A fuer de ser un país eminentemente mediterráneo y rural, los argentinos hemos vivido de espaldas al mar y a sus problemas. Un mar incorporado tardíamente a la Nación, que prácticamente fue ajeno a los procesos de la ocupación colonial y que por siglos no fue más que el vehículo por el cual circulaban las naves que transportaban personas y mercancías entre un puerto, el de Buenos Aires y un extenso mercado exterior.

El mar sobre el que Argentina ejerce soberanía se extiende por miles de kilómetros de costa entre el Cabo San Antonio en su extremo norte y el Cabo de Hornos en el sur. Esta extensión la multiplicamos hacia el Este por el largo de una particular plataforma continental y obtenemos una zona económica exclusiva (ZEE) con una superficie de más de un tercio de la continental. En sus tres dimensiones, este prisma no es un desierto de agua, rocas y arena, sino un repositorio inmenso de recursos de todo tipo.

Este mar ha sido mal tratado y peor conocido. Más allá de la mirada romántica de un atardecer de vacaciones, al mar y a la gente que vive de él se lo esquilma, se lo corrompe y se lo oculta. Marginal casi siempre entre los llamados “grandes temas”, el mar y su gente han participado de todos y cada uno de los procesos que han acaecido en lo que llamamos Historia en sus vertientes locales y globales.

Cuando en nuestro país decimos por ejemplo “porteño”, sabemos claramente al sujeto que nos estamos refiriendo en lo residencial, étnico, cultural, muchas veces ideológico y quizás varias apreciaciones más. Del mar los vieron llegar los pueblos originarios; el mar fue la razón de ser de un puerto que durante siglos fue espectador de negocios colosales; protagonista al fin de esos negocios fue vital para recaudar para un Estado en ascenso y para cumplir con el rol de la región en la división internacional del trabajo. Del mar vinieron muchos de nuestros antepasados, al mar recurrimos por alimentos, al mar recurrimos por divisas, al mar arrojamos nuestras vergüenzas… pero él es tan digno que no se hace cómplice y devuelve los cadáveres.

Es por esto que, sumado a que vivimos en una ciudad y trabajamos en una Universidad que tienen la palabra mar en sus nombres, hemos abordado esta iniciativa de generar un espacio para la expresión, divulgación y debate de trabajos empíricos y teóricos acerca de las sociedades que están vinculadas por algún motivo al mar. También, pretendemos que estas páginas cuenten con trabajos que nos permitan abordarlas con mejores herramientas.

En este primer número, el tema elegido han sido los conflictos sociales, al menos un conjunto de los cuales los trabajadores han participado. Nos decidió a hacerlo la escasa visibilidad que han adquirido éstos en la literatura de las ciencias sociales y en la cotidianeidad de los argentinos. Nuestra mirada no es aséptica ni ingenua, pero tampoco está condicionada más que por el valor del aporte al conocimiento que realicen nuestros colaboradores, sometidos al escrupuloso testeo del comité editorial y de los árbitros externos.

La Revista de Estudios Marítimos y Sociales acompañará y estimulará, dentro de sus posibilidades, el debate de ideas que ayuden a comprender, explicar y esperamos que también a actuar para hacer más vivible el mundo en que vivimos.

José Mateo,

Mar del Plata, 28 de setiembre de 2008