib­er­ada­mente para matar, pero sí desar­rol­laron políti­cas que, aunque no tuvier­an ese obje­ti­vo, logra­ban facil­i­tar la difusión del virus: con­fi­namien­to –man­ten­er gente pre­sa en Buenos Aires equiv­alía a expon­er­los a un alto ries­go epi­demi­ológi­co –, haci­namien­to, y fal­ta de medi­das pre­ven­ti­vas antes y durante los brotes epidémi­cos gener­aron nive­les impor­tantes de mor­bil­i­dad y de mor­tal­i­dad en la población cau­ti­va.

A con­tin­uación, pre­sentare­mos dos estu­dios de caso entre 1780 y 1789, que se car­ac­ter­i­zan porque si bien pudiera obje­tarse que no involu­craron grandes pér­di­das de vidas en tér­mi­nos abso­lu­tos, mues­tran un resul­ta­do muy neg­a­ti­vo si se los con­sid­era en pro­por­ción a la reduci­da escala demográ­fi­ca de las sociedades nati­vas en cuestión, y en com­bi­nación con las pre­vias muertes de los famil­iares del grupo en “com­bat­es” que a menudo fueron masacres [Jiménez, Alioto y Vil­lar 2017; Jiménez y Alioto 2017].

El obje­ti­vo de impedir la fuga de los pri­sioneros uti­lizan­do la menor can­ti­dad posi­ble de guardianes primó por sobre la pre­ven­ción san­i­taria y la seguri­dad. En algu­nas opor­tu­nidades, las autori­dades colo­niales con­cen­traron y ais­laron a los enfer­mos jun­to con per­sonas sanas, agra­van­do con ello el nat­ur­al ries­go de con­ta­gio e incre­men­tan­do más aún la mor­bil­i­dad var­ióli­ca. Por otra parte, los agentes micro­bianos encon­traron en los suje­tos encer­ra­dos hués­pedes prop­i­cios debido a su mala ali­mentación y a su situación de stress. Las con­se­cuen­cias neg­a­ti­vas de estas políti­cas se agrav­a­ban cuan­do los respon­s­ables de las insti­tu­ciones respec­ti­vas cumplían neg­li­gen­te­mente sus fun­ciones.

En los casos a exam­i­nar, se vieron afec­tadas mujeres y niños nativos reclu­i­dos en la Casa de Recogi­das de Buenos Aires a raíz de los inten­sos con­flic­tos que involu­craron a sus gru­pos, durante la déca­da de 1780. Se explo­rará en detalle el pro­ced­imien­to que debieron seguir los admin­istradores colo­niales, en cumplim­ien­to de dos Reales Órdenes emi­ti­das al respec­to en 1785 y 1788 y de las pre­scrip­ciones del man­u­al médi­co en el que se basa­ban, dis­tribui­do pro­fusa­mente por la coro­na en sus colo­nias amer­i­canas en un inten­to de nor­malizar las prác­ti­cas médi­cas. En estos even­tos enfer­mó y murió una pro­por­ción impor­tante de la población inter­na­da, según dan cuen­ta detal­la­da los reg­istros doc­u­men­tales del recogimien­to, a los que se suman otras fuentes vin­cu­ladas a la admin­is­tración políti­ca y mil­i­tar fron­ter­i­za que per­miten recu­per­ar las cir­cun­stan­cias de con­tex­to.

Ver­e­mos luego que un siglo después, durante las cam­pañas mil­itares que pusieron fin a la autonomía indí­ge­na, las con­duc­tas neg­li­gentes respec­to de los pri­sioneros indí­ge­nas se repi­tieron, a pesar de que se con­ta­ba con per­son­al médi­co espe­cial­iza­do. En parte porque el camino a seguir fue deci­di­do por los coman­dantes mil­itares antes que, por los fac­ul­ta­tivos, las medi­das pre­cau­to­rias no se tomaron a tiem­po, dan­do opor­tu­nidad al virus de expandirse entre los cau­tivos, cuya situación de con­cen­tración colaboró a difundirla a gran veloci­dad.

Epidemias y políticas sanitarias coloniales

Sabe­mos que los pro­pios indí­ge­nas encon­tra­ban una vin­cu­lación estrecha entre vida urbana, con­cen­tración pobla­cional, seden­taris­mo y enfer­medades infec­ciosas, como lo rev­ela la argu­mentación del cacique pam­pa Igna­cio Muturo ante el padre jesui­ta Lucas Cav­allero, que pre­tendía estable­cer­los en mis­ión:

Pues lo que nos da cuidado es que lo mismo es poblarse los pampas que venir la peste y acabarnos. ¿Tú no tienes noticia de lo que nos sucedió en Areco? Pues, apenas se juntaron aquí con su corregidor más trescientos pampas cuando luego los acabó la peste Igual es lo que sucedio a los demás pueblos que todos se acaban y consumen. Pues, ¿qué nos puede suceder a nosotros sino lo mismo? lo mismo es poblarse los pampas que venir la peste y acabarnos [Page 2007: 440-441].

Esta razón los per­suadía de la incon­ve­nien­cia de ese modo de vida como regla para su pro­pio establec­imien­to.

Dado que Buenos Aires fue un cen­tro de con­cen­tración de indí­ge­nas apri­sion­a­dos en las cam­pañas mil­itares, los sobre­vivientes de las entradas españo­las, además de sufrir la desar­tic­u­lación de sus famil­ias, quedaron expuestos a un ries­go alto des­de el pun­to de vista epi­demi­ológi­co, ver­i­ficán­dose tam­bién allí el vaticinio de Muturo, según ver­e­mos ensegui­da.

a) La epidemia de 1780

En abril de 1780 el encar­ga­do de la Guardia de Chas­comús envió pre­so a Buenos Aires a un indio acu­sa­do de com­pli­ci­dad con recientes incur­sores fron­ter­i­zos.

A los pocos días, las autori­dades vir­reinales recla­maron que se enviara tam­bién a la cap­i­tal a la mujer e hijos del pre­so, que habían queda­do en la guardia. El coman­dante respondió que tres niños habían enfer­ma­do y muer­to: “en el mez de Mayo los con­du­je a ésa Ciu­dad y al instante de aver lle­ga­do enfer­maron de las bribue­las de cuya enfer­medad han muer­to dos hijos y el otro murio aqui antes de lle­var­la”; en cuan­to a la madre, “dicha chi­na esta tod­abia enfer­ma y siem­pre de q.e no muera ten­go de pedirla a S.E. por q.e tiene trata­do de casarse con un Escla­vo mio despues q.e se haga Chris­tiana”.[7]

En suma, toda la famil­ia enfer­mó entre abril y mayo de 1780. Pero no fueron los úni­cos: los libros de defun­ciones de las par­ro­quias de Buenos Aires mues­tran que otras 16 per­sonas fal­l­ecieron entre mar­zo y julio de ese año (ver Tabla 1). En los asien­tos de difun­tos, si bien no aparece men­ciona­da la causa de la defun­ción (no era oblig­a­to­rio consignarla, ni tam­poco la edad de las per­sonas), se ano­ta, en cam­bio, el nom­bre y apel­li­do de los padres en el caso de los párvu­los.[8] Gra­cias a ello, lleg­amos a saber que Mar­i­ano, inte­grante de la lista, fue uno de los hijos de la chi­na alu­di­da por Escrib­ano (lla­ma­da María) y abati­da por la viru­ela, cir­cun­stan­cia que refuerza la prob­a­bil­i­dad de que la con­cen­tración de dece­sos en esos meses se deba a un brote que no ha sido explíci­ta­mente reg­istra­do.[9]

Tabla 1. Prisioneras indias muertas en la epidemia de 1780 en Buenos Aires[10]
Nom­bre Fecha Edad Condi­ción Apropi­ador Dere­chos
Petrona 28-mar­zo s/d India soltera Cri­a­da en casa de Miguel Bar­rionue­vo. 2 pesos
María Catali­na 17-abril s/d Adul­ta Yndia pam­pa cris­tiana en poder de Miguel Lopez Limosna
María Anto­nia 11-mayo s/d Párvu­la Yndia Pam­pa cri­a­da en casa de Pas­cual Cas­tro Limosna
Mar­i­ano 13-mayo s/d Párvu­lo Hijo de María india Auca Limosna
Jua­na 1‑junio s/d s/d Yndia Pam­pa Limosna
Aguti­na 3‑junio s/d s/d Yndia Pam­pa Limosna
San­ti­a­go 4‑junio s/d Párvu­lo De casa de Ramón Rodríguez 2 pesos
Maria 19-junio s/d Párvu­la Nación Aucá, cri­a­da en casa de Mª Jose­fa San­tel­lan 2 pesos
Ger­non­i­mo 26-junio s/d Párvu­lo Indio pam­pa edu­ca­do por Andrés Bil­lelche 2 pesos
Petrona 26-junio s/d Adul­ta Yndia soltera en poder de Roque Jac­in­to Bar­bosa 2 pesos
Jose­fa 28-junio s/d Soltera Yndia pam­pa cri­a­da en lo de Pedro Calle­jas Limosna
Jose­fa 5‑julio s/d Párvu­la Hija de Petrona Yndia Pam­pa 2 pesos
Mar­gari­ta 8‑julio 9 años s/d Yndia pam­pa cri­a­da en casa de Jose­fa Oli­vares Limosna
Fran­cis­ca Rita 14-julio 12 Soltera Yndia pam­pa Limosna
Agustín 16-julio s/d Soltero Yndio Pam­pa cri­a­do en casa de José Bar­ra­gan 2 pesos
Rosa 31-julio s/d s/d Yndia Pam­pa cri­a­da en casa de Jose­fa Oli­vares Limosna
b) La epidemia de 1789

Un año antes de este even­to epidémi­co, el 22 de julio de 1788, la Casa de Res­i­den­cia alber­ga­ba a unos 43 pri­sioneros nativos –33 mujeres y 10 varones.[11] En doc­u­mentación de fecha pos­te­ri­or a esa no apare­cen nuevos ingre­sos, y sí se men­cio­nan algu­nas muertes, por lo que el número real de pri­sioneros a medi­a­dos de 1789 debía ron­dar las cua­tro dece­nas. Ten­emos conocimien­to del brote de viru­elas, porque el direc­tor informa­ba reg­u­lar­mente al vir­rey de los dece­sos ocur­ri­dos en ofi­cios breves que consigna­ban el nom­bre del difun­to, su edad y su ori­gen; esa infor­ma­ción per­mite cono­cer la duración del prob­le­ma, y a qué sec­tor de la población recogi­da afec­tó may­or­mente. La primera muerte adju­di­ca­da a la enfer­medad es del 15 de junio de 1789 y la últi­ma, del 2 de agos­to sigu­iente– y fal­l­ecieron trece per­sonas, es decir, más de un cuar­to del total de nativos reclu­i­dos (ver Tabla 2). La may­or parte de los muer­tos eran menores o ado­les­centes (un 60%);[12] el resto se divide entre jóvenes (dos) y ancianas (dos).

Tabla 2. Indígenas prisioneros muertos en la epidemia de 1789[13]
Fecha Nom­bre Edad Cristiano/a Proce­den­cia
15-VI-1789 María del Car­men Sin men­ción de edad Remi­ti­da de Patagones con otras tres. Ingre­saron a la Res­i­den­cia en 1788
30-VI-1789 Fran­cis­ca Navar­ro Sin men­ción de edad Remi­ti­da de Patagones con otras tres. Ingre­saron a la Res­i­den­cia en 1788
03-VII-1789 Anto­nia 11 años Fue cap­tura­da durante la entra­da gen­er­al de 1784.
05-VII-1789 Tere­sa 9 años Remi­ti­da de Patagones con otras tres. Ingre­saron a la Res­i­den­cia en 1788.
07-VII-1789 Domin­ga Martínez Sin men­ción de edad Sin datos
09-VII-1789 Juan José 12 años Fue cap­tura­do durante la entra­da gen­er­al de 1784.
11-VII-1789 Domin­ga de los Ánge­les 6 años Fue cap­tura­da durante la entra­da gen­er­al de 1784.
11-VII-1789 Isabel 11 años Fue cap­tura­da durante la entra­da gen­er­al de 1784.
20-VII-1789 Manuel 18 años Fue cap­tura­do durante la entra­da gen­er­al de 1784.
23-VII-1789 Bern­abé 6 años Fue cap­tura­do durante la entra­da gen­er­al de 1784.
28-VII-1789 Fran­cis­ca Xaviera Anciana Fue cap­tura­da durante la entra­da gen­er­al de 1784.
28-VII-1789 María Mer­cedes Muy anciana Fue cap­tura­da durante la entra­da gen­er­al de 1784.
02-VIII-1789 Juan 18 a 20 años Fue cap­tura­do durante la entra­da gen­er­al de 1784.

De estas trece víc­ti­mas, nueve eran ran­que­les del País de los Médanos o Leu Mapu[14] cap­turadas en una cam­paña real­iza­da en 1784 por Fran­cis­co Bal­carce; según un lis­ta­do real­iza­do en la Casa en 1788, había 11 mujeres y un número no deter­mi­na­do de varones ingre­sa­dos luego de esa entra­da. Sabe­mos por los informes de la cam­paña que Bal­carce atacó un asen­tamien­to en las Sali­nas de San­ta Isabel, “…en quio encuen­tro quedaron muer­tos 93 Ynfieles, y pri­cioneros 86 mugeres, y niños de ambos sex­os con q.e ha regre­sa­do”,[15] y que esos tol­dos fueron los del cacique Catru­en.[16] Las lagu­nas exis­tentes en la doc­u­mentación de la Casa de Recogimien­to nos impi­den saber con clar­i­dad qué ocur­rió con este con­jun­to de 86 pri­sioneros; es prob­a­ble que un número impor­tante de ellos fuera rescata­do por sus famil­iares durante los inter­cam­bios de cau­tivos que se lle­varon a cabo en 1786, 1787 y 1788 en Sali­nas Grandes y Buenos Aires.[17] Sí nos con­s­ta que el 21 de abril de 1785 el direc­tor de la Casa de Recogi­das le informa­ba al Vir­rey haber entre­ga­do al Sar­gen­to Chinchón “once Yndias por orden de V.E. todas pertenecientes à la par­ti­da q.e se cogio en la Entra­da Grâl.”.[18] Unos meses después, en julio de 1785, qued­a­ban en la Res­i­den­cia 11 mujeres y 10 niños,[19] de los cuales 9 mujeres y 2 niños murieron en la epi­demia de 1789.

El impacto de este ataque sobre la población ran­quel puede ser eval­u­a­do con­sideran­do infor­ma­ción prove­niente de una déca­da antes. En noviem­bre de 1774, se cal­cu­la­ba que los varones ran­que­les en condi­ciones de tomar las armas sum­a­ban entre 300 y 400.[20] Quiere decir que, en una úni­ca embesti­da, el grupo perdió un número de com­bat­ientes (93) equiv­a­lente a aprox­i­mada­mente una cuar­ta parte de los esti­ma­dos en aque­l­la opor­tu­nidad. Pero además su demografía resultó doble­mente afec­ta­da por la cap­tura de 86 per­sonas que rep­re­senta­ban la pér­di­da de un por­centa­je impor­tante de las mujeres en edad fér­til y de un con­jun­to de miem­bros jóvenes [Jiménez y Alioto 2017]. Para col­mo de males, cualquier recu­peración pos­te­ri­or debió verse demor­a­da por un brote de viru­ela surgi­do en las told­erías, a raíz del con­ta­gio des­en­ca­de­na­do por una par­ti­da com­er­cial que se había infec­ta­do en Buenos Aires durante el invier­no de 1789 [Jiménez y Alioto 2013].

Las con­se­cuen­cias letales de una epi­demia como esa de 1789 se con­statan asimis­mo en el caso de otro pequeño número de pri­sion­eras nati­vas. En julio de 1788, el vir­rey Lore­to encomendó al capel­lán de la Casa de Recogimien­to que se hiciera car­go de cua­tro indias remi­ti­das des­de el fuerte de Car­men de Río Negro, que debían per­manecer allí “… con buen tra­to, y seguri­dad”.[21] Pero las autori­dades de la Res­i­den­cia sep­a­raron y dieron tratamien­to pref­er­en­cial úni­ca­mente a María de la Con­cep­ción, una muchacha “de bel­las fac­ciones”, quien man­i­festó deseos de ser cris­tiana y de no quer­er retornar a tier­ras indí­ge­nas. Las otras tres que con­tin­uaron pre­sas en la Casa murieron en un cor­to lap­so durante el brote del año sigu­iente. Si tomáramos ese pequeño núcleo como uni­ver­so, resul­ta que la letal­i­dad var­ióli­ca osciló entre el 75 y el 100 por cien­to (depen­di­en­do de si se incluye o no a María de la Con­cep­ción).

Aunque ese dato resul­ta fun­da­men­tal, el sufrim­ien­to de los afec­ta­dos no se mide sólo por la pér­di­da de vidas. Tam­bién es traumáti­ca la expe­ri­en­cia de los sobre­vivientes y de los desahu­ci­a­dos, rodea­d­os por per­sonas con­ta­giadas que mueren una a una, mien­tras se carece de la más mín­i­ma posi­bil­i­dad de hac­er algo para evi­tar­lo. No obstante, y como ver­e­mos a con­tin­uación, los fun­cionar­ios pudieron y debieron haber hecho algo para evi­tar seme­jantes resul­ta­dos.

c) Distintos comportamientos con relación al tratamiento de la enfermedad

Aunque la ciu­dad de Buenos Aires esta­ba irremis­i­ble­mente expues­ta al ries­go de una infec­ción var­ióli­ca debido prin­ci­pal­mente a la habit­u­al­i­dad del com­er­cio esclav­ista, una apli­cación más rig­urosa de las medi­das san­i­tarias impul­sadas por la coro­na podría haber mod­er­a­do las con­se­cuen­cias de un brote.

Las políti­cas de cuar­ente­na y ais­lamien­to habían sido recomen­dadas por Real Orden del 15 de abril de 1785. Y jun­to con ella, el min­istro de Indias José de Gálvez envió a las colo­nias un fol­leto con instruc­ciones acer­ca de cómo pro­ced­er durante una epi­demia de viru­elas. En real­i­dad, el fol­leto era un libro escrito por el médi­co Fran­cis­co Gil, quien pro­ponía man­ten­er un sis­tema de lazare­tos donde los enfer­mos fuer­an aten­di­dos por per­sonas que hubiesen pade­ci­do la enfer­medad y que por lo tan­to estu­vier­an inmu­nizadas. Insistía en recomen­dar el ais­lamien­to a toda cos­ta de los enfer­mos y la reduc­ción al mín­i­mo de su con­tac­to con los fac­ul­ta­tivos, así como otras varias medi­das pro­filác­ti­cas [Gil 1784: 57–66].[22]

El Despa­cho Uni­ver­sal de Indias, además de finan­ciar esa primera edi­ción, se encar­gó de dis­tribuir­la por todas las depen­den­cias colo­niales: entre mayo y sep­tiem­bre de 1785 se enviaron en total 3.500 ejem­plares, en tres tan­das, acom­pañan­do la Real Orden men­ciona­da.[23] El vir­rey de Buenos Aires recibió cien­to cin­cuen­ta para dis­tribuir, el primero de sep­tiem­bre de 1785.[24]

La man­era de pro­ced­er esta­ba clara­mente estable­ci­da en el tex­to de la dis­posi­ción del rey:

...dispondrá V. que luego que se manifieste la invasión de Viruelas en algún Pueblo de su jurisdicción se transporte el primer Virolento, y los que le sucedieren en esta enfermedad, á la Ermita, ó Casa de Campo que V. hubiese destinado, ó mandado hacer á la distancia competente de la Poblacion, y en parage saludable, pero situado de suerte que los Ayres, que regularmente corran en la comarca no pueda comunicar el contagio a los Pueblos, ni Haciendas inmediatas; bien que según el dictamen general de los Profesores, y las experiencias que se han repetido, esta enfermedad pestilentes solo se propaga por el contagio con los enfermos, ó cosas que le sirven.[25]

Pese a que el vir­rey Lore­to conocía el decre­to, con­ta­ba des­de 1785 con un número sufi­ciente de ejem­plares de la Dis­ertación de Gil, y con­tinu­a­ba en el car­go en ocasión de la epi­demia de 1789, ni él, ni los encar­ga­dos de la Casa de Res­i­den­cia hicieron caso alguno de sus pre­scrip­ciones. Según la cor­re­spon­den­cia que man­tu­vieron entre sí, los últi­mos no tomaron ningu­na de las medi­das de ais­lamien­to, y el alto fun­cionario no demostró pre­ocu­pación por ase­gu­rarse que se adop­taran y cumpli­er­an.[26] Su úni­ca inqui­etud se redu­jo a averiguar si una de las difun­tas había muer­to bau­ti­za­da: “Por el Ofi­cio de Vm de ayèr que­do enter­a­do de havèr fal­l­e­ci­do de viru­elas la Yndiecita Anto­nia, una de las remi­ti­das por el Comand.te de Front.a D.n Fran.co Val­carce: y en su con­seq.a pre­ven­go à Vm aclare si murio cris­tiana ò Ynfiel”.[27]

La respues­ta no tardó en lle­gar: Anto­nia había sido bau­ti­za­da antes de morir, y de todos los nativos reclu­i­dos en la Casa, sólo dos pupi­las per­manecían fieles a sus creen­cias:

El Director de la Casa de Recogidas de esta Capital en virtud de lo que V.E. le previene aclare si la Yndiesita Antonia que acaba de fallecer estos dias de Virguelas, si murio Cristiana ò Ynfiel, dice que excepto dos Yndias antiguas, no tiene V.E. en todas las que hay en dha casa ninguna q.e no sea Cristiana, y las mas de ellas se confiesan y aun comulgan. Muchas es cierto q.e han habido que se han resistido à recivir el S.to Bautismo, pero quando se han visto enfermas gravemente, han pedido el agua del S.to Bautismo, y han muerto cristianas. No dudo, que el noble y piadoso Corazon de V.E. tan celoso por el bien de las Almas se llene de complasencia, y mucho mas quando V.E. es el instrum.to para q.e ellas hayan logravo recivir el S.to Baut.mo.[28]

Esta pre­ocu­pación por las almas, y el para­le­lo des­cui­do por los cuer­pos evi­den­ci­a­do en el incumplim­ien­to de las nor­mas de pro­fi­lax­is pro­movi­das por la coro­na, recién se mod­i­fi­caría en 1793.[29] Fue nece­sario que durante ese año una epi­demia var­ióli­ca de may­or poder letal que las ante­ri­ores provo­cara la muerte de la mitad de la población infan­til porteña (unos 2.500 niños)[30] para que se optara por ais­lar a los enfer­mos, y aun así no muy rig­urosa­mente.

Con­tra lo que pudiera supon­erse, la acti­tud de los nativos con­trasta­ba níti­da­mente con esa irre­spon­s­able neg­li­gen­cia admin­is­tra­ti­va. Ellos com­prendían bien la necesi­dad de apartar a los enfer­mos, ponién­do­los en cuar­ente­na y cuan­do sobrevenía la peste, sep­a­ra­ban a los infec­ta­dos sin vac­ilar, proveyén­doles techo, ali­men­tos y bebidas, y ocupán­dose de con­tro­lar su evolu­ción:

Conocen que la viruela es contagiosa y así lo mismo es asomar entre ellos que dejan al paciente solo, se muda el toldo lejos y cada tres dias vienen algunos á ver los enfermos por varlovento[31], les dejan comida y bebida y prosiguen haciendo lo mismo con todos hasta que sanen ó mueran que es lo común.[32]

El tratamien­to, al mis­mo tiem­po que dis­min­uía la propalación del mal al impedir el con­ta­gio,[33] aumenta­ba las posi­bil­i­dades de super­viven­cia de los enfer­mos, que por encon­trarse reg­u­lar­mente asis­ti­dos tenían may­ores posi­bil­i­dades de sobre­v­i­da[34] –aunque debier­an sopor­tar la enfer­medad en soledad. Pero claro está que, en con­tra­parti­da, si la viru­ela infecta­ba simultánea­mente a la may­oría de los miem­bros de un grupo, aumen­taría su letal­i­dad debido pre­cisa­mente a la escasez de per­sonas que pud­iesen brindar ali­men­to, agua y abri­go a los enfer­mos.

No obstante la sen­satez de sep­a­rar a las per­sonas sanas de los vari­cosos y su efi­ca­cia en tér­mi­nos san­i­tar­ios, esa prác­ti­ca fue a menudo con­fun­di­da con un aban­dono inhu­mano. Cien años después de la época que esta­mos con­sideran­do, el ciru­jano mil­i­tar Luis Orlan­di­ni, cumplien­do fun­ciones en la briga­da al man­do del coro­nel Race­do que invadió el ter­ri­to­rio ran­quel en la pam­pa cen­tral como parte inte­grante de las cam­pañas de Roca, con­firma­ba la vigen­cia de ese pro­ced­imien­to entre los indios, pero la atribuía al miedo, la igno­ran­cia y la bru­tal­i­dad:

Los indios tienen a esta enfermedad un miedo espantoso, a los primeros casos se alborota una tribu, la madre abandona a sus hijos y éstos a sus padres en casos de enfermedad: el miedo puede en todos ellos más que el amor filial; se le abandona al enfermo de una manera miserable, dejándolo solamente entregado a la providencia, limitando los cuidados sólo a una vasija con agua, algo con qué taparse y el abrigo que pudiera prestarle algún monte en caso de existir o sino el desierto mismo le sirve de habitación.[35]

Una prue­ba indi­rec­ta de que los españoles advirtieron, aunque tardía­mente, el error de su políti­ca de haci­namien­to se encuen­tra en lo suce­di­do algunos años después con los indios char­rúas y min­u­anes que resul­taron pri­sioneros en las cam­pañas mil­itares dirigi­das con­tra ellos en 1801. En esa ocasión, los reclu­sos (sobre todo mujeres y niños) tam­bién fueron traslada­dos la Casa de Res­i­den­cia de Buenos Aires, pero al con­trario de lo que ocur­rió con los pam­pas en 1788, ensegui­da fueron repar­tidos entre dis­tin­tas famil­ias de la cap­i­tal.

En efec­to, des­de el 10 al 14 de julio de 1801, Bern­abé Ruiz, alférez encar­ga­do de la Res­i­den­cia, entregó en cus­to­dia a veinte veci­nos de la ciu­dad[36] unas 65 mujeres y niños char­rúas y min­u­anes que inte­gra­ban un con­tin­gente de pri­sioneros recien­te­mente cap­tura­dos en la Ban­da Ori­en­tal en junio de ese mis­mo año durante tres enfrentamien­tos sostenidos por el capitán de Bland­engues José Pacheco.[37] Este fue el cuar­to con­jun­to de char­rúas y min­u­anes traslada­do a Buenos Aires entre 1798 y 1801: en ese lap­so los pri­sioneros desnat­u­ral­iza­dos sumaron unos 156 indi­vid­u­os, en su may­oría mujeres y niños pequeños,[38] quienes en todas las oca­siones fueron ráp­i­da­mente entre­ga­dos a famil­ias avecin­dadas para que se hicier­an car­go de ellos. Esta prác­ti­ca con­trasta con el caso de las pri­sion­eras pam­pas en la déca­da de 1780, quienes debieron sopor­tar un peri­o­do de reclusión en la Res­i­den­cia durante el cual se les enseña­ban los rudi­men­tos de la fe católi­ca, se las bau­ti­z­a­ba y se les enseña­ba castel­lano, antes de ser final­mente repar­tidas y dadas en cus­to­dia en casas decentes para que con­tin­uaran su edu­cación a cam­bio de su ser­vi­cio domés­ti­co [Aguirre 2006 y Saler­no 2014].

Este cam­bio de políti­ca fue atribui­do por Miguel Las­tar­ria al mar­ques de Avilés,[39] pero en real­i­dad había ocur­ri­do durante la admin­is­tración de su ante­cesor, Anto­nio Ola­guer Feliú. ¿Cuál fue el moti­vo de la mod­i­fi­cación? La respues­ta se encuen­tra en un ofi­cio del Fis­cal Pro­tec­tor de Nat­u­rales al vir­rey, en el que se sug­iere el repar­to direc­to, debido a las posi­bil­i­dades de con­ta­gia­rse de viru­elas si las nati­vas eran man­tenidas jun­tas en la Casa de Res­i­den­cia:

El Then.te de Blandengues D.n Jorge Pacheco me remitio desde el Puert--o de S.n Josef ocho chinas Minuanas con cinco Parvulos p.a q.e las pusiera en seguro desposito á disposición de V.E. En Su consq.a las he hecho trasladar ala Reclusion dela Residencia y lo aviso a  V.E. esperando se sirva prevenirme si gusta de que se den à Personas de buenas costumbres y suficientes posibles que las solicitan, asi para facilitar su civilidad, instrucc.n y educacion cristiana como p.a libertarlas de la peste de virhuelas q.e se ha propagado entre las de su clase en aq.lla casa con muerte de muchas de ellas. Buenos Ayres, 5 de oct.bre de 1797.[40]

Esta mudan­za recono­ció los ries­gos de man­ten­er jun­tas en un solo lugar a per­sonas que eran vul­ner­a­bles a la enfer­medad, aunque muy tardía­mente en com­para­ción con la tem­prana aso­ciación que los nativos advirtieron entre epi­demia y con­cen­tración pobla­cional.[41]

Viruela y concentración durante la Campaña al Desierto

Un siglo después de los casos que anal­izamos antes, el ya con­for­ma­do esta­do nacional argenti­no decidió apropi­arse defin­i­ti­va­mente de los ter­ri­to­rios pam­peano-patagóni­cos que esta­ban fuera de su con­trol, más allá de la “fron­tera sur”. Durante la déca­da de 1870 se sucedieron varias expe­di­ciones mil­itares que cul­mi­naron a fines del dece­nio en una gran ofen­si­va a car­go de varias colum­nas, que ase­guró la dis­per­sión de los gru­pos indios, la muerte de com­bat­ientes y la toma de pri­sioneros entre los sobre­vivientes.

En ese con­tex­to, la des­cuida­da con­cen­tración de cau­tivos volvió a causar daños en la población nati­va, como lo demues­tran los suce­sos ocur­ri­dos durante el avance de la Ter­cera División Expe­di­cionar­ia que se internó en ter­ri­to­rio ran­quel bajo el coman­do de Eduar­do Race­do. Pese a que la expe­di­ción con­ta­ba con per­son­al médi­co, las deci­siones respec­to de las condi­ciones san­i­tarias de los cau­tivos no fueron tomadas por los médi­cos, sino por el ofi­cial supe­ri­or a car­go.

En los partes de Race­do, la primera men­ción a la enfer­medad es del 10 de mayo de 1879:

A la una y media de la tarde, llegamos a Leuvú-Carreta, y acampamos allí después de andar cinco leguas. Un rato después, el comandante Meana acompañado de varios oficiales llegó a nuestro campamento y me dio cuenta que uno de los prisioneros estaba enfermo de viruela. Con esta noticia me puse en cuidado, pues temí que este horrible flagelo se desarrollara en la División.[42]

Se advierte que el temor de Race­do no era por los cau­tivos que con­ducía, sino por una even­tu­al propa­gación entre su propia tropa; sin embar­go y pese a ello, no tomó ningu­na medi­da pro­filác­ti­ca has­ta el día 17 de mar­zo, cuan­do ya se habían enfer­ma­do var­ios nativos. En ese momen­to, ordenó la vac­u­nación de los indios, siem­pre con el obje­ti­vo de que no se con­ta­giasen los sol­da­dos:

En la División no se desarrollaba aun la viruela, que tan alarmados nos tenía, después de los primeros casos que ocurrieron. A todos los indios prisioneros se les izo inocular la vacuna, a fin de evitar la propagación de tan funesta enfermedad, que podía muy bien diezmar las fuerzas.[43]

Recién el 22 de mayo, doce días después de la apari­ción del brote, se con­struyó el primer lazare­to para ais­lar a las víc­ti­mas:[44]

Los temores que de tiempo atrás abrigábamos respecto al desarrollo de la viruela estaban ya realizados. Varios casos de este horrible flagelo tuvieron lugar en la fecha. Mandé trabajar sin pérdida de tiempo, un ramadón de grandes dimensiones, y retirado 15 cuadras del campamento: lo destiné para lazareto, al cual debían trasladarse todos los atacados de viruela. En las circunstancias que atravesábamos no podían tomarse otras medidas preventivas. Las fuerzas tenían que estar reunidas y por consiguiente lo solo que podía hacerse para evitar en algo el contagio era aislarla, en lo posible de los atacados… Hasta ese momento la enfermedad sólo se cebaba en los desgraciados indios, que encontraba mejor preparados por su falta de higiene; pero eso no alejaba nuestros temores ni podía librarnos de la compasión que nos causaban aquellos infelices.[45]

Meses después, cuan­do ya la enfer­medad parecía algo inmane­jable, Race­do solic­itó a sus ofi­ciales médi­cos – Dupon y Orlan­di­ni – la pre­sentación de informes sobre el mejor modo de lidiar con la enfer­medad. Ante el requer­im­ien­to, los doc­tores pro­du­jeron un acta en con­jun­to, y además cada uno de ellos elaboró un informe indi­vid­ual. Lo curioso es que, en estos últi­mos, sus autores no men­cio­nan el lap­so de doce días tran­scur­ri­do antes de que se tomaran medi­das, pese a que en el acta recomend­a­ban la vac­u­nación y la re-vac­u­nación como medi­das indis­pens­ables.[46]

El doc­tor Dupon señala que la enfer­medad esta­ba entre los nativos y que recién el 28 de mayo apare­ció en un grupo de pri­sioneros toma­dos a Baig­or­ri­ta:

El 28 de mayo, al tomar prisioneros los indios y chusma pertenecientes al cacique Baigorrita, encontramos varios enfermos de viruela, uno, en el período de disecación, otros en el de erupción. El señor teniente coronel D. R. Roca adoptó la medida de llevarlos a retaguardia y distantes de la columna; a fin de evitar que se desarrollase más la epidemia entre los prisioneros, así como entre las fuerzas nacionales. Pero, como varios estaban en el periodo de incubación 27 más se enfermaron de viruela, dando así un total de 34 virulentos. A fin de evitar la mortandad y obedeciendo a la práctica que aconseja inocular el virus de la viruela para transformar la viruela confluente en viruela discreta, o para producir la varioloide, inoculó a un cierto número de prisioneros el virus virulento. Tuvieron en efecto, la varioloide o una viruela muy benigna.[47]

La memo­ria de Orlan­di­ni no es tan pre­cisa al respec­to, pero afir­ma que la enfer­medad apare­ció en for­ma epidémi­ca en mayo de ese año,[48] y sin com­pro­m­e­terse con las fechas ase­gu­ra que las medi­das tomadas por Race­do fueron acer­tadas des­de el primer momen­to:

Desde los primeros casos que se presentaron V.S. tomó las medidas necesarias y más acertadas, siendo sin duda de ellas, el aislamiento absoluto de los virolentos, mandando que se observasen escrupulosamente los preceptos higiénicos que en tal caso se requieren. A pesar de todo esto, el número de enfermos aumento día a día y fue de imperiosa necesidad la improvisación de un lazareto lejos del campamento y en un paraje adecuado y libre.[49]

De este modo, el lap­so de diez días que los respon­s­ables mil­itares le dieron a la enfer­medad para actu­ar entre los pri­sioneros no quedó reg­istra­do en los informes médi­cos. El resul­ta­do fue que de los 641 ran­que­les pri­sioneros en Pitre-Lauquen, 153 murieron de viru­ela y otras enfer­medades, es decir, cer­ca del 25% del total (ver Tabla 3).

Tabla 3. Tasa de Mortalidad en la población nativa prisionera en los tres casos presentados[50]
Fecha Pri­sioneros Muer­tos de Viru­ela Por­centa­je
1780 5 3 60%
1789 45 13 29%
1879 641 153 24%

La con­duc­ta de Race­do y sus supe­ri­ores no fue excep­cional, ni difiere mucho de lo actu­a­do en situa­ciones equiv­a­lentes en la mis­ma época por fuerzas armadas que mon­taron cam­pos de con­cen­tración de pri­sioneros.[51] En todos los casos, la capaci­dad logís­ti­ca de los ejérci­tos no era sufi­ciente como para garan­ti­zar un sum­in­istro ade­cua­do de ali­men­tos para los pre­sos, por no men­cionar la imposi­bil­i­dad de ase­gu­rar un esta­do san­i­tario ade­cua­do. Sin embar­go, esta imposi­bil­i­dad no sirve de excusa, pues las autori­dades mil­itares debían ser con­scientes de sus lim­ita­ciones antes de tomar medi­das que afec­taran a los no-com­bat­ientes. En este caso, además, la demo­ra en actu­ar fue el prin­ci­pal acto de neg­li­gen­cia: las deci­siones de inoc­u­lar y de ais­lar a los enfer­mos, que debieron haberse toma­do ensegui­da, se pos­pusieron has­ta que el niv­el de con­ta­gio fue mucho may­or al ini­cial.

La acti­tud de Race­do tam­poco fue úni­ca en el mar­co de aque­l­la “Cam­paña del Desier­to”. Si bien se prac­ticó la vac­u­nación de pri­sioneros, es sabido que muchos murieron de viru­ela durante, y después de la cam­paña. Las actas de defun­ción de la par­ro­quia de Martín Gar­cía mues­tran que la epi­demia var­ióli­ca de 1879 provocó gran can­ti­dad de muertes entre los reclu­sos de la isla [Papaz­ian y Nagy 2010: 81 n. 17]. En el pro­pio cam­po de con­cen­tración de la isla, el ciru­jano Sabi­no O’Donnell, tras recibir una par­ti­da de 148 indios pre­sos, escribió lo sigu­iente:

...concluí de vacunar a todos los indios del depósito… Indudablemente venían ya impregnados o contagiados. Al vacunarlos se ha desarrollado entre ellos, llegando hoy el número de virulentos a once, de los que fallecieron dos hoy temprano… El trabajo pesado y laborioso no podrá menos que ser nocivo a muchos de ellos… en la debilidad en que se hallan los más, por su falta de buena alimentación, en las penurias que viven padeciendo; el abatimiento moral… y además las enfermedades que [crecen].[52]

Sabe­mos además que, a pesar de la cuar­ente­na que se les impu­so, los pri­sioneros indios que fueron repar­tidos en Buenos Aires entre las famil­ias porteñas pudieron ser los vec­tores que dieron lugar a una serie de epi­demias que afec­taron a la ciu­dad en esos años: “pro­fe­sion­ales, veci­nos y autori­dades vin­cu­la­ban [las epi­demias] a la intro­duc­ción de indí­ge­nas sin vac­u­nación y sus­cep­ti­bles a viru­ela con­flu­ente, aunque tam­bién podía deberse a un aumen­to demográ­fi­co en las áreas urbanas más des­fa­vore­ci­das” [Di Lis­cia 2011, 417]. [53]

Conclusiones

Los indí­ge­nas de la región pam­peana (y del área pana­rau­cana en gen­er­al) sen­tían un fuerte rec­ha­zo por la vida urbana y todo lo que rep­re­sen­tase con­cen­tración pobla­cional.[54] Según les dicta­ba su expe­ri­en­cia, la con­se­cuen­cia direc­ta de esas aglom­era­ciones era la propa­gación de enfer­medades con­ta­giosas que tenían con­se­cuen­cias mor­tales.

Des­de ese pun­to de vista, las políti­cas de con­cen­tración forza­da de cau­tivos indí­ge­nas que los his­pano-criol­los primero y los agentes del esta­do más tarde lle­varon ade­lante tuvieron ese mis­mo efec­to, puesto que los pri­sioneros eran deposi­ta­dos en condi­ciones que facil­ita­ban la ocur­ren­cia de brotes infec­ciosos.

Dos cues­tiones deben sub­ra­yarse, a modo de con­clusión.

Una, que en los casos estu­di­a­dos no se sigu­ieron los pro­ced­imien­tos acon­se­ja­dos por la cien­cia médi­ca, ya fuera por neg­li­gen­cia, desin­terés, o fal­ta de recur­sos para hac­er­lo. Entonces, la mor­tal­i­dad fue alta y en condi­ciones que podrían haberse evi­ta­do dado el esta­do del conocimien­to y las pre­scrip­ciones cono­ci­das en las épocas cor­re­spon­di­entes.

Final­mente, que las reit­er­adas defun­ciones de pri­sioneros debier­an percibirse como parte de una políti­ca más gen­er­al de recur­rente afectación de la vida de los nativos. Las per­sonas así expues­tas a las enfer­medades eran sobre­vivientes de expe­di­ciones mil­itares que con­sti­tuyeron masacres, en cuyo tran­scur­so murió una can­ti­dad impor­tante de per­sonas, sin duda ele­va­da en tér­mi­nos pro­por­cionales al tamaño de las pobla­ciones pam­peanas [Jiménez, Alioto y Vil­lar 2017. Cf. tam­bién Jiménez, Vil­lar y Alioto 2012 y Alioto y Jiménez 2017]. Además, los cau­tivos fueron mujeres y niños que garan­ti­z­a­ban la con­tinuidad repro­duc­ti­va de sus gru­pos de ori­gen, de modo que sus fal­l­ec­imien­tos, por el carác­ter con­fluyente de todas estas prác­ti­cas (masacres, muerte de pri­sioneros por enfer­medades, y repar­to entre famil­ias) implic­a­ban una cre­ciente ame­naza para aque­l­la.

Citas

* Depar­ta­men­to de Humanidades, Uni­ver­si­dad Nacional del Sur (UNS), Argenti­na. jjimenez@uns.edu.ar.

** Depar­ta­men­to de Humanidades, Uni­ver­si­dad Nacional del Sur (UNS). Con­se­jo Nacional de Inves­ti­ga­ciones Cien­tí­fi­cas y Téc­ni­cas (CONICET), Argenti­na. seba.alioto@gmail.com

[1]Además, para algunos autores como Black [1992], al ais­lamien­to con­ti­nen­tal debe sumarse una rel­a­ti­va uni­formi­dad genéti­ca de los nativos amer­i­canos debi­da al carác­ter reciente del poblamien­to humano orig­i­nario del Nue­vo Mun­do; el asun­to es aún obje­to de debate.

[2] No se ha encon­tra­do evi­den­cia a la fecha de que el impe­rio español empleara delib­er­ada­mente medios de guer­ra bac­te­ri­ológ­i­ca con­tra los nativos entre los sig­los XVI y XVIII. Con relación a los británi­cos, existe un úni­co caso demostra­do de empleo inten­cional de un virus, real­iza­do en un con­tex­to de excep­ción: durante la rebe­lión de Pon­ti­ac [1763], cuan­do una alian­za pan-trib­al logró destru­ir siete de los doce fuertes fun­da­dos por aque­l­los, el coman­dante de Detroit –coro­nel Hen­ry Bou­quet–, al verse ase­di­a­do y sin per­spec­ti­vas de recibir refuer­zos, dis­tribuyó man­tas y pañue­los infec­ta­dos entre los siti­adores para obligar­los a reti­rarse [Fenn 2000; Finzsch 2008; Knol­len­berg 1954; Mann 2009 y May­or 1995]. Finzsch [2008] sug­iere que algo sim­i­lar ocur­rió en 1789 en la bahía de Syd­ney.

[3] La tra­duc­ción nos pertenece.

[4] La situación de dete­ri­oro a causa de enfer­medades intro­duci­das, reg­istra­do para las misiones españo­las en gen­er­al, encuen­tra un ejem­p­lo bien doc­u­men­ta­do en las cal­i­for­ni­anas insta­l­adas por los fran­cis­canos durante el siglo XVIII [Jack­son 1992; Light­foot 2005: 75–80; San­dos 2004: 111–127; Sweet 1995: 11–17; Thorn­ton 1987: 83–85; Walk­er & John­son 1992 y 1994]. La prác­ti­ca de encer­rar a las mujeres célibes durante la noche en edi­fi­cios sep­a­ra­dos y super­pobla­dos que recibían el nom­bre de mon­jeríos [cf. Voss 2005], aunque des­ti­na­da en prin­ci­pio a pro­te­gerlas y con­tro­lar su sex­u­al­i­dad, cre­a­ba un esce­nario ide­al para el con­ta­gio en ocasión de una epi­demia.

[5] Una sín­te­sis de la dis­cusión en Robins 2010.

[6] Las condi­ciones de la tra­ta favorecían esa difusión. De hecho la viru­ela era, después de la dis­en­tería, la prin­ci­pal causa de mor­tal­i­dad en los esclavos en trán­si­to entre África y las planta­ciones esclav­is­tas del Nue­vo Mun­do [Curtin 1968; Kiple 2002: 144; Post­ma 2004: 245; Raw­ley & Behrendt 2005: 250]. Para evi­tar sus efec­tos, las autori­dades met­ro­pol­i­tanas y locales desar­rol­laron durante el siglo XVIII mecan­is­mos de cuar­ente­na que se aplic­a­ban a los embar­ques de esclavos [San­tos & Thomas 2008; San­tos et al. 2010]. En la segun­da mitad del siglo XVIII, las grandes com­pañías com­er­ciales fueron reem­plazadas por mer­caderes que tenían una menor capaci­dad económi­ca para hac­er frente a las pér­di­das even­tuales pro­duci­das durante las cuar­ente­nas. Con el propósi­to de eludirlas, uti­lizaron sus influ­en­cias locales den­tro de la admin­is­tración colo­nial, de man­era que pudier­an conc­re­tarse y finiq­ui­tarse las ven­tas antes de que un crec­imien­to aleato­rio del número de muertes per­ju­di­case la rentabil­i­dad del nego­cio. El resul­ta­do de que­bran­tar las reglas fue que en oca­siones no se impu­so el perío­do de cuar­ente­na y se intro­du­jeron con­tin­gentes infec­ta­dos: en 1789, la viru­ela ingresó al puer­to de esa for­ma [Alden & Miller 1987a: 60]. Además, los traf­i­cantes porteños tenían como socios y fuente de abastec­imien­to a los traf­i­cantes por­tugue­ses en África o en Brasil [Boruc­ki 2009 y 2010], y es sabido que las condi­ciones san­i­tarias en los bar­cos negreros de esa proce­den­cia eran las peo­res, pues fueron los últi­mos en adop­tar medi­das pro­filác­ti­cas de inoc­u­lación y ais­lamien­to [Alden & Miller 1987a y 1987b; Miller 1988: 431; Ribeiro 2008: 147].

[7] Pedro Nico­las Escrib­ano a Joseph de Ver­tiz, Chas­comús, Julio 4 de 1780.AGN IX, 1.4.2., f. 59.

[8] Para este brote epidémi­co con­ta­mos úni­ca­mente con estos datos indi­rec­tos prove­nientes de los libros par­ro­quiales, dado que los reg­istros de la Casa de Res­i­den­cia están incom­ple­tos para este año. Exis­ten lagu­nas en ese cor­pus doc­u­men­tal: la may­or parte de la doc­u­mentación con­ser­va­da se encuen­tra deposi­ta­da en un solo lega­jo del Archi­vo Gen­er­al de la Nación (AGN IX 21.2.5.), que tam­bién está incom­ple­to: “Los años de 1774, 1775, 1776, 1781, 1782, 1795, y 1798 no con­sti­tuyen parte de él. Asimis­mo habrá años en los cuales un solo doc­u­men­to ha lle­ga­do has­ta nosotros como: 1773, 1780, 1784, 1791, 1793, y 1794” [De Pal­ma 2009:18]. Aún para los años en que se con­ser­van may­or can­ti­dad de doc­u­men­tos no hay certeza de que estén todos.

[9] Buenos Aires fue azo­ta­da por var­ios brotes epidémi­cos de viru­ela y otras enfer­medades infec­to-con­ta­giosas durante el siglo XVIII; de hecho, tiene el dudoso priv­i­le­gio de ser la cap­i­tal con­ti­nen­tal con el may­or número de brotes en esa cen­turia: “Buenos Aires led the continent’s may­or cities with the greater num­ber of small­pox epi­demics report­ed dur­ing this cen­tu­ry. It had nine, in 1700, 1705, 1733, 1734, 1738, 1744, 1770, 1778 and 1792–93” [Hop­kins 2002: 220]. Hop­kins cuen­ta nueve, pero segu­ra­mente el número fue supe­ri­or, si ten­emos en cuen­ta que en esa lista no fig­u­ran, por ejem­p­lo, los dos episo­dios estu­di­a­dos en este tra­ba­jo. Estos even­tos ocur­rieron en el mar­co de un fuerte crec­imien­to pobla­cional: los cál­cu­los a par­tir del padrón de 1778 hablan de una población que ron­daría las 37.000 per­sonas, de las cuales 24.000 vivían en la ciu­dad y 13.000 en el área rur­al [Cues­ta 2006; cf. una breve dis­cusión sobre las cifras en Wain­er 2010]. Según Lyman John­son, la tasa de mor­tal­i­dad era com­pa­ra­ble a la euro­pea con­tem­poránea, de entre el 21 y el 27 por mil [John­son 1979], aunque otros esti­man 32 por mil, que es la que había tam­bién en 1810. Des­de luego que la viru­ela afecta­ba fuerte­mente a la población his­pano-criol­la, espe­cial­mente a los niños, con un alto índice de letal­i­dad: en Europa, y se asume que asimis­mo en Buenos Aires, mata­ba a más del 80 % de los niños infec­ta­dos [Cowen 2012].

[10]Para elab­o­rar el cuadro con­sul­ta­mos los libros de defun­ciones de tres par­ro­quias porteñas: Nues­tra Seño­ra de la Inmac­u­la­da Con­cep­ción, Libro de Defun­ciones de Gente de Col­or 1700–1800; Nues­tra Seño­ra de la Piedad, Libro de Defun­ciones 1767–1823; y Nues­tra Seño­ra de Montser­rat, Libro de Defun­ciones 1770–1800, en “Argenti­na, Cap­i­tal Fed­er­al, reg­istros par­ro­quiales, 1737–1977”, Disponibles en: https://familysearch.org/pal (con­sul­ta­do el 8, 9, 10 y 11de noviem­bre de 2013). Esas son las par­ro­quias que tienen datos disponibles sobre el asun­to, fal­tan­do úni­ca­mente, de las exis­tentes en ese momen­to, la de San Nicolás de Bari, que no tiene reg­istros de defun­ciones: cf. http://www.arzbaires.org.ar/inicio/parroquias1886.html. Debe ten­erse en cuen­ta que se tra­ta de un reg­istro frag­men­tario, no siem­pre com­ple­to y lleno de hiatos, debido a la insu­fi­cien­cia de los mod­os de asien­to de la época, y sobre todo a las vicisi­tudes pos­te­ri­ores que impli­caron la pér­di­da de mate­r­i­al doc­u­men­tal. Acer­ca de esta doc­u­mentación, cf. Siegrist 2011.

[11] Razon indi­vid­ual de las Mugeres que actualm.te se hal­lan en la Casa de Recogi­das de esta Cap­i­tal, incluien­do con sep­a­ra­cion las Yndias Pam­pas è Yndios, que pasa el Direc­tor de dha Casa al Exce­len­tisi­mo Señor Marq.s de Lore­to Vir­rey y Capn Grâl actu­al. Buenos Aires, 22 julio1788. AGN IX 21.1.5.

[12] Sobre el com­por­tamien­to de la enfer­medad en el resto de la ciu­dad exis­ten indi­cios que apun­tan a un patrón anál­o­go. Susan Socolow encon­tró que en la casa del com­er­ciante penin­su­lar Gas­par de San­ta Colo­ma sólo murieron niños durante el brote: el primero de agos­to fal­l­e­ció Gas­par –hijo del propi­etario–, y un mes después Mar­ti­na, una huér­fana agre­ga­da como cri­a­da (los cer­ti­fi­ca­dos respec­tivos se encuen­tran en el Libro de Difun­tos de la Igle­sia de la Merced, ver Socolow 1991: 162 y 189 nota 19).

[13] Fuentes: suce­sivos ofi­cios del direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al vir­rey infor­mán­dole las muertes de las sigu­ientes per­sonas: India Fran­cis­ca Navar­ro, Buenos Aires, 30 junio 1789; India Anto­nia, Buenos Aires, 3 julio 1789; Chi­na Tere­sa, Buenos Aires, 5 julio 1789; India Cris­tiana Domin­ga Martínez, Buenos Aires, 7 julio 1789; Indiecito lla­ma­do Juan Joseph, Buenos Aires, 9 julio 1789; Indias Domin­ga de los Ange­les e Isabel, Buenos Aires, 11 julio 1789; Indio Manuel, Buenos Aires, 20 julio 1789; Indio cris­tiano Bern­abé, Buenos Aires, 23 julio 1789; Indias Fran­cis­ca Xaviera y María Mer­cedes, Buenos Aires, 28 julio 1789; Indio Juan, Buenos Aires, 2 agos­to 1789. Todos los doc­u­men­tos cita­dos se encuen­tran deposi­ta­dos en AGN IX 21–1‑5.

[14] Sobre esta agru­pación, ver Vil­lar y Jiménez 2013.

[15] Ofi­cio del Vir­rey Lore­to al Min­istro de Indias José de Gálvez, Buenos Aires, 3‑VI-1784 AGI ABA 68.

[16] “Que­los Caciques Alcalu­an, Cayulquis, Catu­mil­lan, y Catru­el, estan inmedi­atos à los Montes dela Lagu­na de S.ta Ysabel, en cuia inmedi­az.n mataron los Españoles à los dela Tolde­ria del dho Catru­el”: Rela­cion de lo que en vir­tud de las pre­gun­tas hechas de S.E. à un Yndio hà declar­a­do. Buenos Aires, 7‑IX-1784 AGI IX 1.7.4, foja 517.

[17] Aun así, la viru­ela tam­bién acechó a los sobre­vivientes del ataque de 1784: cuan­do el cacique Catru­en vis­itó Buenos Aries jun­to con su mujer, ambos se con­ta­gia­ron y murieron, y otros de sus acom­pañantes lle­varon la enfer­medad de regre­so a los tol­dos; cf. Jiménez y Alioto 2013.

[18] Ofi­cio de Jose Anto­nio Acos­ta al Vir­rey Lore­to, 11-IV-1785 AGN IX 2.1.5.

[19] Rela­cion que man­i­fi­es­ta las Yndias è Yndios Pam­pas que se hal­lan exis­tentes de el actu­al Y.mo Señor Vir­rey como assi mis­mo de las que se hal­lan Bau­ti­zadas de unas y otras en la Casa de la Res­i­den­cia con especi­fi­ca­cion de el numero de las antiguas, y delas que han entra­do en tiem­po es à Saver. Buenos Aires, 15-XII-1785. AGI IX 21.1.5.

[20] Ofi­cio del Coman­dante del Fuerte del Zan­jón, Juan de Mier, al Gob­er­nador de Buenos Aires, Zan­jón, 8‑XI-1774 AGN IX 1.5.4.

[21] Lore­to a Joseph Anto­nio de Acos­ta, Buenos Aires, 17 de Julio de 1788. AGN, IX, 21–1‑5, s.f.

[22] Debe recor­darse que ni entonces ni después hubo tratamien­to efec­ti­vo que curase la enfer­medad provo­ca­da por el virus Var­i­o­la; las acciones entonces debían estar enfo­cadas a la pre­ven­ción. Históri­ca­mente, las primeras fueron las de ais­lamien­to, la cuar­ente­na y el cordón san­i­tario, tem­prana­mente surgi­das en la Europa medieval. Durante el siglo XVIII los europeos comen­zaron a exper­i­men­tar con for­mas induci­das de inmu­nización: primero la inoc­u­lación traí­da de Ori­ente, y después la vac­u­nación, tras los exper­i­men­tos de Jen­ner en Inglater­ra: esta últi­ma, a pesar de su evi­dente efi­ca­cia, fue avan­zan­do lenta­mente al com­pás de la cre­ciente med­ical­ización, has­ta erradicar la enfer­medad en la déca­da de 1970. En Buenos Aires, Miguel O’Gorman, a car­go del recien­te­mente crea­do Pro­tomed­ica­to, orga­nizó en 1785 la prác­ti­ca de la var­i­olización (Veronel­li y Veronel­li 2004: 87); y en 1803, la coro­na españo­la envió a las colo­nias la expe­di­ción Balmis lle­van­do la vac­u­na (Ibi­dem; cf. Luque 1940–41; San­tos y Lalouf 2009; Mén­dez Elizalde 2011).

[23] Expe­di­ente Sobre la remi­sion â Yndias de los Ympre­sos que tratan el modo de preser­var â los Pueb­los de Viru­elas. Archi­vo Gen­er­al de Indias [AGI], Indifer­ente Gen­er­al, 1335.

[24] Cf. el ofi­cio dirigi­do por el mar­qués de Lore­to al min­istro de Indias José de Gálvez, des­de Buenos Aires, en esa fecha, AGI, Indifer­ente Gen­er­al 1335, s/p.

[25] Real Orden, Aran­juez, 15 junio 1785, AGI, Indifer­ente Gen­er­al, 1335, s/p.

[26] En una ocasión pre­via, en cam­bio, se había ais­la­do a un niño enfer­mo por temor a que con­ta­gia­ra al resto de los res­i­dentes: “Assi mis­mo avisa, que de los Yndios pequeños de el Cacique negro hay uno como de 8 a.s ya Cris­tiano con Vir­gue­las, el que se ha puesto con q.n lo asista en un quar­to à parte à fin de pre­caver no se con­tagien los otros” (Ofi­cio del direc­tor de la Casa de Reco­ji­das al vir­rey, Buenos Aires, 17 junio 1785. AGN IX 2.1.5.)

[27] Ofi­cio del vir­rey mar­qués de Lore­to a Joseph Anto­nio Acos­ta, Buenos Aires, 4 julio 1789. AGN IX 21.1.5.

[28] Ofi­cio de Joseph Anto­nio Acos­ta al vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 6 julio 1789, AGN IX 21.1.5.

[29] En el siglo XIX se repli­ca la con­duc­ta de pri­orizar la sal­vación de las almas por sobre el cuida­do del cuer­po; al respec­to, ver Di Lis­cia 2000.

[30] La epi­demia de 1793 hizo que en seis meses muriesen “dos mil y tan­tas criat­uras y no Solam.te en la Cap­i­tal sino que infi­ciono la cam­paña has­ta Men­doza arrasan­do la infan­cia q.e ape­nas escaparon la mitad” (Dic­ta­men del Licen­ci­a­do Joseph Capdev­il­la, Buenos Aires, 9 enero 1805. En Sobre la arrib­a­da á Montev.o de la Fra­ga­ta merc.te Por­tuge­sa el Joaquin con esclavatu­ra consigna­da á D.n Mar­tin de Alza­ga. AGN IX 36.2.3, fojas 211–213vta.).

[31] Es decir, con el vien­to a favor de los vis­i­tantes, para que las mias­mas dis­per­sadas por el enfer­mo no lleguen has­ta ellos.

[32] Aguirre 1949 [1793]: 340–341. Sobre las con­cep­ciones y tratamien­tos indí­ge­nas de la viru­ela, cen­tra­do en el caso de la fron­tera de Chile, cf. Jiménez y Alioto 2014.

[33]Que el ais­lamien­to resulta­ba cru­cial para cor­tar el con­ta­gio lo demues­tra el caso de un cau­ti­vo que en 1752, habién­do­lo apri­sion­a­do los indios a él y a su hijo, ape­nas vieron que este tenía viru­elas los aban­donaron a ambos a pie en el medio del cam­po; cam­i­naron entonces un tre­cho has­ta encon­trar otro indí­ge­na en la mis­ma situación san­i­taria y per­manecieron en su tol­do; días después, algo mejo­ra­do el hijo, escaparon de ese lugar y lle­garon a la fron­tera (Declaración del cau­ti­vo Euse­bio del Bar­rio, 11 agos­to 1752, en Cabil­do de Buenos Aires, Infor­ma­ción pre­sen­ta­da… sobre la reduc­ción de Pam­pas a car­go de la Cía. de Jesús, AGI [copias del Museo Etno­grá­fi­co de Buenos Aires car­pe­ta J. 16], Audi­en­cia de Char­cas, 221, fojas 52 vuelta y 53 rec­ta).

[34] Jones 2003: 732–733; Kel­ton 2004: 64. Esta prác­ti­ca de exclusión y ale­jamien­to para tratar con la viru­ela no fue exclu­si­va de las pobla­ciones locales. En un estu­dio reciente sobre la reac­ción Chero­kee frente a la enfer­medad, Kel­ton [2015: 89–96] anal­iza la for­ma en que los sanadores nativos habían desar­rol­la­do, a medi­a­dos del siglo XVIII, un con­jun­to de medi­das ten­di­entes a lidiar efi­caz­mente con ella: a) ais­la­ban a los enfer­mos mandán­do­los a los bosques en donde se les envi­a­ba ali­men­tos, leña y med­i­c­i­nas; b) llev­a­ban ade­lante una cer­e­mo­nia colec­ti­va ten­di­ente a pro­te­ger a sus comu­nidades de la enfer­medad, que dura­ba siete días y durante la cual la aldea qued­a­ba ais­la­da del mun­do exte­ri­or; los par­tic­i­pantes tenían instruc­ciones pre­cisas de no aban­donar la casa comu­nal en donde se desar­rol­la­ba, sólo podían ir a sus casas a bus­car comi­da, y si por algu­na razón aban­don­a­ban las aldeas debían via­jar de noche y “por el bosque y no por los caminos prin­ci­pales”; los extraños no eran bien­venidos, y c) desacon­se­ja­ban via­jar hacia lugares donde sabían que la enfer­medad esta­ba acti­va.

[35] Informe del ciru­jano Luis Orlan­di­ni, Pitre-Lauquen, 1 agos­to 1879, en Race­do 1940: 244.

[36] Relación de Chi­nas dis­tribuidas, Buenos Aires 21-VII-1801, AGN IX 25.1.5.

[37] Parte del capitán de Bland­engues José Pacheco al mar­qués de Aviles, Yacuy, 24-VI-1806 en Acos­ta y Lara 1989: 196–198.

[38] Cf. Table 5.1. en Erbigh 2015: 249.

[39] “Quan­do llegó el Mar­qués de Avilés á Buenos Ayres hal­ló varias mugeres chi­cas y adul­tas Char­ruas y Min­u­anes deposi­tadas en una Casa de los Exje­suitas, que lla­man la res­i­den­cia; y las fue entre­gan­do á las per­sonas pudi­entes, y de bue­nas cos­tum­bres que quisieron hac­erse car­go de man­ten­er­las, é instru­ir­las en la vida civ­il y Chris­tiana; estando á la mira los Par­ro­cos, y los Alcaldes de Var­rio” [Las­tar­ria 1914: 273–74].

[40] Exmo S.or Pasqual Ibañez al vir­rey Ola­guer Feliú. Buenos Ayres, 5 de oct.bre de 1797. AGN IX 2.9.2.

[41] Des­de luego, no fue esta la úni­ca vía por la que los nativos de la región sufrieron el con­ta­gio de enfer­medades infec­ciosas. La prin­ci­pal, por el con­trario, con­sis­tió en los fre­cuentes con­tac­tos vin­cu­la­dos con el com­er­cio: por ejem­p­lo, una vez estable­ci­das las paces en la segun­da mitad de la déca­da de 1780, fueron muy numerosas las par­tidas indí­ge­nas que ingre­saron a Buenos Aires con fines mer­can­tiles y diplomáti­cos, con­vir­tién­dose no sólo en poten­ciales víc­ti­mas de las epi­demias sino en invol­un­tar­ios vec­tores de con­ta­gio den­tro de sus comu­nidades de ori­gen. En el caso de la viru­ela, el perío­do de laten­cia asin­tomáti­ca coin­cidía con el tiem­po que, por lo común, demand­a­ba el retorno de un via­jero a las told­erías, de man­era que la pres­en­cia de la enfer­medad recién era adver­ti­da cuan­do se des­en­ca­den­a­ba entre sus habi­tantes, que carecían de reme­dio efec­ti­vo para curar­la: cf. Jiménez y Alioto 2013.

[42] Race­do 1940 [1878]:42.

[43] Race­do 1940 [1878]: 51.

[44] La sabiduría médi­ca de medi­a­dos del siglo XIX sostenía que las enfer­medades eran de dos tipos, epidémi­cas o de con­ta­gio. Las primeras –tifus, peste bubóni­ca, fiebre amar­il­la, cólera y malar­ia– se movían ráp­i­da­mente y afecta­ban a grandes can­ti­dades de per­sonas que no habían esta­do expues­tas a la enfer­medad. Las segun­das se movían más lenta­mente de un enfer­mo al sigu­iente, y podían ser con­tenidas ais­lando a las per­sonas (Mor­ris 2007: 32). En la segun­da mitad del siglo XIX la vac­u­nación se había estable­ci­do firme­mente como un mecan­is­mo efi­caz de com­bat­ir la viru­ela, al menos entre los pro­fe­sion­ales médi­cos, y sin embar­go no había alcan­za­do un carác­ter gen­er­al­iza­do entre la población. Una vez declar­a­do un brote de viru­ela el ais­lamien­to del enfer­mo se con­sid­er­a­ba la prin­ci­pal medi­da a tomar (ver Coni 1878: 7; Pen­na 1885: 163–180).

[45] Race­do 1940 [1878]: 57

[46] Informe de los doc­tores Orlan­di­ni y Dupon, Pitre-Lauquen, 1 de agos­to de 1879. En: Race­do 1940 [1879]:236.

[47] Informe del doc­tor Dupon, 1 de agos­to de 1879. En: Race­do 1940 [1879]: 214.

[48] Memo­r­i­al del doc­tor Orlan­di­ni, sin men­ción de fecha ni lugar, en Race­do 1940 [1879]: 244.

[49] Memo­r­i­al del doc­tor Orlan­di­ni, en Race­do 1940 [1879]: 245.

[50] Fuentes: Caso I: Ofi­cio del Coman­dante de Chas­co­mus, Pedro Nico­las Escrib­ano al Vir­rey Ver­iz, Chas­co­mus, 19-IV-1780. AGN IX 1.4.3. foja 55 y Ofi­cio del Coman­dante de Chas­co­mus, Pedro Nico­las Escrib­ano al Vir­rey Ver­tiz, Chas­co­mus, 4‑VII-1780, fojas 59 y 59 vta.; Caso II: Razon indi­vid­ual de las Mugeres que actualm.te se hal­lan en la Casa de Recogi­das de esta Cap­i­tal, incluien­do con sep­a­ra­cion las Yndias Pam­pas è Yndios, que pasa el Direc­tor de dha Casa al Exce­len­tisi­mo Señor Marq.s de Lore­to Vir­rey y Cap.n Grâl actu­al. Buenos Aires, 22-VII-1788 AGN IX 21.1.5, Ofi­cio del Vir­rey Lore­to al Direc­tor de la Casa de la Res­i­den­cia, José Anto­nio Acos­ta, Buenos Aires, 26-VII-1788. AGN IX 21.1.5.; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 15-VI-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 30-VI-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 3‑VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 5‑VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 7‑VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 9‑VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 11-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 20-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 23-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 28-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Ofi­cio del Direc­tor de la Casa de Res­i­den­cia al Vir­rey Lore­to, Buenos Aires, 2‑VIII-1789, AGN IX 25.1.5; Caso III: Esta­do que demues­tra el número de pri­sioneros toma­dos por la 3ra División con especi­fi­cación de: altas y bajas. En: Race­do 1940 [1879]:307.

[51] Ver al respec­to lo suce­di­do con los campesinos cubanos durante la políti­ca de recon­cen­tración de Vale­ri­ano Weyler en 1896–1897 (Tone 2005:193–224); con el inter­namien­to de los civiles Boers en cam­pos de con­cen­tración como parte de la políti­ca de tier­ra arrasa­da para ter­mi­nar con las guer­ril­las prop­ues­ta por Her­bert H. Kitch­en­er en 1900 (Scholtz 2005:122–124; Hull 2005: 183–187; Tot­ten & Bar­torp 2008: 84–85, Van Heynin­gen, 2009); y con el uso de cam­pos por el ejérci­to alemán durante la revuelta de los Herero de 1904 y años sigu­ientes (Hull 2005: 186–196 y Erich­sen 2005).

[52] El ciru­jano Sabi­no O’Donnell al 2º Jefe de la Isla cnel. M. Matoso, Archi­vo Gen­er­al de la Arma­da, Caja 15280, 26-12-1879, cita­do en Papaz­ian y Nagy 2010: 85.

[53] Esta auto­ra sostiene que entre los indí­ge­nas eran más fre­cuentes que entre los criol­los las ver­siones más mortíferas de la viru­ela, lla­madas con­flu­ente y hemor­rág­i­ca. Los criol­los sigu­ieron sufrien­do la enfer­medad has­ta fines del siglo XIX, pero solían sufrir la vari­ante más benigna, lla­ma­da “disc­re­ta”: Di Lis­cia 2000 y 2011.

[54] La vida urbana cam­bió de man­era per­ma­nente el modo de vida de las pobla­ciones que se vieron arrastradas a ella. Des­de el pun­to de vista de quienes la adop­taron, pasó a ser la for­ma orga­ni­za­ti­va por exce­len­cia, mien­tras que la opción de otras gentes por man­eras alter­na­ti­vas de agre­gación fue vista como prim­i­ti­va, incom­ple­ta, inde­seable.
En su expan­sión colo­nial ultra­ma­ri­na, los europeos encon­traron pueb­los que abor­recían de la vida urbana y se resistían a adop­tar­la cuan­do la posi­bil­i­dad les era ofre­ci­da – y lo era con fre­cuen­cia, puesto que uno de los medios de con­trol colo­nial más efi­caces con­sistía en su reduc­ción a misiones o a pueb­los de indios, que se esper­a­ba facil­i­tasen además su con­ver­sión al cris­tian­is­mo a car­go de los reli­giosos. La dis­tin­ción, fuerte­mente ide­ológ­i­ca y en clave de dis­pu­ta, de civ­i­lización ver­sus bar­barie implic­a­ba para los col­o­nizadores la legit­i­mación de su pro­pio modo de vida, la den­i­gración de cualquier otra posi­bil­i­dad difer­ente, y la pal­maria demostración, en suma, de la infe­ri­or­i­dad de aque­l­los que no accedían a reducirse a población, a pesar de las ven­ta­jas que se suponía que ello ofrecía. La resisten­cia de los indios, toma­da como irra­cional por los col­o­nizadores, no lo era tan­to, no sólo porque man­te­nien­do la dis­per­sión de los asen­tamien­tos evita­ban la pér­di­da de su autonomía; tam­bién porque, como com­pro­baron ráp­i­da­mente, la con­cen­tración pobla­cional los hacía espe­cial­mente vul­ner­a­bles a las enfer­medades epidémi­cas.

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2010 La Ciu­dad de Buenos Aires en los Cen­sos de 1778 y 1810. Población de Buenos Aires [en línea], 7. Con­sul­ta­do el 14 de junio de 2017, disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=74012783008.

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  Cómo citar ¬

Juan Francisco Jiménez y Sebastián L. Alioto, «Políticas de confinamiento e impacto de la viruela sobre las poblaciones nativas de la región pampeano-nordpatagónica (décadas de 1780 y 1880)», Revista de Estudios Marítimos y Sociales [En línea], publicado el [insert_php] echo get_the_time('j \d\e\ F \d\e\ Y');[/insert_php], consultado el . URL: https://wp.me/P7xjsR-LV
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