Juan Carlos Garavaglia 
Un historiador genial, generoso, guapo y compadrón

Me van a tener que dis­cul­par mi fal­ta de obje­ti­vi­dad (tan apre­cia­da en nues­tra pro­fe­sión) y la pos­tu­ra auto­rre­fe­ren­cial de lo que sigue, pero lue­go de trein­ta años de rela­ción con el que­ri­do Gara no pue­de ser de otro modo. Ade­más, ya se harán muchos recor­da­to­rios “aca­dé­mi­cos” de su apor­te a la his­to­rio­gra­fía. Corría el año 1985, en la Uni­ver­si­dad Nacio­nal de Mar del Pla­ta se iban rea­li­zan­do los pri­me­ros con­cur­sos y algu­nos ras­tros de lo que fue­ra la dic­ta­du­ra mili­tar en la Uni­ver­si­dad iban sien­do reem­pla­za­das por nue­vos docen­tes que nos traían nue­vas refle­xio­nes y for­mas de abor­da­jes his­to­rio­grá­fi­cos que se habían segui­do desa­rro­llan­do fue­ra del país mien­tras aquí se man­te­nían en sor­di­na en unos pocos cen­tros semi visi­bles y por ini­cia­ti­va de algu­nos cole­gas que seguían en con­tac­to con el mun­do aca­dé­mi­co de fue­ra del país.

La his­to­ria de la Amé­ri­ca colo­nial cons­ti­tu­yó para muchos estu­dian­tes un ver­gel de nove­da­des que nos hizo com­pren­der lo vital del perío­do y las posi­bi­li­da­des inmen­sas de for­ma­ción que esa área his­to­rio­grá­fi­ca pre­sen­ta­ba. Tuvi­mos la suer­te de que se inte­re­sa­ra en nues­tra carre­ra de His­to­ria el Dr. Car­los Mayo, quién nos deja­ra hace unos años, el cual nos pre­sen­ta­ba las dis­cu­sio­nes vigen­tes en ese momen­to, tan­to para la Amé­ri­ca toda como para el Río de la Pla­ta colo­nial. Den­tro de la biblio­gra­fía incluía algu­nos tex­tos, que iban a con­mo­ver­nos a algu­nos de los estu­dian­tes, de auto­res lue­go muy cono­ci­dos (Jor­ge Gel­man, Samuel Ama­ral, Zaca­rías Mou­to­kías, para citar solo algu­nos) pero que en un futu­ro se con­ver­ti­rían en la colum­na ver­te­bral de quie­nes abra­za­mos la inves­ti­ga­ción his­tó­ri­ca, una suer­te de arte­sa­nía como decía Car­los Mayo, cuyos mate­ria­les se encon­tra­ban fun­da­men­tal­men­te pero no úni­ca­men­te en el Archi­vo Gene­ral de la Nación. Entre los tex­tos que mayor impac­to nos pro­du­je­ron se encon­tra­ban los ya clá­si­cos El Sis­te­ma de la Eco­no­mía Colo­nial: El Mer­ca­do Inte­rior, Regio­nes y Espa­cio Eco­nó­mi­co, (Méxi­co, Nue­va Ima­gen, 1983) de Car­los Sem­pat Assa­dou­rian y Mer­ca­do interno y eco­no­mía colo­nial (Méxi­co, Enla­ce y Gri­jal­bo, 1983) de Juan Car­los Gara­va­glia. Dos libros de exce­len­te his­to­ria argen­ti­na que a cau­sa de la pro­pia his­to­ria argen­ti­na habían sido publi­ca­dos en el exte­rior. Al año siguien­te se rea­li­za­ban en Tan­dil las VIII Jor­na­das de His­to­ria Eco­nó­mi­ca que anun­cia­ban entre sus con­cu­rren­tes a todos los auto­res men­cio­na­dos y espe­ran­za­dos en poner­le ros­tro a los tex­tos y ver el futu­ro de la his­to­rio­gra­fía con­cu­rri­mos algu­nos estu­dian­tes de la carre­ra de His­to­ria de la UNMdP.

Recuer­do haber­me sen­ta­do en pri­me­ra fila de una sesión en la cual expo­nían José Car­los Chia­ra­mon­te, Juan Car­los Gros­so y Juan Car­los Gara­va­glia. El coor­di­na­dor era Jor­ge Gel­man. Jun­to a mí se encon­tra­ba un señor con un audí­fono conec­ta­do a una espe­cie de radio a tran­sis­to­res que me daba curio­si­dad. En un momen­to, Jor­ge Gel­man redi­ri­gió una pre­gun­ta efec­tua­da a los expo­si­to­res hacia ese señor. Era Assa­dou­rian y yo pegué un sal­to en la silla. Lle­gó el momen­to de la ponen­cia sobre un mer­ca­do colo­nial de una peque­ña ciu­dad de Méxi­co (Tepea­ca) a car­go de Gros­so y Gara­va­glia. El salón comen­zó a lle­nar­se de espec­ta­do­res y, Gara­va­glia, en la pri­me­ra mani­fes­ta­ción de un modo que vería repe­tir­se con los años, nos diri­gió a todos en pro­ce­sión hacia un salón más gran­de. Ante esa ini­cia­ti­va, mi pri­me­ra impre­sión acer­ca de Juan Car­los, debo reco­no­cer, no fue de lo más aus­pi­cio­sa. Argen­tino, naci­do por casua­li­dad en Pas­to, Colom­bia, bigo­te a lo Emi­liano Zapa­ta y expre­sio­nis­mo ita­liano, con acen­to por­te­ño fue una per­so­na que jamás podría pasar des­aper­ci­bi­do por su his­trio­nis­mo fas­ci­nan­te para algu­nos e irri­tan­te para otros.

Pero inme­dia­ta­men­te lo escu­ché expo­ner, hablar de los “libros del vien­to” y pre­sen­tar resul­ta­dos fun­da­dos en un labo­rio­so tra­ba­jo de archi­vo, des­cu­brien­do allí cómo que­ría que fue­ra mi tra­ba­jo de allí en ade­lan­te. Ter­mi­na­mos toman­do mate en un labo­ra­to­rio de quí­mi­ca en par­te de lo que sería el IEHS. Allí vi con mis ojos como sal­ta­ban chis­pas de las manos de Juan Car­los al inten­tar encen­der un meche­ro de bun­sen para calen­tar el agua, pro­duc­to de la elec­tri­ci­dad está­ti­ca de su hiper­ac­ti­vi­dad. Nos plan­teó a Maria­na Cane­do y a mí que en algu­nos vue­los lo obli­ga­ban a sacar­se los zapa­tos por ese moti­vo y tam­bién el mie­do que le tenía a los avio­nes. El no encon­tra­ba racio­na­li­dad tan­to en que un mons­truo de metal más pesa­do que el aire vola­ra ni que poda­mos trans­por­tar­nos en un mun­do tri­di­men­sio­nal con un ridícu­lo arte­fac­to bidi­men­sio­nal (la bici­cle­ta). Allí, en ese casi pasi­llo del IEHS, des­cu­brí la cali­dad pro­fe­sio­nal de Juan Car­los jun­to a su cali­dez huma­na y supre­ma gene­ro­si­dad de la que me dio mues­tras a lo lar­go de tres déca­das. Inme­dia­ta­men­te nos pla­nea­mos hacer nues­tra licen­cia­tu­ra en His­to­ria en Tan­dil, don­de el pro­pio Gara­va­glia, Eduar­do Míguez, Zaca­rías Mou­to­kías, Susa­na Bian­chi y Raúl Man­dri­ni for­ma­ban par­te del cuer­po docente.

Nues­tro pri­mer semi­na­rio (que lue­go cur­sa­mos cada año como gus­to­sa cere­mo­nia) fue de his­to­ria rural bonae­ren­se. Par­ti­mos de madru­ga­da des­de Mar del Pla­ta en nues­tro Citroën 2cv que se resis­tía en subir las lomas de la ruta 226 y lle­ga­mos, teme­ro­sos, tar­de a la pri­me­ra cla­se. Lejos de ofus­car­se, nos con­tó su expe­rien­cia con un vehícu­lo simi­lar cuan­do era inter­ven­tor de Mon­to­ne­ros en Bahía Blan­ca y via­ja­ba sema­nal­men­te des­de Bue­nos Aires y de paso, su cono­ci­mien­to era incon­men­su­ra­ble, nos hizo un rela­to de la his­to­ria del Citroën: “un para­guas con cua­tro asien­tos para que una fami­lia tipo fran­ce­sa se pudie­ra ir de vaca­cio­nes” según dijo, indi­ca­cio­nes del fabri­can­te a sus ingenieros.

Lue­go nos intro­du­jo en los diez­mos agra­rios de la cam­pa­ña bonae­ren­se y la dis­cor­dan­cia entre la tri­bu­ta­ción y todo lo que sabía­mos de la his­to­ria colo­nial pla­ten­se: el tri­go como pro­duc­ción más volu­mi­no­sa, la pro­duc­ción de cerea­les como la que mayor com­po­nen­te de mano de obra con­su­mía (según lo pro­ba­ba un cen­so de Are­co Arri­ba), lo que se suma­ba a la pla­ta como el mayor valor expor­ta­do (y no el cue­ro) por el puer­to de Bue­nos Aires.

Le tocó en suer­te a Maria­na que fue­ra su pri­mer direc­tor de beca de la UNMdP. Yo, con un pen­sa­mien­to más pos­mo­derno me abo­qué al aná­li­sis del dis­cur­so de los fun­cio­na­rios colo­nia­les (cabil­do, gober­na­dor y obis­po) en torno al con­cep­to poli­sé­mi­co de “indio”. Mi pri­mer direc­tor, inmen­sa­men­te res­pe­tuo­so de mi elec­ción fue Zaca­rías Mou­to­kías. Juan Car­los nos intro­du­jo ‑en reali­dad a Maria­na, yo mira­ba de reo­jo- al uso de la compu­tado­ra per­so­nal y a los sis­te­mas de ges­tión de bases de datos (Dba­se III) y pro­ce­sa­do­res de tex­to (Word­Per­fect). Me fas­ci­na­ba ver las posi­bi­li­da­des de esas herra­mien­tas e inten­ta­ba vin­cu­lar mi con­ta­bi­li­dad de adje­ti­vos a “indio” a ese ins­tru­men­to con pobres resul­ta­dos. Via­já­ba­mos sema­nal­men­te a Tan­dil con nues­tros dis­ket­tes de cin­co pul­ga­das a tra­ba­jar en la IBM del IEHS en los momen­tos en que la edi­ción del Anua­rio del IEHS u otros usua­rios la deja­ban libres. En oca­sio­nes tra­ba­já­ba­mos toda la noche mien­tras nues­tra hija mayor, Malén, dor­mía en una impro­vi­sa­da cama o apre­ta­ba el botón rojo de rese­tea­do cuan­do recla­ma­ba aten­ción de sus padres.

Años más tar­de, pro­duc­to de un semi­na­rio con­jun­to dic­ta­do en Tan­dil por Her­nán Ote­ro y Nor­ber­to Álva­rez sur­gió mi fas­ci­na­ción por la demo­gra­fía his­tó­ri­ca. Zaca­rías, pro­duc­to de su tes­ti­mo­nio en los jui­cios a las jun­tas mili­ta­res tuvo algu­nas seña­les de per­se­cu­ción y deci­dió vol­ver a emi­grar. Ese fue mi momen­to para dejar a los indios y ocu­par­me de la demo­gra­fía de la cam­pa­ña de Bue­nos Aires bajo la orien­ta­ción de Juan Car­los. El Gara en ese sen­ti­do fue con­tun­den­te “Lobos o Dolo­res”. Como Lobos tenía un pasa­do colo­nial opté por el estu­dio de su pobla­ción en la pri­me­ra mitad del siglo XIX, lo que fue mi pasión duran­te todos mis años de beca­rio de la UNMdP y del CONICET. Mis resul­ta­dos no hacían más que rati­fi­car las ideas de Juan Car­los que fes­te­ja­ba uno a uno mis avan­ces y has­ta fue pro­mo­tor de mi pri­me­ra publi­ca­ción rele­van­te. Pero un verano, allá por 1991 nos invi­tó a su casa en Villa Gesell para anun­ciar­nos que se iba a vivir a París. La des­pe­di­da, don­de nos coci­nó una sucu­len­ta pas­ta, fue lacri­mó­ge­na. No sabía­mos todos los encuen­tros que nos espe­ra­ban en el futuro.

Nos dejó expre­sas direc­ti­vas. Nos dijo que exis­tía algo que se lla­ma­ba inter­net y correo elec­tró­ni­co y que con eso íba­mos a estar conec­ta­dos per­ma­nen­te­men­te. Fui­mos los usua­rios núme­ro 67 de Mar del Pla­ta de este pro­di­gio tec­no­ló­gi­co y efec­ti­va­men­te, dada la dife­ren­cia hora­ria, enviá­ba­mos nues­tros pro­gre­sos por la noche y por la maña­na tenía­mos los comen­ta­rios y suge­ren­cias. Tam­po­co nos dejó des­am­pa­ra­dos, Enri­que Tán­de­ter, Juan Car­los Gros­so, el “Pepe” Moreno y Jor­ge Gel­man (lue­go de su esta­día en Espa­ña) fue­ron nues­tros orien­ta­do­res y ami­gos. Tam­bién le debo a él mi rela­ción de “her­mano mayor” con Raúl Frad­kin, de quien fui su ayu­dan­te y com­par­tí her­mo­sos momen­tos jun­to a ellos y sus fami­lias en Bue­nos Aires y en Villa Gesell.

Lle­gó el año 1995. Juan Car­los era ya des­de hace unos años direc­tor de estu­dios de la Éco­le des Hau­tes Étu­des en Scien­ces Socia­les en París y en uno de sus via­jes, en el café La Paz, nos comen­tó el pro­yec­to de lo que fue la Maes­tría en His­to­ria Lati­no­ame­ri­ca­na: Tie­rras, hom­bres y dio­ses en un lugar emble­má­ti­co cer­ca del monas­te­rio de La Rábi­da en Huel­va. Pos­tu­lé a una beca a la pude acce­der y al enviar­me la docu­men­ta­ción me sor­pren­dió lo ambi­cio­so y apa­sio­nan­te del pro­yec­to. Su cur­sa­do esta­ba impreg­na­do del espí­ri­tu de Juan Car­los a la que se sumó la capa­ci­dad y osa­día de Juan Mar­che­na. El cuer­po docen­te era soña­do (Nathan Wach­tel, Eric Van Young, Sil­via Rive­ra Cusi­can­qui, Luis Miguel Gla­ve, Manuel Bur­ga, Tris­tan Platt, Ramón Garra­bou, Jor­ge Gel­man y el pro­pio Gara­va­glia entre otros muchos), los estu­dian­tes pro­ve­nien­tes de dife­ren­tes luga­res de Euro­pa y Amé­ri­ca, y el lugar mági­co. El cur­sa­do era inten­si­vo por decir lo menos. Dos semi­na­rios por la maña­na, dis­cu­sión del pro­yec­to de tesis por la tar­de con los pro­fe­so­res invi­ta­dos, cla­ses de infor­má­ti­ca para his­to­ria­do­res, dis­cu­sión por gru­pos de los temas de la maña­na y sesión con los docen­tes de la maña­na sobre lo dis­cu­ti­do a la tar­de. Cada lunes dos ensa­yos sobre los semi­na­rios y cada quin­ce días un avan­ce sobre la tesis. Todo ello suma­do a con­vi­vir docen­tes y alum­nos en Anda­lu­cía y a sie­te kiló­me­tros de la ciu­dad más cer­ca­na. Juan Car­los man­te­nía un rit­mo de tra­ba­jo y la dis­ci­pli­na de un cal­vi­nis­ta ateo que en oca­sio­nes cau­sa­ba males­tar en algu­nos alum­nos poco acos­tum­bra­dos y con­tro­la­ba has­ta la lim­pie­za lue­go de alguno de los habi­tua­les fes­te­jos. Ese momen­to, lo cual lo mues­tra tam­bién en su entre­ga, fue uno de los más dolo­ro­sos para Juan Car­los, ya que le tocó vivir el pro­ce­so que cul­mi­nó con la trá­gi­ca muer­te de Juan Car­los Gros­so, el para él “her­mano que no tuve”.

Una vez al año, en oca­sio­nes más, venía a la Argen­ti­na. Si esta­ba en Bue­nos Aires uno sabía dón­de podía encon­trar­lo: en el cuar­to piso del Archi­vo Gene­ral de la Nación en bata­lla fran­ca con sus con­di­cio­nes de fun­cio­na­mien­to: subien­do los expe­dien­tes por esca­le­ra cuan­do el ascen­sor no fun­cio­na­ba, alqui­lan­do una foto­co­pia­do­ra cuan­do la pro­vis­ta no fun­cio­na­ba, arman­do una mesa para inau­gu­rar la foto­gra­fía digi­tal… en el AGN que­dan ras­tros del Gara por todos los rin­co­nes y su cari­ca­tu­ra en una sala lo ates­ti­gua como uno de los inves­ti­ga­do­res ilus­tres que lo visi­ta­ron duran­te décadas.

Sien­to que como Pedro lo negué, en mi caso, dos veces. La pri­me­ra cuan­do qui­se que diri­gie­ra mi tesis de maes­tría Jor­ge Gel­man, her­mano de vida de Juan Car­los. Nun­ca me lo dijo, pero sé que lo sin­tió, pero yo me moría de ganas de tra­ba­jar con Jor­ge. La segun­da, cuan­do plan­teé mi tesis sobre un tema ale­ja­do un poco de la demo­gra­fía y la his­to­ria rural. Con su media­ción con­cu­rrí a la Uni­ver­si­tat Pom­peu Fabra y por dife­ren­tes razo­nes estu­dié a la pes­ca cos­te­ra bajo la direc­ción de Josep Fon­ta­na. Tam­po­co hizo más comen­ta­rio que “ah! Los cam­pe­si­nos del mar”. A pesar de ello nos invi­tó a París y a su casa en Saint luc d’es­se­rent, don­de había ado­sa­do a su casa un pam­peano quin­cho. Seguí un camino autó­no­mo des­de enton­ces pero siem­pre extra­ñé el gru­po de ami­gos que dejé en los años de his­to­ria­dor rural, a los que por suer­te con­ser­vo y los que me han agre­ga­do otros en el legen­da­rio Ravignani.

Espa­ña era para Juan Car­los un lugar inter­me­dio entre aque­llos don­de goza­ba vivir (Ita­lia y Argen­ti­na) y don­de esta­ba, pero evi­den­te­men­te no dis­fru­ta­ba (Fran­cia). Cuan­do se jubi­ló en Fran­cia se fue a tra­ba­jar a la pro­pia Pom­peu Fabra y en sus últi­mos años el amor (a su com­pa­ñe­ra de los últi­mos años y a la Argen­ti­na) lo tra­jo a Rosa­rio. Casi pude alcan­zar­lo con mis manos des­de Para­ná, pero la vida no me lo permitió.

El tama­ño de su figu­ra qui­zás no se podía eva­luar por la cer­ca­nía en que se encon­tra­ba de todos sus estu­dian­tes y cole­gas. Su capa­ci­dad de tra­ba­jo incon­men­su­ra­ble y ago­ta­ba de solo ver­lo tra­ba­jar. Su gene­ro­si­dad era natu­ral, a él le debo casi todos los hitos impor­tan­tes de mi carre­ra, como segu­ra­men­te le debe­re­mos muchí­si­mas per­so­nas, ya que mi caso es uno entre muchí­si­mos que tuvi­mos la suer­te de tra­ba­jar jun­to a él. Maes­tro, ami­go, con­fi­den­te; his­to­ria­dor gigan­te que nun­ca dejó de abrir puer­tas y cami­nos… dicen que nadie es héroe para su ayu­da de cáma­ra, pero yo que tuve la for­tu­na de cono­cer­lo tan­to en los foros y en su inti­mi­dad me atre­vo a decir que la his­to­rio­gra­fía pier­de al más gran­de his­to­ria­dor que conocí.

Espe­ro que esto no moles­te a mis cole­gas, pero sue­lo decir que Juan Car­los si bien fue docen­te en Tan­dil tuvo su escue­la his­to­rio­grá­fi­ca (vamos a decir tam­bién) en Mar del Pla­ta. Al menos seis libros y algu­nas tesis de licen­cia­tu­ra, maes­tría y doc­to­ra­do sir­ven de tes­ti­mo­nio. Y de esa escue­la sur­ge su pasión edi­to­rial que tuvo uno de sus hitos más rele­van­tes en el Anua­rio del IEHS, y como epí­go­nos las publi­ca­cio­nes del GIHRR y esta revis­ta que tuvo el lujo de con­tar­lo como inte­gran­te de su Comi­té Cien­tí­fi­co des­de su pri­mer núme­ro. Hoy tene­mos la feli­ci­dad de pre­sen­tar el núme­ro 10 de esta publi­ca­ción que es diri­gi­da por uno de los “nie­tos” de Juan Car­los (como gus­ta­ba lla­mar a los diri­gi­dos por sus dis­cí­pu­los), el Dr. Agus­tín Nieto.

Como es tra­di­ción, el núme­ro se com­po­ne de un dos­sier “Etno­gra­fías del accio­nar sin­di­cal en las Amé­ri­cas. Notas para la deli­mi­ta­ción de un cam­po pro­ble­má­ti­co” a car­go de Julia Soul, en el cual se ponen en deba­te los apor­tes que pue­de pro­du­cir una etno­gra­fía del accio­nar sin­di­cal al cam­po de los estu­dios socia­les e his­tó­ri­cos del tra­ba­jo y de los tra­ba­ja­do­res, así como los pro­ce­sos refle­xi­vos que lle­van ade­lan­te mili­tan­tes, acti­vis­tas y tra­ba­ja­do­res en pos de la trans­for­ma­ción de sus con­di­cio­nes de vida y trabajo.

Como afir­ma la com­pi­la­do­ra en su intro­duc­ción teó­ri­ca, el obje­ti­vo de dos­sier es un apor­te “a la dis­cu­sión y en la cons­truc­ción de un entra­ma­do teó­ri­co que per­mi­ta desa­rro­llar el aná­li­sis del accio­nar sin­di­cal en tan­to una de las dimen­sio­nes del accio­nar de la cla­se tra­ba­ja­do­ra como tal” cuyo pri­mer paso es recu­pe­rar la rela­ción entre las for­mas ins­ti­tu­cio­na­les y las prác­ti­cas de orga­ni­za­ción, cons­truc­ción de obje­ti­vos y rei­vin­di­ca­cio­nes y des­plie­gue de accio­nes y deman­das des­ple­ga­das por colec­ti­vos de trabajadores.

El dos­sier está com­pues­to por cin­co tra­ba­jos de dife­ren­tes con­tex­tos geo­grá­fi­cos, cua­li­dad de casos y enfo­ques ana­lí­ti­cos. Paul Durren­ber­ger, abor­da la expe­rien­cia de cons­truc­ción de un con­flic­to en el gre­mio marí­ti­mo que tie­ne por su sus­tan­cia carác­ter de trans­na­cio­nal. Pao­lo Mari­na­ro, a par­tir de la paz labo­ral mexi­ca­na recons­tru­ye el entra­ma­do ins­ti­tu­cio­nal, polí­ti­co e ideo­ló­gi­co que sos­tie­ne la carac­te­ri­za­ción guber­na­men­tal y empre­sa­ria de Méxi­co. Veró­ni­ca Vogel­mann des­de una cui­da­do­sa refle­xión meto­do­ló­gi­ca y un pro­fun­do cono­ci­mien­to empí­ri­co de los colec­ti­vos obre­ros obje­to de su estu­dio, plan­tea la nece­si­dad de ten­sio­nar y cues­tio­nar – o en todo caso cons­truir pre­gun­tas en torno de — las perio­di­za­cio­nes con­sa­gra­das, espe­cial­men­te en sus impli­can­cias en cuan­to a las accio­nes de la cla­se. En su cola­bo­ra­ción, María Fer­nan­da Hughes regis­tra el doble pro­ce­so de orga­ni­za­ción y cons­truc­ción de ins­ti­tu­cio­nes sin­di­ca­les por par­te de los tra­ba­ja­do­res sub­con­tra­tis­tas de la medu­lar mine­ría del cobre en Chi­le. Final­men­te, Gui­ller­mo Colom­bo avan­za en los estu­dios sin­di­ca­les sobre una aris­ta nove­do­sa: el de los valo­res mora­les que infor­man las prác­ti­cas de los mili­tan­tes sin­di­ca­les del Sin­di­ca­to de la Indus­tria del Pes­ca­do marplatense.

En la sec­ción “artícu­los”, Cle­men­te Mama­ni Col­que nos pre­sen­ta un entra­ma­do de prác­ti­cas pro­duc­ti­vas y cul­tu­ra­les en la acti­vi­dad de los pes­ca­do­res del lago Titica­ca. Y en la sec­ción “notas y comen­ta­rios”, Matías Sal­va­dor Balles­te­ros ana­li­za las hete­ro­ge­nei­da­des inter e intra­pro­vin­cia­les en los nive­les de pobla­ción con cober­tu­ra de obra social y/o pre­pa­ga entre las dis­tin­tas juris­dic­cio­nes de Argen­ti­na en el año 2010 y sus trans­for­ma­cio­nes des­de el 2001.

El núme­ro se com­ple­ta con la nota crí­ti­ca de Gui­ller­mi­na Lai­tano acer­ca del libro Los tra­ba­ja­do­res argen­ti­nos y la últi­ma dic­ta­du­ra. Opo­si­ción, des­obe­dien­cia y con­sen­ti­mien­to de Daniel Dicósimo.

Cele­bra­mos enton­ces tan­to el con­te­ni­do del pre­sen­te núme­ro, así como la con­ti­nui­dad y cali­dad de esta publi­ca­ción en el mar­co del deba­te y pro­duc­ción de las cien­cias socia­les en el sis­te­ma cien­tí­fi­co argentino.

 

José Mateo

Para­ná, Entre Ríos, febre­ro de 2017