Cuando el árbol cubre al bosque.
Sobre la despolitización de la naturaleza en las áreas naturales protegidas

Los­ing sight of the for­est for the trees.  About the depoliti­ciza­tion of nature in pro­tect­ed nat­ur­al areas

Brián G. Fer­rero*
Mer­cedes S. Gomi­to­lo**

Recibido: 10 de abril de 2017
Acep­ta­do: 6 de junio de 2017

Resumen

En el pre­sente artícu­lo recor­re­mos cier­tos mod­os de prob­lema­ti­zación teóri­ca que ponen en ten­sión la relación nat­u­raleza– políti­ca con el fin de con­tribuir a los debates respec­to a la con­ser­vación de la nat­u­raleza. Nue­stro pre­supuesto es que las áreas nat­u­rales pro­te­gi­das se con­sti­tuyen en base a despoli­ti­zar las rela­ciones sociales y el ter­ri­to­rio, pos­tu­lan­do una noción de nat­u­raleza deslin­da­da de los vín­cu­los políti­cos. Este posi­cionamien­to sola­pa la pro­lif­eración de prob­lemáti­cas ambi­en­tales, a la vez que sostiene una frag­mentación del espa­cio. De acuer­do con lo dicho, en primer lugar, dis­cu­ti­mos las nociones de nat­u­raleza pre­sentes en las políti­cas de con­ser­vación en Argenti­na, con­sideran­do a la nat­u­raleza como emer­gente de deter­mi­na­dos orde­namien­tos históri­cos y sociales. En un segun­do lugar, pre­sen­ta­mos per­spec­ti­vas que pro­fun­dizan en las rela­ciones entre Esta­do y nat­u­raleza, para esto anal­izamos cier­tos enfo­ques que abor­dan las for­mas con­tem­poráneas en que la nat­u­raleza es despoli­ti­za­da. Final­mente, planteamos diver­sas modal­i­dades y are­nas de repoli­ti­zación de la nat­u­raleza, y los inter­ro­gantes que gen­er­an.

Pal­abras claves: Nat­u­raleza – Con­ser­vación — Despoli­ti­zación – Áreas Pro­te­gi­das

Abstract

In this arti­cle, we will explore cer­tain modes of the­o­ret­i­cal prob­lema­ti­za­tion which bring the rela­tion­ship between nature and pol­i­tics into con­flict, in order to con­tribute to the debates on nature con­ser­va­tion. We con­sid­er that pro­tect­ed areas are based on depoliti­ciz­ing social rela­tion­ships and ter­ri­to­ry, pos­tu­lat­ing a notion of a demar­cat­ed nature of polit­i­cal ties. This posi­tion­ing under­mines the pro­lif­er­a­tion of envi­ron­men­tal prob­lems while sus­tain­ing a frag­men­ta­tion of space. Accord­ing to what was said, first­ly, we will dis­cuss notions of nature giv­en in con­ser­va­tion poli­cies in Argenti­na, con­sid­er­ing nature as emerg­ing from cer­tain social and his­tor­i­cal orders. Sec­ond­ly, we will present per­spec­tives that deep­en the rela­tions between State and nature. Here, we will ana­lyze cer­tain approach­es that address the con­tem­po­rary forms in which nature is depoliti­cized. Last­ly, we will pro­pose dif­fer­ent forms and areas of repoliti­ciza­tion of nature, and the ques­tions that this gen­er­ates.

Key­words: Nature — Con­ser­va­tion — Depoliti­ciza­tion — Pro­tect­ed Areas

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Introduciendo el problema

Un 10% de las tier­ras de Argenti­na se encuen­tran bajo diver­sas cat­e­gorías de con­ser­vación, tales como Par­ques Nacionales, Provin­ciales o Reser­vas Pri­vadas. Mien­tras que en el ‘resto’ del ter­ri­to­rio se expanden los cul­tivos inten­sivos de soja y otros monocul­tivos, avan­za el desmonte jun­to con los mod­os de pro­duc­ciones extrac­tivos[1]. De esta man­era se con­sol­i­dan espa­cios de nat­u­raleza y otros son con­ver­tidos en espa­cios pro­duc­tivos.[2] A su vez, las ecor­re­giones menos rep­re­sen­tadas en pro­tec­ción se cor­re­spon­den con las tier­ras más pro­duc­ti­vas, las que tem­prana­mente fueron des­ti­nadas a activi­dades de pro­duc­ción ganadera, agrí­co­la, fore­stal, lle­gan­do a casi nula pro­tec­ción para la Pam­pa Húme­da y el Espinal (pam­pa seca o de tran­si­ción) [Moli­nari 2006: 120]. La con­ser­vación pasó a ser un medio y un fin en sí mis­mo, ais­la­da de su relación con las pobla­ciones locales y las activi­dades pro­duc­ti­vas. Es decir, la mis­ma se ha tor­na­do una fuerza que com­pite con tales aspec­tos de la vida social. Esta situación pro­duce una pau­lati­na dis­o­ciación del ter­ri­to­rio pro­te­gi­do con el no-pro­te­gi­do en sus for­mas de ocu­pación y uso, así como en tér­mi­nos insti­tu­cionales y sociales de las áreas donde se encuen­tran las Áreas Pro­te­gi­das (AP en adelante).El con­cep­to AP, adop­ta­do por el Esta­do argenti­no, se basa en la con­cep­tu­al­ización, dada por la UICN, que define “área pro­te­gi­da” como “un área de tier­ra y/o mar espe­cial­mente ded­i­ca­da a la pro­tec­ción y man­ten­imien­to de la diver­si­dad biológ­i­ca, y de los recur­sos nat­u­rales y cul­tur­ales aso­ci­a­dos, y ges­tion­a­dos a través de medios legales u otros medios efi­caces”. Los prin­ci­pales obje­tivos que involu­cran las diver­sas cat­e­gorías de AP (de más estric­tas a más inte­gra­ti­vas) pueden sin­te­ti­zarse en res­guar­do de zonas sil­vestre, con­ser­vación de especies y de la diver­si­dad genéti­ca, man­ten­imien­to de los ser­vi­cios ambi­en­tales, pro­tec­ción de car­ac­terís­ti­cas nat­u­rales y cul­tur­ales especí­fi­cas, tur­is­mo y recreación, edu­cación, inves­ti­gación cien­tí­fi­ca uti­lización sostenible de los recur­sos deriva­dos de eco­sis­temas nat­u­rales, man­ten­imien­to de los atrib­u­tos cul­tur­ales y tradi­cionales [López Alfon­sín 2016: 18].

La ten­den­cia prevale­ciente en las políti­cas de con­ser­vación en Argenti­na ha sido con­sid­er­ar a los pobladores locales como ame­naza a la nat­u­raleza. Hacia éstos se han dirigi­do acciones para con­tro­lar­los, san­cionar­los, y más recien­te­mente: con­ci­en­ti­zar­los, trans­for­mar­los o con­ver­tir­los en ali­a­dos de la con­ser­vación, mien­tras que las activi­dades pro­duc­ti­vas son expul­sadas de deter­mi­na­dos ter­ri­to­rios por medio de estable­cer AP. En el entorno de las AP se imple­men­tan pro­gra­mas de Edu­cación Ambi­en­tal para con­ci­en­ti­zar a los pobladores “sobre la impor­tan­cia de con­ser­var”, para “pon­er en val­or la flo­ra, la fau­na, los pro­ce­sos ecológi­cos locales”, con­sideran­do que los pobladores no ten­drían con­cien­cia del lugar donde han vivi­do por gen­era­ciones. Resul­ta sin­tomáti­co un hecho que pres­en­ci­amos: las escue­las rurales en que se dic­tan clases de edu­cación ambi­en­tal impul­sadas por un Par­que Nacional del litoral argenti­no, son sobrevoladas por aviones que fumi­gan los cul­tivos veci­nos.

La noción de con­ser­vación de la nat­u­raleza, dada en las AP, ha colab­o­ra­do en la con­sti­tu­ción con­tem­poránea de la Gran División [Latour 2007] puesto que estas áreas se basan en la dis­tin­ción físi­ca entre espa­cios nat­u­rales y antropiza­dos, espa­cios nat­u­rales y cul­tur­ales. Las AP cre­an nat­u­raleza, estable­cen qué es la nat­u­raleza y qué no lo es, y con­struyen dis­pos­i­tivos tec­nológi­cos para sosten­er ese andami­a­je cul­tur­al. Las AP son islas de pro­tec­ción, den­tro de un mar de explotación, por lo que se pro­te­gen especies y comu­nidades, pero no pro­ce­sos. Por lo cual las políti­cas de con­ser­vación deben ten­er en cuen­ta dos prin­ci­p­ios fun­da­men­tales. Por un lado, que las AP no pueden con­si­s­tir en islas pequeñas y soli­tarias, en medio de mares de pro­duc­ción. Por otro lado, que todo el ter­ri­to­rio merece ser pro­te­gi­do, puesto que la bios­fera no hace dis­tin­ciones, por lo que deben pro­te­gerse pro­ce­sos y no las cosas (deter­mi­nadas especies o comu­nidades).

Si bien en este artícu­lo par­ti­mos de tales con­sid­era­ciones de la cien­cia ecológ­i­ca, con­sid­er­amos nece­sario pon­er en dis­cusión la con­fig­u­ración social que se encuen­tra en la nat­u­raleza, es decir, aque­l­la que dis­tingue en la real­i­dad la noción de nat­u­raleza, como una de las claves de la degradación de ésta. Retomamos la pre­gun­ta de Bruno Latour [2004] “¿Por qué la ecología políti­ca no sabría con­ser­var la nat­u­raleza?” pro­ponien­do por respues­ta que no podría hac­er­lo porque la nat­u­raleza no es un dominio par­tic­u­lar de la real­i­dad, sino el resul­ta­do de una división políti­ca, una Con­sti­tu­ción, dirá, que sep­a­ra lo que es obje­ti­vo e indis­cutible de lo que es sub­je­ti­vo y dis­cutible, de man­era que la cri­sis de la nat­u­raleza es más bien cri­sis de la obje­tivi­dad [Latour 2004: 39]. En la cul­tura mod­er­na occi­den­tal, la nat­u­raleza ha sido cen­tral para orga­ni­zar la vida políti­ca, dis­tin­guién­dose de las sociedades no mod­er­nas donde la nat­u­raleza como for­ma de orga­ni­zación del mun­do no existe como tal.

La dis­cusión sobre la relación sociedad — nat­u­raleza tiene una sig­ni­fica­ti­va trayec­to­ria en el cam­po académi­co y de los movimien­tos sociales, por lo que ya es un lugar común decir que la nat­u­raleza es una con­struc­ción social. Dis­cusión que en la vida cotid­i­ana se rein­ven­ta cada vez que se pos­tu­la que la nat­u­raleza es algo que está allá afuera de nosotros como sociedad, sien­do lo opuesto a cul­tura y sociedad, a su vez que está muy aden­tro, en nat­u­raleza de los indi­vid­u­os, en la esen­cia humana. Cuan­do dec­i­mos que hace­mos algo porque está en nues­tra nat­u­raleza, o cuan­do con­sid­er­amos que hemos per­di­do a la nat­u­raleza y que a ésta debe­mos regre­sar, la suponemos exter­na por resul­tarnos inac­ce­si­ble, ya por ser esen­cial, inamovi­ble, como por ser el espa­cio de lo per­di­do, eso real a lo cual el hecho de ser sociales nos ha ale­ja­do; o en tér­mi­nos históri­cos, aque­l­lo a lo cual la civ­i­lización, el fin de la guer­ra de unos con­tra otros, nos ha dis­tan­ci­a­do. De man­era que “la nat­u­raleza” se vin­cu­la a deter­mi­nadas for­mas de orga­ni­zación social, a for­mas de posi­cionarse en el mun­do, de vivir el mun­do, lo cual impli­ca for­mas de con­cep­tu­alizar­lo y exper­i­men­ta­r­lo.

La pre­gun­ta que atraviesa estas dis­cu­siones refiere a si es posi­ble cam­biar la relación con la nat­u­raleza per­manecien­do den­tro de la Gran División. ¿Es posi­ble con­ser­var la nat­u­raleza mien­tras sig­amos posi­cionán­donos en el mun­do a par­tir de la dis­tin­ción entre sociedad y nat­u­raleza? La cri­sis de la nat­u­raleza no es sólo una cri­sis de degradación del ambi­ente, del cam­bio climáti­co, de la defor­estación, tam­bién es una cri­sis del con­cep­to de nat­u­raleza, una cri­sis de obje­ti­vación, sigu­ien­do a Latour [2004]. Coin­cidi­mos con aque­l­los pen­sadores ‑Latour, Swyn­ge­dow, Viveiros de Cas­tro- que señalan que la for­ma de super­ar los prob­le­mas de la nat­u­raleza ha de implicar elim­i­nar a la nat­u­raleza, hac­er estal­lar su con­cep­to.

La posi­ción en el mun­do basa­da en con­sid­er­ar la exis­ten­cia de la nat­u­raleza, denom­i­na­da “nat­u­ral­is­mo” por Desco­la [1996], posi­bil­itó for­mas par­tic­u­lares de relación con “lo otro no humano”, así como con los “otros humanos”, generan­do jer­ar­quías donde los hom­bres (blan­cos en prin­ci­pio) se ven en lugar de supe­ri­or­i­dad, de exte­ri­or­i­dad. Por su parte, en las políti­cas de con­ser­vación de la nat­u­raleza, par­tien­do de una posi­ción de exter­nal­i­dad frente a lo nat­ur­al, nos posi­cionamos en un lugar jerárquico, pero no de amo, sino pater­nal, de man­era que la pre­ocu­pación por con­ser­var­la nos lle­va a reforzar la noción de nat­u­raleza. Se con­ser­va para con­tin­uar explotan­do, la sociedad cui­da a la nat­u­raleza a par­tir de con­sol­i­dar el estatu­to ontológi­co de ésta [Viveiros de Cas­tro 2010].

Las AP con­sol­i­dan tal dis­tin­ción ontológ­i­ca, en tan­to estable­cen límites para que exis­tan espa­cios sin degradación, mien­tras el extrac­tivis­mo, la con­t­a­m­i­nación, el desmonte, con­tinúan cre­cien­do por fuera. Salir de esa idea de nat­u­raleza, rompi­en­do las fron­teras de demar­cación, impli­ca plantear ter­ri­to­rios sin esas divi­siones, con­ducién­donos a otras for­mas de vivir en sociedad, de vivir el ter­ri­to­rio  [Ingold 2000]

La “nat­u­raleza” como sig­nif­i­cante com­ple­jo, es un tér­mi­no trascen­den­tal en una más­cara mate­r­i­al que se encuen­tra al final de una serie poten­cial­mente infini­ta de otros tér­mi­nos que colap­san en él [Swyn­ge­douw 2015]. Su matriz flotante de sig­nifi­ca­dos sólo puede enten­der­se en relación con sen­ti­dos más tan­gi­bles que se definen como ele­men­tos nat­u­rales (por ejem­p­lo, los recur­sos, los ani­males no humanos, el paisaje o inclu­so el ADN). Por tan­to, la noción de nat­u­raleza no está por fuera de la his­to­ria, sino que varía de man­era sig­ni­fica­ti­va a lo largo de la his­to­ria occi­den­tal, así como en diver­sos con­tex­tos cul­tur­ales.

Con­tin­uan­do esta sen­da argu­men­tal, en el sigu­iente aparta­do, señalam­os cómo la noción de nat­u­raleza se pre­sen­ta en una deter­mi­na­da for­ma­ción social, vin­cu­la­da al surgimien­to del indi­vid­uo (como cat­e­goría políti­ca) y al Esta­do. Luego, pun­tu­al­izamos el foco recor­rien­do la idea de la nat­u­raleza lig­a­da a lo políti­co y amplian­do en las nociones que se sostienen des­de las políti­cas de con­ser­vación. Pos­te­ri­or­mente planteamos algunos ámbitos que abren condi­ciones de posi­bil­i­dad para que las acciones sociales repoliti­cen la nat­u­raleza y las AP, pro­ponien­do que éstas con­sti­tuyen are­nas políti­cas. Aquí debe­mos señalar que el uso de la noción de nat­u­raleza no es un prob­le­ma eti­mológi­co, no se supera reem­plazan­do el tér­mi­no por el de ambi­ente, medio, entorno, bio­di­ver­si­dad, etc. La prob­lema­ti­zación de la nat­u­raleza es la prob­lema­ti­zación de un modo de orga­ni­zación social, es decir, de relación de lo humano con lo no-humano.

Tras la naturaleza de la naturaleza

Vivir en un mun­do donde iden­ti­fi­camos a la nat­u­raleza [Desco­la 2012[3]] ha impli­ca­do deter­mi­nadas for­mas de orga­ni­zación políti­ca, en tan­to que la noción de nat­u­raleza se vin­cu­la con per­spec­ti­vas descrip­ti­vas del orden social, así como propos­i­ti­vas respec­to a cómo la sociedad ha de orga­ni­zarse. La noción de nat­u­raleza según Mar­shall Sahlins [2011] encuen­tra un momen­to fun­da­men­tal de elab­o­ración en la Gre­cia antigua, en par­tic­u­lar en los relatos de Tucí­dides sobre las guer­ras de Cór­ci­ra, donde se robustece una per­spec­ti­va de orden social, indi­vid­uo, nat­u­raleza y Esta­do. La nat­u­raleza, como con­struc­ción occi­den­tal, surge con la noción de nat­u­raleza humana, en tan­to esen­cia en el indi­vid­uo que lo lle­va a actu­ar de man­era egoís­ta. Tal ide­ología sobre la nat­u­raleza humana, indi­vid­u­al­ista, se orig­i­na mucho antes del cap­i­tal­is­mo, aunque reci­ba gran impul­so con este sis­tema. Sigu­ien­do esta línea, la noción de nat­u­raleza surge como lo no-cul­tur­al que nece­si­ta ser con­tro­la­do, someti­do, puesto que es egoís­ta, depredador, aparece en un con­tex­to históri­co donde se bus­ca legit­i­mar cier­to orden social, y luego será for­t­ale­ci­do, rein­ter­pre­ta­do, rele­git­i­ma­do a lo largo de la his­to­ria de occi­dente. Sahlins anal­iza la idea de nat­u­raleza en tér­mi­nos históri­cos, seña­lan­do el rol que este tér­mi­no tiene en el orden social dom­i­nante. Tucí­dides describe cómo el orden social de Cór­ci­ra se dis­olvía en la vorágine desa­ta­da por los deseos desafora­dos de poder. En la antigua Gre­cia la nat­u­raleza es la necesi­dad: el egoís­mo pre­so­cial y anti­so­cial con el que debe lidiar la cul­tura, o al que debe sucumbir que nece­si­ta ser con­tro­la­do por un orden supe­ri­or [Sahlins 2011: 31].

Esta antíte­sis entre cul­tura y nat­u­raleza es tan antigua y con­tin­ua como las nociones de gob­ier­no que avala. Más antigua que Tucí­dides y tan vigente como la teoría del gen egoís­ta. Indi­vid­u­os movi­dos por el interés pro­pio, nat­u­raleza que guía las moti­va­ciones indi­vid­uales y se opone al orden social, así como la cul­tura se sobre­pone a lo sal­va­je. La nat­u­raleza nave­ga entre el infier­no de las pasiones, el caos, el des­or­den de la lucha de todos con­tra todos, el peli­gro y, por otro lado, el paraí­so per­di­do, la inocen­cia de lo no con­t­a­m­i­na­do por la arti­fi­cial­i­dad de la cul­tura. La cul­tura se pre­sen­ta como com­ple­men­to, como aque­l­lo que se inscribe sobre la nat­u­raleza. En esta sociedad de los indi­vid­u­os, lo social es el antí­do­to con­tra el egoís­mo indi­vid­ual. La exis­ten­cia de una autori­dad sobre el con­jun­to emerge como necesi­dad indi­vid­ual, legit­i­man­do la necesi­dad de un poder supe­ri­or, una enti­dad políti­ca que reg­ule las pasiones indi­vid­uales.

El pun­to de inflex­ión prop­uesto por Sahlins en la his­to­ria cul­tur­al de occi­dente, ubi­ca­do en la Gre­cia antigua, luego será retoma­do en la filosofía políti­ca de los albores de la mod­ernidad, en par­tic­u­lar con Hobbes, y pos­te­ri­or­mente con la sis­tem­ati­zación de la idea de democ­ra­cia mod­er­na, en los Esta­dos Unidos a ini­cios del siglo XIX (en par­tic­u­lar John Adams), quienes retoman a Tucí­dides y fun­da­men­tan un orden de iguales que nece­si­ta ser reg­u­la­do por una enti­dad supe­ri­or, dada en el Esta­do. Las nociones de indi­vid­uo, Esta­do y nat­u­raleza se pre­sen­tan como tres caras de una mon­e­da ide­ológ­i­ca que dio for­ma al mun­do mod­er­no.

La filosofía de la nat­u­raleza humana se basa en indi­vid­u­os movi­dos por “interés pro­pio” y resul­ta muy difer­ente a los intere­ses con­fig­u­ra­dos en rela­ciones transper­son­ales des­de filosofías rela­cionales. Etno­grafías que mues­tran con­cep­ciones alter­na­ti­vas a la nat­u­raleza humana hablan de egos transper­son­ales, del yo como sede de rela­ciones sociales com­par­tidas o de biografías com­par­tidas, de las per­sonas como “el sitio plur­al y com­puesto de las rela­ciones que las pro­ducen. Allí donde el yo no es sinón­i­mo del indi­vid­uo delim­i­ta­do, uni­tario y autónomo, sino que la per­sona es sede de múlti­ples yos con quienes está uni­da en rela­ciones mutuas de ser” [Sahlins 2011: 64]. Son sociedades donde el yo no se mueve en fun­ción de fuerzas propias, inter­nas, que nacen de su indi­vid­u­al­i­dad, sino en el ser com­par­tido, social. De man­era que en “Nue­va Guinea ningu­na capaci­dad de acción o inten­cional­i­dad es sim­ple expre­sión de la indi­vid­u­al­i­dad, ya que el ser del otro es una condi­ción inter­na de la activi­dad de cada uno” [Sahlins 2011: 98]. En los estu­dios de los Comaroff [2013] se mues­tra que el cuer­po en la sociedad tsua­na de Sudáfrica no es pos­esión pri­va­da del indi­vid­uo, no es base mate­r­i­al de la nat­u­raleza indi­vid­ual, sino que es una con­struc­ción colec­ti­va de la comu­nidad.

Esta per­sona rela­cional, a difer­en­cia del indi­vid­uo, no sólo se con­sti­tuye en el vín­cu­lo con los pari­entes de san­gre, en el mat­ri­mo­nio, con ami­gos humanos, sino tam­bién en la relación con no-humanos. La caza, en muchas sociedades, es una relación social entre per­sonas humanas y no-humanas. En sociedades amazóni­cas la caza es un diál­o­go inter­per­son­al, lle­va­da a cabo en tér­mi­nos y actos que, entre otras for­mas de socia­bil­i­dad, se basan en la rec­i­pro­ci­dad, com­pre­sión, tabú, seduc­ción, sac­ri­fi­cio, reconocimien­to, com­pasión, entre­ga, e inclu­so relación sex­u­al.

La nat­u­raleza como exter­nal­i­dad ha ido var­ian­do a lo largo de la his­to­ria de Occi­dente. Si en la Edad Media, las per­sonas se con­sid­er­a­ban a sí mis­mas como ele­men­tos con­sti­tu­tivos de la nat­u­raleza [Desco­la & Pals­son 1996], durante el renacimien­to europeo, la dis­tan­cia entre humanidad y el resto de lo viviente adquiere nuevas dimen­siones, los pin­tores comien­zan a descom­pon­er el mun­do a través de las reglas de la per­spec­ti­va y la mira­da asume un priv­i­le­gio inusi­ta­do has­ta entonces en Occi­dente [Desco­la 2012: 98]. Pen­sadores de la Ilus­tración, como René Descartes, cel­e­bran la suprema­cía de la razón y defien­den la supe­ri­or­i­dad del espíritu sobre la carne. Los seres vivientes, en par­tic­u­lar ani­males, plan­tas, pasan a con­sid­er­arse como máquinas, seme­jantes a autó­matas com­ple­jos que sólo reac­cio­nan a los estí­mu­los. Para los europeos, el mun­do comien­za a ser un obje­to de fasci­nación, extraño, que puede ser des­man­te­la­do, leí­do, en un orden jerárquico donde el hom­bre debe actu­ar como dueño de la nat­u­raleza, pero ubi­ca­do por deba­jo de Dios, úni­co ver­dadero mae­stro y posee­dor de la nat­u­raleza que lo legit­i­ma des­de su supe­ri­or­i­dad inher­ente [Retif 2016]. Del mis­mo modo, en 1653 Fran­cis Bacon recurre a imá­genes de vio­len­cia sex­u­al para referir a la nat­u­raleza. La describe como una enti­dad femeni­na que el hom­bre debe some­ter, domes­ticar con fuerza, mostran­do el poder orde­nador del hom­bre blan­co [Cole & Stew­art 2016: 19].

La nat­u­raleza que con­struye Occi­dente for­ma parte de la con­struc­ción de “otros”. Para Gís­li Pals­son [1996] el vín­cu­lo que ten­emos con ese “otro”, es con­gru­ente con el vín­cu­lo que ten­emos con los “otros” no occi­den­tales. Pals­son denom­i­na a la posi­ción occi­den­tal como “ori­en­tal­is­mo”, toman­do la noción elab­o­ra­da por Edward Said, donde Ori­ente es eso “otro”, dis­tante, sep­a­ra­do, una total­i­dad que se define en oposi­ción a un nosotros, y que no se puede definir a sí mis­ma, sino que es defini­da por Occi­dente. De man­era sim­i­lar, la nat­u­raleza sólo puede ser com­pren­di­da y rep­re­sen­ta­da por el suje­to humano. Se encuen­tra en el extremo opuesto de una línea con­stru­i­da, que divide a “nosotros” de “ellos”, o en el caso de la dis­tan­cia naturaleza/sociedad sep­a­ran­do a “suje­tos” de “obje­tos”, a “quien conoce de lo cono­ci­do” [Said 2006: 283]. En este sen­ti­do, al igual que Ori­ente, la nat­u­raleza es una enti­dad exter­na, algo que los occi­den­tales no somos, pero acer­ca de la cual somos quienes ten­emos la capaci­dad de definir­la, estu­di­ar­la y dom­i­narla.

En la per­spec­ti­va sobre los ani­males ten­emos un ejem­p­lo. El dual­is­mo encuen­tra uno de sus pun­tales en la búsque­da de la sin­gu­lar­i­dad humana a par­tir de la difer­en­ciación frente al resto de los ani­males, reforzan­do la exclu­sivi­dad gen­er­a­da en la eman­ci­pación del reino nat­ur­al. La sin­gu­lar­i­dad humana se ele­va por enci­ma de su nat­u­raleza ani­mal, enten­di­da ésta como un caos sal­va­je de pasiones en for­ma de impul­sos sex­u­ales y agre­sivos. La irra­cional­i­dad de los ani­males se aduce como prue­ba de la dig­nidad humana. A par­tir de la Ilus­tración euro­pea, los seres se val­o­ran en fun­ción de su capaci­dad de razonar y, como con­se­cuen­cia, los seres humanos, como agentes con­scientes, se conce­den con val­or intrínseco en el sen­ti­do kan­tiano. La exis­ten­cia humana se pre­sen­ta como un fin en sí mis­mo, mien­tras a los no humanos se les otor­ga val­or instru­men­tal, como medios que sir­ven a fines humanos. La clasi­fi­cación se establece en fun­ción de la util­i­dad de los ani­males, entonces se habla de “ani­males de gran­ja”, “ani­males de lab­o­ra­to­rio”, “ani­males de zoológi­co” o “ani­males de com­pañía”, el adje­ti­vo que com­ple­ta la pal­abra “ani­mal”, indi­ca su fun­ción para los humanos, su local­ización y poten­cial­i­dad com­er­cial. Su obje­ti­vación y for­mas de apropiación se inter­nal­izan y son nor­mal­iza­dos a través del lengua­je. La tesis de la máquina-ani­mal de Descartes es rel­e­vante aquí, ya que describe a los no-humanos como pura mate­ria físi­ca, car­ente de con­cien­cia. Si los ani­males son en real­i­dad meros autó­matas, pueden ser fácil­mente desar­ma­dos, uti­liza­dos y heri­dos sin que se genere un prob­le­ma éti­co. Si bien estas ideas prop­ues­tas por Descartes son actual­mente suje­to de fuertes dis­cu­siones, esto no qui­ta que muchos ani­males hayan pasa­do a ser cri­a­dos de man­era indus­tri­al, lo que refuerza la condi­ción del ani­mal como obje­to. Sin embar­go, los ani­males no humanos siguen sien­do una enti­dad com­ple­ja, con­sid­er­a­da tan­to suje­to como obje­to. A las mas­co­tas se les otor­ga enti­dad, pero para esto se los acer­ca a los humanos, se les atribuye com­por­tamien­tos y sen­timien­tos humanos, nom­bres humanos, no en vano, la noción de mas­co­ta en Europa surge con la mod­ernidad, con la con­sol­i­dación del dual­is­mo occi­den­tal. Según Jacques Der­ri­da, la humanidad se actu­al­iza con­stan­te­mente a través de la explotación de ani­males para la ali­mentación, entreten­imien­to o inves­ti­gación [Nan­cy 1991].

La naturaleza política

En los ámbitos estatales, así como de las orga­ni­za­ciones no guber­na­men­tales (ONGs), agen­cias de finan­ciamien­to inter­na­cional, la nat­u­raleza es despoli­ti­za­da. La nat­u­raleza suele pre­sen­tarse como el espa­cio de la ver­dad, lo sin­cero, lo autén­ti­co, lo pro­fun­do esen­cial, mien­tras que la políti­ca es lo con­t­a­m­i­na­do, aque­l­lo arti­fi­cial con­stru­i­do para dom­i­nar lo nat­ur­al [Swyn­ge­douw 2015]. Este mecan­is­mo difi­cul­ta ver a la nat­u­raleza en tér­mi­nos políti­cos y pro­ducir nuevas con­fig­u­ra­ciones sociedad-nat­u­raleza. La políti­ca actu­al se dis­tan­cia de la nat­u­raleza, situán­dola más allá del espa­cio de la dis­pu­ta públi­ca, de la con­testación y el desacuer­do. La noción de nat­u­raleza con la mod­ernidad tardía se ha ido tor­nan­do un sig­nif­i­cante vacío, vacián­dose de un sen­ti­do fijo en tan­to las cade­nas sig­nif­i­cantes de lo que “la nat­u­raleza “real­mente” es, se mul­ti­pli­caron en para­le­lo a la pro­lif­eración de difer­en­cia­ciones sociopolíti­cas, cul­tur­ales, etc.” [Swyn­ge­douw 2015: 47].

En tiem­pos pre-mod­er­nos, la nat­u­raleza era sig­nifi­ca­da a través de un orden divi­no, creación de Dios, sien­do Dios el ser no-humano con el que los hom­bres inter­ac­túan como un otro suje­to. En su mul­ti­pli­ci­dad de sen­ti­dos, Dios y la nat­u­raleza inclu­so fueron inter­cam­bi­ables, refirien­do a un orden trascen­den­tal, inamovi­ble y más allá de los mor­tales. Con la mod­ernidad, la Nat­u­raleza pierde el ref­er­ente sagra­do, y adquiere una lóg­i­ca inter­na, se auton­o­miza, se mueve por prin­ci­p­ios pro­pios, pasa a estar revesti­da de ref­er­entes como “cien­cia”, “ver­dad”, “mecan­is­mos”. “La mod­ern­ización pro­du­jo una caco­fonía de lis­tas metoními­cas aso­ci­adas la Nat­u­raleza” [Swyn­ge­douw 2015: 37]. En la nat­u­raleza, en tan­to lugar de la Ver­dad, se comen­zó a bus­car reg­u­lar­i­dades, leyes, descifrar sus opera­ciones para pon­er­las a dis­posi­ción del saber humano, dom­i­narla y manip­u­lar­la. Pero en la his­to­ria occi­den­tal tam­bién adquir­ió otras cade­nas de sig­nifi­ca­dos, por ejem­p­lo con el movimien­to román­ti­co, cen­tral en el mod­e­lo de Par­ques Nacionales expandi­do glob­al­mente, a la par del avance veloz de las fron­teras del cap­i­tal­is­mo indus­tri­al, minero, agrí­co­la-ganadero. En la exten­sión políti­ca de estas ten­den­cias, los Esta­dos Nacionales, con­struyen iden­ti­dades apelando (entre otros ele­men­tos) a la Nat­u­raleza de la nación, la nat­u­raleza de la patria. En el caso de Argenti­na, en 2016, lo pudi­mos ver en las dis­cu­siones sobre qué sím­bo­los estam­par en las mon­edas. Se planteó si debían ser per­son­ajes históri­cos (con miradas difer­en­ci­adas sobre el país, lo cual dis­paró acalo­radas dis­cu­siones políti­cas), o debían ser ani­males y paisajes. Final­mente se optó por bal­lenas, jaguares, horneros, apelando a ele­men­tos que “unan” a la población.

Por otra parte, actual­mente existe un con­sen­so cien­tí­fi­co sobre la ame­naza climáti­ca en que se encuen­tra el plan­e­ta tier­ra, y sobre ya haber entra­do en la sex­ta extin­ción masi­va [Cebal­los et al. 2015]. Los prob­le­mas ambi­en­tales se pre­sen­tan como ame­nazas uni­ver­sales e inmi­nentes, ali­men­tadas por una retóri­ca apoc­alíp­ti­ca.[4] La respues­ta des­de las prin­ci­pales agen­cias de con­ser­vación es ges­tionar, plan­i­ficar, imple­men­tar medi­das téc­ni­cas y geren­ciales. “Se con­struye un guion en torno a la sosteni­bil­i­dad enten­di­da como una serie de dis­pos­i­tivos téc­ni­co-direc­tivos, a menudo car­ac­ter­i­za­dos como rad­i­cales o inno­vadores” [Swyn­ge­douw, 2015: 47]. Así la idea de sosteni­bil­i­dad se tor­na post-políti­ca en tan­to no iden­ti­fi­ca un suje­to de cam­bio priv­i­le­gia­do, sino que apela a lo común, a una homo­genei­dad social, a obje­tivos uni­tar­ios, a la humanidad sin dis­tin­ciones. Es decir, se diluye la impor­tan­cia de con­flic­tos y ten­siones sociales como instan­cia de los prob­le­mas ambi­en­tales, y cuan­do se los reconoce son tam­bién ges­tion­a­dos (como prob­le­mas de comu­ni­cación) o se los tra­ta como exter­nal­i­dades. La sosteni­bil­i­dad se reduce a una prác­ti­ca de bue­na gob­er­nan­za ambi­en­tal, la arqui­tec­tura de este modo de gob­ier­no toma la for­ma de una gob­er­nan­za par­tic­i­pa­ti­va reser­va­da a los tomadores de deci­siones que opera más allá del Esta­do y per­mite una for­ma de auto­gestión, auto orga­ni­zación, auto dis­ci­plinamien­to con­tro­la­do. Desa­pare­cen de esce­na los respon­s­ables con­cre­tos de los prob­le­mas ambi­en­tales y, la cat­e­goría respon­s­ables, pasa a denom­i­nar a quienes par­tic­i­pan de las mesas de diál­o­go, de los proyec­tos de bosque mod­e­lo, sus­tentable, entre otros.

La con­sid­eración del ambi­en­tal­is­mo como un tipo de causa noble le qui­ta su mar­co políti­co [Badiou 2008: 242]. Del mis­mo modo, las nar­ra­ti­vas del Antropoceno trans­miten impo­ten­cia, elim­i­nan la poten­cial agen­cia de los indi­vid­u­os, dis­olvién­dola en una bor­rosa cul­pa­bil­i­dad del género humano en con­jun­to, el Antro­pos. El Antropoceno se con­vierte en un debate tec­nocráti­co que debe ser ges­tion­a­do por exper­tos. Sin embar­go, como comen­ta Bruno Latour, la inter­faz entre la políti­ca y la nat­u­raleza es omnipresente.

“El con­sen­so ambi­en­tal post-políti­co es rad­i­cal­mente reac­cionario, pre­viene la artic­u­lación de trayec­to­rias alter­na­ti­vas, diver­gentes, y con­flic­ti­vas, para los posi­bles entra­ma­dos ambi­en­tales futur­os” [Swyn­ge­douw 2015: 74]. Sólo existe debate sobre las tec­nologías de gestión, el tipo de orden de policía y la con­fig­u­ración de aque­l­los que ya tienen una posi­ción estable­ci­da cuya voz es recono­ci­da como legí­ti­ma. No tiene lugar las políti­cas antag­o­nistas (del tipo dere­chas e izquier­da, la ide­ología es vista como fuera de lugar). En sín­te­sis, la nat­u­raleza actu­al es una nat­u­raleza atrav­es­a­da por una mira­da post-políti­ca. En oposi­ción a esto, otras miradas que sólo men­cionare­mos aquí son, por ejem­p­lo, las que se desar­rol­lan en Améri­ca Lati­na sobre el “buen vivir” [Gudy­nas 2015; Ste­fanoni 2014], “sumak kawsay” [Vio­la 2014].

Conservar la naturaleza, preservar la división

Las políti­cas de creación de AP, en su búsque­da por sal­var a la nat­u­raleza y al con­sid­er­ar a las sociedades humanas como homogénea­mente destruc­toras del medio, tien­den así a per­pet­u­ar el dual­is­mo ontológi­co de la mod­ernidad. Este con­ser­va­cionis­mo, “con­vierte a la nat­u­raleza en un fetiche en tan­to obje­to trascen­den­tal, cuyo con­trol se desplazaría del cap­i­tal­is­mo preda­to­rio al mane­jo racional de la economía mod­er­na”. Pero Desco­la y Pals­son obser­van que el pro­pio ambi­en­tal­is­mo trae con­si­go posi­bil­i­dades de una rup­tura con el dual­is­mo, ya que “es posi­ble que el pro­gra­ma prop­uesto por los activis­tas ambi­en­tales con­duz­ca invol­un­tari­a­mente a una dis­olu­ción del nat­u­ral­is­mo, puesto que la super­viven­cia de toda una var­iedad de no humanos, hoy cada vez más pro­te­gi­dos de daños antrópi­cos, den­tro de poco depen­derá casi exclu­si­va­mente de con­ven­ciones sociales y acciones humanas” [1996: 119]. Así las condi­ciones de exis­ten­cia de los diver­sos eco­sis­temas del plan­e­ta cada vez más serán con­sid­er­a­dos tan nat­u­rales como actual­mente lo son las especies sal­va­jes en zoológi­cos o los genes en ban­cos de datos biológi­cos. La nat­u­raleza es cada vez menos el pro­duc­to de un prin­ci­pio autónomo de desar­rol­lo, y su pre­vis­i­ble defun­ción prob­a­ble­mente cer­rará un largo capí­tu­lo de nues­tra propia his­to­ria [Desco­la & Pals­son 1996 119].

Las AP con­sti­tuyen, una man­era de enten­der y pro­ducir nat­u­raleza, así como de con­tro­lar y mane­jar la relación entre ambi­ente y sociedad. El establec­imien­to de AP, al pro­ducir una nat­u­raleza para un ter­ri­to­rio deter­mi­na­do, gen­era cam­bios económi­cos, sociales y políti­cos, y mod­i­fi­ca la relación entre los cen­tros urbanos des­de los cuales se con­tro­la ese ter­ri­to­rio [San­tos 2010: 26]

Las dis­cu­siones sobre el lugar que deben ten­er las pobla­ciones humanas en las AP y las ten­siones que se gen­er­an en torno a su pres­en­cia, se orig­i­nan con las primeras AP que se cre­an en Occi­dente, donde se estable­cen las bases ide­ológ­i­cas y metodológ­i­cas del mod­e­lo de con­ser­vación que pre­dom­i­nará durante el siglo XX y lo que va del XXI. Las primeras AP, que dan lugar al mod­e­lo actu­al de con­ser­vación, se cre­an durante la segun­da mitad del siglo XIX. En la déca­da de 1860 el gob­ier­no colo­nial británi­co creó reser­vas nat­u­rales en colo­nias de África, Nue­va Zelandia, Aus­tralia y Canadá [Phillips 2003], mien­tras en 1861 el gob­ier­no por­tugués crea el Par­que Nacional da Tiju­ca en Río de Janeiro, como espa­cio de recreación para la nobleza, y en 1864 se crea el Par­que Nacional Yosemite. Pero el mod­e­lo de con­ser­vación que pre­dom­i­nará será el que se sis­tem­ati­za a par­tir del Par­que Nacional Yel­low­stone, crea­do en 1872 en el oeste de Esta­dos Unidos. Este mod­e­lo de con­ser­vación se difundió ráp­i­da­mente por todo el plan­e­ta, gra­cias a la posi­bil­i­dad que pre­senta­ba de ser adap­ta­do a los imper­a­tivos ter­ri­to­ri­ales de los Esta­dos nacionales, muchos en pro­ce­so de con­sol­i­dación ter­ri­to­r­i­al hacia fines del siglo XIX y prin­ci­p­ios del siglo XX.

El caso de Argenti­na ha sido par­a­dig­máti­co en este sen­ti­do, ya que los primeros Par­ques Nacionales (en par­tic­u­lar el PN del Sur que luego ampli­a­do sería el PN Nahuel Huapi y, por otro lado, el PN Iguazú) respondieron no sólo a obje­tivos de con­ser­var paisajes sobre­salientes (lagos y bosques patagóni­cos y las cataratas del Iguazú, respec­ti­va­mente), sino tam­bién a una necesi­dad de estable­cer pres­en­cia del Esta­do Nacional en ter­ri­to­rios que se encon­tra­ban en dis­pu­ta con otros Esta­dos (chileno y brasileño) y con pres­en­cia indí­ge­na (sobre todo mapuch­es y guaraníes).

En este mod­e­lo pre­dom­inó una con­cep­ción de la con­ser­vación estric­ta, sin pres­en­cia humana, como la for­ma priv­i­le­gia­da de sal­var por­ciones de nat­u­raleza. Des­de tal per­spec­ti­va, cualquier inter­ven­ción humana en la nat­u­raleza es intrínse­ca­mente neg­a­ti­va, mien­tras que la úni­ca pres­en­cia humana con­sid­er­a­da pos­i­ti­va fue la de cien­tí­fi­cos, con vis­i­tas cor­tas e inter­mi­tentes, y la del Esta­do deter­mi­nan­do y delim­i­tan­do ter­ri­to­rios y, luego ejer­cien­do con­trol y vig­i­lan­cia. Esos lugares par­adis­ía­cos servirían tam­bién como lugares sal­va­jes donde el hom­bre, en par­tic­u­lar las pobla­ciones urbanas, pudier­an ren­o­var sus energías gas­tadas en la vida estre­sante mod­er­na. No en vano muchos de los primeros Par­ques Nacionales con su creación se insta­laron hote­les. “Parece lle­varse a cabo la repro­duc­ción del mito del paraí­so per­di­do y bus­ca­do por el Hom­bre después de su expul­sión del Edeń. Este mito mod­er­no, está, sin embar­go, impreg­na­do del pen­samien­to racional, rep­re­sen­ta­do por con­cep­tos como el de eco­sis­tema, diver­si­dad biológ­i­ca, etc.” [Diegues 1996: 59].

De man­era que, des­de medi­a­dos del siglo XIX, ha pre­dom­i­na­do una for­ma de gestión de las AP que no pres­ta demasi­a­do reparo al impacto sobre las pobla­ciones locales, imperan­do esti­los autori­tar­ios. El mod­e­lo que se aplicó fue de con­ser­vación de “arri­ba hacia aba­jo” (top ‑down), con áreas que se dia­gra­man, deci­den y ges­tio­nan con muy baja o, direc­ta­mente, sin inter­ven­ción de las per­sonas que viv­en en el lugar. Bajo este mod­e­lo, glob­al­mente se excluyó a las pobla­ciones nati­vas y, en el mejor de los casos, se las invis­i­bi­lizó. Por ejem­p­lo, el PN Yel­low­stone se creó en tier­ras que eran habitadas por gru­pos Crows, Black­feet y Shoshone-Ban­nock, quienes fuer­an por entonces descritos como “sal­va­jes, demo­ni­os rojos, come­dores de búfa­los, de salmón, de tubér­cu­los” [Phillips 2003; Chapin 2004; Colch­ester 2003]. Estas comu­nidades no dejaron espon­tánea­mente el área del Par­que sino que fueron vio­len­ta­mente pre­sion­a­dos a aban­donarla. Esta for­ma de con­ser­vación prop­ues­ta por las AP no sólo enfa­ti­za, sino que recre­an y expanden las con­tradic­ciones de nues­tra prax­is cul­tur­al, al fun­darse como mod­e­los ‘ecológi­cos’ sobre una máx­i­ma antiecológ­i­ca, la máx­i­ma que sep­a­ra a los humanos del mun­do nat­ur­al, la máx­i­ma que crea la noción de nat­u­raleza como lo no-humano.

La noción de “lo sal­va­je” (wilder­ness) está en la base ide­ológ­i­ca de las AP, puesto que con­sid­era que cier­tos espa­cios son “sal­va­jes” en tan­to no han tenido inter­ven­ción humana, sien­do respon­s­abil­i­dad de los Esta­dos que así con­tinúen a través de este dis­pos­i­ti­vo. En el mod­e­lo de Par­ques Nacionales que se gen­era en Esta­dos Unidos, la idea de “sal­va­je” fue cen­tral para deter­mi­nar grandes áreas no habitadas, prin­ci­pal­mente después de la expul­sión de los nativos y de la expan­sión de la fron­tera hacia el oeste. El cap­i­tal­is­mo esta­dounidense ya se había con­sol­i­da­do, la urban­ización era acel­er­a­da y se pro­ponía que se reser­varan grandes áreas nat­u­rales, sustrayén­dolas de la expan­sión agrí­co­la y colocán­dolas a dis­posi­ción de las pobla­ciones urbanas.

La idea de una nat­u­raleza prísti­na, ante­ri­or a las per­sonas, pre­sen­ta el prob­le­ma de descono­cer los pro­ce­sos sociales, políti­cos y económi­cos que derivan en con­flic­tos entre humanos por el uso de los recur­sos y, en su inter­ac­ción con el resto de los seres vivos, pro­movien­do solu­ciones que no logran super­ar un pun­to de vista biofísi­co [Leal 2002]. En par­tic­u­lar, impli­ca descono­cer que los humanos han inter­venido glob­al­mente en las car­ac­terís­ti­cas de la may­or parte de esos ambi­entes que se con­sid­er­an de nat­u­raleza pura, into­ca­da. La idea de nat­u­raleza con­tiene his­to­ria humana, aunque ésta suele pasar inad­ver­ti­da, sin reparar en sus pro­fun­das rela­ciones con la sociedad ¿Es posi­ble pen­sar a la sociedad humana por fuera del mun­do que habi­ta, como una “sociedad con­tra-natu­ra[5]”? Muchos de los lla­ma­dos “paisajes prísti­nos” son en real­i­dad “paisajes antro­pogéni­cos”, pro­duc­to de activi­dades humanas que han mod­i­fi­ca­do su entorno nat­ur­al gen­eración tras gen­eración [Gomez-Pom­pa & Kraus 1992; Hirsh 2011]. Puede men­cionarse el caso de los bosques trop­i­cales, que no se pueden enten­der como “sel­vas vír­genes” y como pro­duc­to exclu­si­vo de la nat­u­raleza, ya que en gen­er­al son el resul­ta­do del mane­jo que han real­iza­do sus habi­tantes durante miles de años. Es poco prob­a­ble que estas áreas prísti­nas real­mente exis­tan [Gomez-Pom­pa, A & Kraus, A 1992]. De man­era que el ade­cua­do mane­jo de bosques es el ver­dadero desafío para la con­ser­vación, más que la demar­cación y el ais­lamien­to de áreas prísti­nas. El enfoque tradi­cional de la con­ser­vación se basa en mod­e­los cien­tí­fi­cos donde se con­sid­era que los cic­los nat­u­rales guían el equi­lib­rio ecológi­co, que corre el ries­go de ser alter­ado por las activi­dades humanas [Jean­re­naud 2002]. En su apli­cación, estas con­cep­ciones mecanicis­tas sue­len estar impreg­nadas por ideas colo­nial­is­tas, donde las pobla­ciones locales, su demografía, sus for­mas de uso de los recur­sos son con­sid­er­adas como ele­men­tos per­tur­badores de la nat­u­raleza. Mien­tras que, por otro lado, las activi­dades lle­vadas a cabo por los occi­den­tales, en par­tic­u­lar fun­cionar­ios y cien­tí­fi­cos, en gen­er­al no son cues­tion­adas con la mis­ma con­tun­den­cia, sino que son vis­tas como sal­vado­ras [Colch­ester 2003]. Prevalece así una acti­tud pater­nal hacia la nat­u­raleza y las pobla­ciones locales (humanas y ani­males), donde las rela­ciones de poder son con­tun­dentes aunque no siem­pre claras.

A modo de cierre: la conservación como arena de lucha política

Las ten­den­cias recientes en las políti­cas de con­ser­vación, que bus­can flex­i­bi­lizar el vín­cu­lo con las pobla­ciones locales, y por tan­to abrir la noción de nat­u­raleza, facil­i­tan espa­cios que los activis­tas y comu­nidades locales tratan de uti­lizar como ele­men­tos de lucha. En Améri­ca Lati­na, las áreas pro­te­gi­das no sólo han sido for­mas de imposi­ción y some­timien­to, sino que tam­bién las comu­nidades locales, indí­ge­nas y rurales, en muchos casos las trataron como opor­tu­nidades para pro­te­ger sus tier­ras tradi­cionales. Esto pre­sen­ta una parado­ja en la que defend­er la nat­u­raleza y las cul­turas locales, impli­ca crear un lengua­je que refle­je la expe­ri­en­cia local sobre la base de proyec­tos exter­nos. Según Esco­bar estos mod­e­los de con­ser­vación “impli­can for­mas de col­o­nización del paisaje biológi­co y pueden con­tribuir a la creación de nuevas comu­nidades locales. La respues­ta depende de que las comu­nidades locales se apropi­en para lograr sus pro­pios obje­tivos” [1999: 218].

Des­de la con­ser­vación, con su acti­tud sal­va­cionista, delim­i­tan­do par­ques, dis­tin­guien­do nat­u­raleza de no-nat­u­raleza, se con­sol­i­da la dis­tan­cia, pero tam­bién se con­struye una nat­u­raleza que, aunque quiera ser a‑social, opues­ta a lo social, gen­era vín­cu­los políti­cos, espa­cios de acción políti­ca que puede lle­gar a ser una opor­tu­nidad de diál­o­go o de inter­pelación. La políti­ca aflo­ra allí donde pare­cería ser social­mente neu­tra, así como los daños colat­erales que se pre­sen­tan como hechos secun­dar­ios, no bus­ca­dos, acci­den­tales, pero son intrínsec­os, con­sti­tu­tivos a las activi­dades men­cionadas.

Una for­ma de romper con esta lóg­i­ca es repoli­ti­zan­do la nat­u­raleza, en primer lugar, con­sideran­do que la mis­ma noción de nat­u­raleza es un hecho políti­co, y sus sig­nifi­ca­dos emer­gen en deter­mi­na­dos tipos de sociedades. La nat­u­raleza siem­pre es políti­ca, ya sea “pro­te­gi­da”, “explota­da”, “cuida­da”, “enfrenta­da”; o sir­va de ref­er­en­cia para vivir el ter­ri­to­rio; o para estable­cer cat­e­gorías sociales (gente más cer­cana o lejana a esta­do de nat­u­raleza, géneros más lig­a­dos a los cic­los de la nat­u­raleza). De man­era que la nat­u­raleza, des­de la Gre­cia clási­ca a la mod­ernidad con­tem­poránea, está vin­cu­la­da a insti­tu­ciones sociales, a estruc­turas legales y al debate políti­co.

Si bien las AP se han crea­do expul­san­do a las pobla­ciones humanas, basán­dose en el mito que es posi­ble una nat­u­raleza into­ca­da por los humanos [Diegues 1996], tam­bién ofre­cen un cam­po de acción políti­ca sobre las posi­bil­i­dades de las pobla­ciones locales para con­tin­uar o gener­ar otras for­mas de vida, de vín­cu­lo con el mun­do.

Con­ser­var esta idea de nat­u­raleza, nos difi­cul­ta abrir la dis­cusión sobre el modo en que vivi­mos. Como plantea Swyn­ge­douw, “nues­tra inca­paci­dad políti­ca para embar­carnos en una dis­cusión direc­ta­mente políti­ca y social que per­mi­ta adop­tar estrate­gias de replanteamien­to de las coor­de­nadas socio-nat­u­rales y el cues­tion­amien­to de la reor­ga­ni­zación socio-metabóli­ca que habita­mos –algo que habit­ual­mente lla­mamos cap­i­tal­is­mo” [Swyn­ge­douw 2015: 39].

Esta per­spec­ti­va puede pare­cer som­bría, apoc­alíp­ti­ca y se pre­sen­ta la pre­gun­ta ¿Qué se puede hac­er? Des­de el cam­po académi­co en el que nos situ­amos, un paso con­siste en con­tin­uar con la dis­cusión de la idea de nat­u­raleza tal como ha sido trata­da. Colab­o­rar a pon­er­la en cri­sis, implo­sion­arla, ver con qué for­mas de orga­ni­zación social y económi­ca se vin­cu­la, qué ter­ri­to­ri­al­i­dades pro­pone, qué otras “nat­u­ralezas poli­ti­zadas” emer­gen de difer­entes sociedades, cuáles son los actores que la definen, las his­to­rias que la con­sti­tuyen. Tratar de ver, a fin de cuen­tas y al prin­ci­pio, el bosque que viene sien­do ocul­ta­do detrás del árbol.

Citas
* Inves­ti­gador CONICET-CITER (Con­se­jo Nacional de Inves­ti­ga­ciones Cien­tí­fi­cas y Téc­ni­cas — Cen­tro de Inves­ti­ga­ciones y Trans­fer­en­cia de Entre Ríos), Paraná, Argenti­na.
** Becaria Doc­tor­al CONICET-CITER (Con­se­jo Nacional de Inves­ti­ga­ciones Cien­tí­fi­cas y Téc­ni­cas — Cen­tro de Inves­ti­ga­ciones y Trans­fer­en­cia de Entre Ríos), Paraná, Argenti­na.
[1] Según Fun­dación Vida Sil­vestre Argenti­na “en la Argenti­na, sólo alrede­dor del 10% de la super­fi­cie con­ti­nen­tal se encuen­tra inclu­i­da en unidades de con­ser­vación. A su vez, sólo un 20% de las áreas pro­te­gi­das ter­restres se encuen­tra con un niv­el acept­able de mane­jo, mien­tras que el 57% cuen­ta con nulo niv­el de imple­mentación” (http://www.vidasilvestre.org.ar/asociate/empresas/pampas/ Vis­to 5/06/2017). Pero según Fun­dación Temaikén “la Argenti­na cuen­ta con menos del 8% (214.969 kilómet­ros cuadra­dos) de la super­fi­cie con­ti­nen­tal pro­te­gi­da. A la vez, sólo un 20% de estas áreas pro­te­gi­das se encuen­tra con un niv­el acept­able de mane­jo, mien­tras que el 57% cuen­ta con niv­el nulo de imple­mentación” (http://www.temaiken.org.ar/sec_que_hacemos_subsecciones.php?id=3 vis­to 5/6/2017).
[2] Esta situación no impli­ca que las tier­ras que no están bajo cat­e­gorías de con­ser­vación carez­can de reg­u­la­ciones en sus usos. Existe un gran aban­i­co de reg­u­la­ciones depen­di­en­do de dis­tin­tos nive­les estatales, y var­ian­do de una provin­cia a otra. La Ley de Pre­supuestos Mín­i­mos de pro­tec­ción ambi­en­tal de los bosques nativos, Ley Nacional 26.331, pre­tendió gener­ar una mis­ma reg­u­lación bási­ca (pre­supuestos mín­i­mos) para todas las provin­cias. Pero con la dis­min­u­ción, en 2016, del pre­supuesto nacional des­ti­na­do a imple­men­tar las leg­is­la­ciones provin­ciales ampara­das bajo esa Ley, suma­do a las ten­siones que ésta creó al inte­ri­or de cada provin­cia, se ve como improb­a­ble que sea imple­men­ta­da de man­era efec­ti­va, tal como señalan diver­sas orga­ni­za­ciones sociales (S/A 2016)
[3] Diver­sos autores des­de el cam­po de la antropología coin­ci­den en que no toda sociedad iden­ti­fi­ca un ámbito de la nat­u­raleza, dis­tin­gui­do de un ámbito socio-cul­tur­al, tal como sucede en Occi­dente. Entre quienes han desar­rol­la­do estas ideas se desta­ca Descola[2012], Descolá & Pálsso [1996], Ingold [2000], Viveiros de Cas­tro [2010].
[4] Por ejem­p­lo, la Admin­is­tración Nacional de Aeronáu­ti­cas y el Espa­cio de Esta­dos Unidos (NASA), en agos­to de 2016, infor­mó que el mes de julio del mis­mo año fue el mes más cáli­do a niv­el plan­e­tario del que se ten­ga reg­istro. En http://data.giss.nasa.gov/gistemp/news/20160816/ (Vis­to 3 de sep­tiem­bre 2016).
[5] Tal es el tér­mi­no prop­uesto por Moscovi­ci [1975].
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  Cómo citar ¬

Brián G. Ferrero y Mercedes S. Gomitolo, «Cuando el árbol cubre al bosque. Sobre la despolitización de la naturaleza en las áreas naturales protegidas», Revista de Estudios Marítimos y Sociales [En línea], publicado el [insert_php] echo get_the_time('j \d\e\ F \d\e\ Y');[/insert_php], consultado el . URL: https://wp.me/P7xjsR-HQ
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